En Fundación, todo empieza con él. Hari Seldon, matemático brillante, profeta, conspirador, es quien anuncia el colapso del Imperio Galáctico. Pero no lo hace por intuición ni ideología: lo hace por cálculo. Su creación, la psicohistoria, puede predecir el comportamiento de civilizaciones enteras. Con ella diseña un plan: no para evitar el colapso, sino para hacerlo soportable.
La serie de Apple TV+ lo toma como punto de partida, pero hace algo distinto a las novelas: convierte a Hari Seldon en personaje. Le da cuerpo, voz, conflictos, errores. Lo muestra en acción. En los libros, en cambio, es un mito fundacional: es menos una persona que una figura casi religiosa, como un eco que regresa cada tanto para anticipar, corregir, confirmar que todo sigue siendo parte del plan.

Hari Seldon en la serie Fundación: El plan que diseña el futuro
Cuando lo conocemos en Fundación de Apple, Hari Seldon es un académico brillante en Trántor, la capital del Imperio. Tiene casi sesenta años, una carrera académica respetada, una obsesión matemática y una teoría que asusta al poder: el Imperio, tal como existe, va a caer en pocos siglos. No por una amenaza externa, ni por una revolución popular, sino por una decadencia estructural inevitable. Lo que Seldon ve no es un acto de destrucción, sino una curva descendente. Y la tendencia es clara: decadencia, fragmentación, caos.
La psicohistoria es la base de todo lo que sigue. No es una ciencia exacta, pero tampoco una superstición. No predice hechos puntuales, pero puede anticipar el comportamiento de grandes grupos humanos a lo largo del tiempo. Cuanto mayor es la masa, más predecible el patrón. Es estadística proyectada a escala imperial. Es sociología sin margen de error.
Cuando Hari Seldon revela su modelo, el poder reacciona como reacciona siempre el poder: con represión. El Imperio lo interroga, lo amenaza, lo obliga a elegir entre el silencio y el exilio. Él ya había previsto esa reacción. Y también la usa. Acepta el exilio, pero lo convierte en estrategia: propone fundar una colonia científica que preserve el conocimiento humano durante el colapso. No puede evitar la caída, pero puede acortar la edad oscura que seguirá. De treinta mil años a mil. Lo suficiente como para que la historia tenga continuidad. Así nace la Fundación.
La serie lo muestra como alguien brillante, pero no infalible. Un estratega frío, pero con grietas. Alguien que quiere salvar a la humanidad, pero no siempre a las personas.
En esta versión, Hari Seldon no solo piensa. Manipula. Miente. Se sacrifica. Le ordena a su hijo adoptivo, Raych, que lo asesine para generar un punto de inflexión. Manda a Gaal Dornick al futuro sin su consentimiento. Y luego, incluso después de muerto, permanece: como una proyección digital que interviene en el desarrollo del plan. La pregunta –que atraviesa parte de las dos primeras temporadas– es si su conciencia digital sigue siendo él, o si es solo una versión reducida, incapaz de adaptarse a un mundo que ya no existe.

Hari Seldon en las novelas Fundación de Asimov
En los libros Fundación de Isaac Asimov, Hari Seldon tiene dos modos de existir. En las primeras novelas –las más antiguas y las más leídas–, no aparece en persona. Está muerto hace siglos. Su presencia se limita a grabaciones almacenadas en una bóveda, diseñadas para activarse cada vez que la Fundación atraviesa una crisis predicha por la psicohistoria. En esos momentos, la imagen de Seldon aparece, pronuncia su diagnóstico, explica que todo estaba previsto y desaparece. Su función no es resolver los conflictos, sino confirmar que el plan se sigue cumpliendo. Es una voz sin cuerpo. Un padre muerto que vuelve a poner orden.
En las novelas posteriores –escritas décadas más tarde, cuando Asimov decidió expandir hacia atrás la historia–, Hari Seldon es un personaje activo. Se lo ve joven, inseguro, decidido a desarrollar su teoría a pesar del escepticismo de sus colegas y de la vigilancia del Imperio. Allí se cuenta cómo descubre la psicohistoria, cómo se enfrenta a los manipuladores de poder, cómo construye el plan. Es una historia de origen. Pero incluso ahí, Hari Seldon sigue siendo más idea que emoción. Un hombre con muy pocas dudas y casi ningún impulso personal. Vive para diseñar el futuro. Y muere cuando el plan ya no lo necesita.
La serie de Apple TV+ cambia esa lógica, pero sin traicionarla. Toma a Hari Seldon como origen del relato y decide volverlo personaje. Le da cuerpo, contradicciones, decisiones difíciles. Lo muestra en el momento exacto en que su teoría se vuelve amenaza. Lo convierte en un fugitivo, en un mártir y –más tarde– en una conciencia digital que sobrevive a la muerte. Esa digitalización del yo es uno de los giros clave de la adaptación: permite que Seldon esté presente durante siglos, no como recuerdo sino como actor.
El plan, tal como lo piensa Seldon en las novelas, necesita una narrativa. No puede limitarse a fórmulas. Tiene que construir creencias. Para que la Fundación funcione, la gente debe creer que su destino está escrito. Que cada crisis tiene solución. Que las soluciones estaban previstas. El objetivo de Seldon no es político, pero sabe que necesita volverse mito. Por eso deja grabaciones. Por eso crea la bóveda. Por eso permite que se lo recuerde como infalible.
Pero el Hari Seldon de la serie es menos ortodoxo que el de los libros. No tiene una única Fundación. Tiene dos. Una pública, otra secreta. Una destinada a sostener el saber científico, otra a sostener el equilibrio mental. La primera se instala en Terminus. La segunda aparecerá desde las sombras. Ambas forman parte de un diseño mayor que Seldon nunca explica del todo. Ni siquiera a sus seguidores más cercanos.
En este modelo, el plan es central. Pero también es frágil. Y a lo largo de las dos primeras temporadas de Fundación, se hace evidente que ni siquiera Seldon puede controlarlo. Su proyección digital –guardada en la Bóveda– se divide. En cierto punto, hay dos versiones de él.

Kalle y la resurrección de Hari Seldon
Ese quiebre tiene su punto más extraño en los episodio 3 y 4 de la segunda temporada: en una cueva en su planeta natal, Helicon, aparece la figura de Kalle (Rowena King) –autora del libro La Novena Prueba de Plegado–, una especie de entidad ancestral, símbolo religioso en la Fundación. A través de ella, la conciencia digital de Seldon es integrada –o reconfigurada– en un cuerpo humano real. No es una simple transferencia de datos. Es un renacimiento. Una resurrección física. Un regreso al mundo de los vivos, con todas sus limitaciones. Hari Seldon vuelve a ser cuerpo, vuelve a tener miedo, vuelve a equivocarse.
Lo que esa escena implica no es solo una rareza tecnológica, sino una ruptura con el principio básico del plan: que las personas no importan, que solo importan los patrones. Ahora importa él. Su presencia altera el equilibrio. Su regreso plantea una pregunta nueva: ¿qué lugar tiene el creador dentro de su propia creación?
Su ciencia, que pretendía neutralidad absoluta, empieza a mostrar un sesgo: todo plan que ignora el azar está condenado a subestimarlo.

La anomalía inesperada en el Plan Seldon
El mayor error de Hari Seldon –en la serie y en los libros– no es técnico, sino conceptual. Asume que el futuro puede predecirse siempre que no existan variables individuales fuera de escala. Que los grandes cambios son siempre colectivos. Que las excepciones no alteran el resultado. Y entonces aparece El Mulo.
El Mulo (Pilou Asbæk) es una anomalía. No es más fuerte ni más inteligente. Es diferente. Tiene habilidades mentales que le permiten modificar emociones, controlar decisiones, doblegar voluntades. No lo sigue la gente: lo adoran. En el modelo estadístico de Seldon, alguien como él no podía existir. No por censura, sino por límites de diseño. Cuando aparece, el plan se rompe. La Fundación tambalea. Y la psicohistoria deja de funcionar como mapa.
Ese colapso del modelo no anula la idea original de Seldon, pero la pone en contexto. Muestra que incluso las mejores predicciones tienen márgenes de error. Que incluso los planes más racionales dependen de lo que no se puede calcular. Que las personas –esas unidades que el modelo trataba como ruido– a veces se vuelven centro.
Hari Seldon: Ciencia, poder y fe
La figura de Hari Seldon en Fundación no es la de un científico que se equivocó. Es la de alguien que diseñó un sistema para sobrevivir a su propia desaparición. Su plan no incluía volver. Pero la serie lo hace volver. Lo reinventa. Lo mantiene activo, lo humaniza, lo complica. Y al hacerlo, plantea una tensión que atraviesa toda la obra: ¿es posible planificar el destino sin manipular a los vivos? ¿Es posible imponer una visión del futuro sin suprimir otras?
Hari Seldon responde con ecuaciones. Pero la serie, y los libros, insinúan algo más complejo. Que toda visión total del futuro corre el riesgo de volverse autoritaria. Que incluso los planes diseñados para el bien común pueden producir mitologías peligrosas. Y que, a veces, el caos no es un error: es la única forma de recuperar la libertad.
Al final, lo que queda de Hari Seldon no es una doctrina. Es una pregunta. ¿Puede la historia ser dirigida sin convertirse en dogma? ¿Puede una sociedad basarse en la ciencia sin hacer de ella una religión? ¿Puede alguien prever el futuro sin volverse prisionero de su propia visión?
Hari Seldon quiso diseñar un camino a través del colapso. Lo logró. Pero lo que dejó detrás no fue solo un plan. Fue un sistema que se reproduce solo. Una estructura que se impone incluso cuando ya no sirve. Como todo fundador, su mayor victoria fue desaparecer. Pero también su mayor error fue pensar que su ausencia no necesitaría correcciones.
DISPONIBLE EN APPLE TV+.
 
				 
															


