Andor: Mon Mothma, el último discurso | El Senado como simulacro político

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Cuarenta años después de su aparición en Star Wars, Andor construye alrededor de Mon Mothma una reflexión sobre los límites de la política institucional y el nacimiento de la disidencia.

Durante décadas, Mon Mothma fue una outsider del canon de Star Wars. Una senadora de presencia fugaz, introducida en El Retorno del Jedi (Richard Marquand,1983) con un rol protocolar: anunciar el ataque final a la segunda Estrella de la Muerte. Su breve discurso, pronunciado con tono grave y gesto contenido, bastó para inscribirla como un símbolo de autoridad civil, aunque carecía de un cuerpo narrativo o una historia propia. Representaba una idea de institucionalidad en medio de una saga dominada por jedis, contrabandistas y soldados, pero su rol se limitaba a esa función decorativa: un marco de legalidad alrededor de la violencia que realmente contaba.

Con el tiempo, otras apariciones expandieron mínimamente ese contorno. En La Venganza de los Sith (George Lucas, 2005), una escena eliminada mostraba su papel como parte de un bloque opositor en el Senado que advertía sobre el giro autoritario de Palpatine, pero su intervención no llegó al corte final. Más tarde, Rogue One (Gareth Edwards, 2016) recuperó su presencia como cabeza visible de la Alianza Rebelde, ya plenamente comprometida con la insurrección. Allí se consolidó como figura de referencia institucional del bando rebelde, aunque sin explorar los dilemas ni contradicciones de su camino político. Su autoridad era reconocida, pero no interrogada.

En Rebels (2017), esa autoridad adquiere un peso específico. Luego de la masacre de Ghorman –un operativo imperial que deja un número indeterminado de civiles muertos– Mothma rompe públicamente con el Imperio. Su mensaje, transmitido por holored, no sólo denuncia la represión sino que llama a unificar las células dispersas de disidencia. Es el punto de quiebre que transforma su disidencia en liderazgo insurgente. Pero, incluso allí, el foco está puesto en el gesto y no en el proceso: en la decisión política, no en el costo personal de sostenerla.

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Genevieve O’Reilly como Mon Mothma en Andor

Andor: Mon Mothma y el bloque opositor en el Senado Imperial

Recién con Andor –cuarenta años después de su primera aparición– su personaje se despliega con una intensidad nueva. Ya no es una senadora ejemplar, sino una figura escindida, atrapada entre un sistema que simula democracia y una realidad de control total. En lugar de mostrar el nacimiento triunfal de una líder rebelde, la serie construye el retrato de una mujer que se rompe en cámara lenta. Su transformación no está hecha de gestos épicos ni de revelaciones súbitas. Es un desgaste. Una erosión sostenida por el doble lenguaje, las alianzas forzadas y el miedo constante a ser descubierta. Mothma no se radicaliza: se queda sin opciones.

Desde sus primeras escenas, Andor retrata la lógica de una política de simulación. El Senado existe, pero no tiene poder. La legalidad se conserva, pero solo como escenografía. Las decisiones importantes se toman en otro lado, en despachos de la Oficina de Seguridad Imperial (ISB) o en reuniones cerradas del Consejo Imperial. El Parlamento ya no delibera: representa. Hace de cuenta que discute. Habla para que nada cambie. En ese espacio, Mon Mothma es una anomalía. No porque tenga una moral superior, sino porque aún cree que el lenguaje sirve para algo. Aún piensa que nombrar lo que sucede puede producir efectos. Su tragedia es comprobar que no.

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Caroline Blakiston como Mon Mothma en El Retorno del Jedi

Del protocolo a la insurgencia: La transformación silenciosa de Mon Mothma

El episodio 9 de la temporada 2 de Andor marca ese quiebre. Tras la masacre de Ghorman, Mothma toma la palabra en la Cámara con un discurso que ya no busca convencer. No hay cálculo, no hay táctica. Hay testimonio. “Senadores, amigos, colegas, aliados, adversarios, me presento ante ustedes esta mañana con el corazón pesado”, dice.

La frase parece seguir el protocolo habitual, pero el tono es otro. Lo que viene después es una acusación directa: “La conexión de esta Cámara con la verdad se perdió finalmente en la Plaza Ghorman. ¡Lo que ocurrió ayer, lo que pasó ayer en Ghorman, fue un genocidio no provocado! ¡Sí! ¡Genocidio! ¡Y esa verdad ha sido desterrada de esta Cámara!”. Es la primera vez que esa palabra se pronuncia en el Senado. Y es la última vez que alguien se atreve a decirla.

La masacre de Ghorman no fue un exceso, sino una operación planificada. El Imperio había infiltrado provocadores en una manifestación pacífica para forzar una reacción violenta, filmó los incidentes con cámaras estratégicamente ubicadas y difundió las imágenes para justificar la represión. Lo que parecía descontrol fue, en realidad, montaje. Un operativo diseñado para eliminar resistencia política en un planeta clave por sus recursos minerales. El objetivo no era el orden, sino el silencio. No disuadir la protesta, sino hacerla desaparecer. Lo que Ghorman pone en evidencia no es solo la brutalidad imperial, sino la conversión de la violencia estatal en espectáculo. La represión ya no se oculta: se administra, se muestra, se justifica.

El discurso de Mon Mothma no produce reacción. Los senadores bajan la vista, murmuran, abandonan sus escaños. Nadie responde. La palabra “genocidio” no genera repudio, sino incomodidad. La verdad no moviliza, aísla. Esa escena resume el colapso de la política tradicional: la legalidad se conserva, pero su vínculo con la realidad ha sido roto. El Senado no sirve para impedir las masacres ni para sancionar a sus responsables. Sirve para hacerlas pasar como necesarias.

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Diego Luna como Cassian Andor en el episodio 9 de la temporada 2 de Andor

Del compromiso a la ruptura: Los dos discursos de Mon Mothma

En ese instante, Mon Mothma deja de ser una senadora. Comienza a ser otra cosa. No porque abandone el Senado –eso ocurrirá minutos más tarde– sino porque abandona la esperanza de que el sistema se repare desde dentro. El ideal republicano al que dedicó su vida ya no puede salvarse. Lo que queda es elegir entre colaborar con la mentira o desertar. Ella elige la fuga.

Minutos después, Mothma huye. No hay margen para quedarse: el aparato de seguridad ya se mueve para arrestarla. Con ayuda de Cassian Andor y del circuito rebelde, escapa de Coruscant. Ya no forma parte del sistema. Ya no intenta repararlo. El ideal republicano al que dedicó su vida quedó atrás. Lo que sigue es otra política: sin toga, sin blindaje institucional, sin garantías.

Hay un segundo discurso que Andor no muestra, pero que ocurre apenas Mon Mothma logra huir de Coruscant. Ya lejos del alcance del Imperio, escoltada por Hera Syndulla y la tripulación del Ghost, transmite un mensaje a través de la holored. Habla desde la clandestinidad, sin Senado ni retórica oficial, pero con una convicción más nítida: “He aprendido que la paz no puede lograrse a través del compromiso con el Imperio”, dice.

Es la confesión de una derrota moral. Durante años, apostó a la moderación, a la persuasión, a los acuerdos. Creyó que el sistema podía reformarse. Que bastaba con resistir desde adentro. Que la política podía ganar tiempo. Pero el tiempo se agotó. El Imperio no negocia: solo aplaza. Su mensaje culmina con un llamado directo a la acción: “¡No descansaremos hasta poner fin a la tiranía del Imperio, hasta restablecer nuestra República! ¿Están conmigo?” Ese mensaje marca el inicio formal de la Alianza Rebelde como organización unificada.

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Genevieve O’Reilly como Mon Mothma en Rogue One: Una Historia de Star Wars

Mon Mothma como líder de la Alianza Rebelde

Su liderazgo dentro de la Alianza Rebelde no se basa en el carisma ni en el impulso épico. No tiene el aura de Leia, ni la audacia de Luthen, ni la mística de los Jedi. Mon Mothma encarna otra forma de autoridad: la del sostén. Lo que hace no es liderar una guerra, sino mantener unidos a quienes ya no confían en nada. Teje alianzas, organiza, modera, distribuye. No promete victoria, promete continuidad. Sabe que sin un mínimo orden, la rebelión puede colapsar en luchas internas. Su figura es la garantía de que el caos no se imponga del todo.

No hay gloria en su camino. Tampoco consuelo. Lo que hay es una ética. La ética de quien elige hablar cuando todos callan, y de quien elige seguir hablando incluso cuando ya nadie escucha. Esa decisión tiene un costo. Mon Mothma no tiene triunfos personales. No lidera batallas, no protagoniza hazañas. Su legado no está hecho de gestos grandilocuentes, sino de pequeños actos de obstinación. Mantener la palabra. Sostener una estructura. No rendirse del todo.

Su valor no radica en inspirar a las masas sino en mantener unido algo que apenas puede mantenerse unido. La Rebelión no es un bloque homogéneo sino un tejido frágil de facciones, militantes, traumas y estrategias. Mon Mothma será, desde entonces, la encargada de sostener ese precario equilibrio, con plena conciencia de que no hay garantías de victoria. Lo que sí hay, y eso lo tiene claro desde Ghorman, es una certeza: seguir negociando con el monstruo solo alimenta su apetito.

DISPONIBLE EN DISNEY+.

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