La Venganza de los Sith: Star Wars y la crisis del sistema democrático estadounidense

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A veinte años de su estreno, La Venganza de los Sith revela su densidad política con mayor claridad. Lejos de ser solo el origen de Darth Vader, retrata la caída de una democracia desde adentro y anticipa las preguntas que hoy atraviesan las ficciones distópicas.

Desde su origen en 1977, Star Wars fue leída como una fábula de aventuras espaciales con estructura mítica y espíritu rebelde. Pero más allá de la iconografía pop y el canon expandido, la saga creada por George Lucas puede pensarse también como una lectura política del poder, sus formas y sus desvíos. Entre todas sus entregas, Episodio III: La Venganza de los Sith (Revenge of the Sith) ocupa un lugar particular: es el momento en que el relato se vuelve trágico, la república cae y el héroe se convierte en verdugo. También es la más oscura y política de toda la saga. La que más renuncia a la esperanza.

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Hayden Christensen como Anakin Skywalker en La Venganza de los Sith

La Venganza de los Sith en el contexto de la política estadounidense

Estrenada en 2005, en plena ofensiva militar de Estados Unidos –con la invasión a Irak, la fabricación de pruebas falsas sobre armas de destrucción masiva, la legalización de la tortura, el espionaje interno y los campos clandestinos de detención–, la película opera como una alegoría sobre la erosión de los sistemas democráticos. En ese contexto, Lucas filmó la caída de la democracia galáctica. Y lo hizo en diálogo con un clima de época que, en los años siguientes, también atravesaría otras ficciones dedicadas a explorar la subjetividad frente al colapso institucional.

En su estreno, la película fue leída más como un cierre formal que como una declaración ideológica. La densidad política pasó a segundo plano ante el ruido digital y la nostalgia fallida. El fandom, aún marcado por la decepción de las precuelas anteriores, no supo identificar la radicalidad del relato. Con el tiempo, sin embargo, La Venganza de los Sith se volvió la pieza clave para entender todo el arco narrativo: no como origen de Darth Vader, sino como diagnóstico sobre el poder, su lógica interna y su capacidad de autodestrucción.

La Venganza de los Sith: La caída de la democracia galáctica y la crisis del poder

Lucas siempre pensó Star Wars como una advertencia disfrazada de mito. Su desconfianza hacia el poder centralizado, desde Richard Nixon hasta George W. Bush, atraviesa toda la saga. La caída de Anakin Skywalker (Hayden Christensen) es, en ese sentido, también la caída del sistema que lo formó: un Jedi que se vuelve Sith no porque sí, sino porque el propio sistema de creencias que lo contiene es incapaz de generar respuestas a sus dilemas. Busca contención, encuentra vigilancia; espera comunidad, recibe aislamiento. La traición es anterior a la deserción.

Mientras el cine mainstream estadounidense construía relatos de intervención heroica —de Black Hawk Down (Ridley Scott, 2002) a 24—, Lucas respondía con una alegoría sobre cómo los sistemas democráticos se autoerosionan. La frase de Padmé Amidala (Natalie Portman), “Así es como muere la libertad: con un estruendoso aplauso”, sintetiza ese giro. El problema no es sólo el surgimiento del emperador, sino el consentimiento que lo habilita. El Senado aplaude. Los Jedi dudan. La ciudadanía pide orden. El imperio aparece como una respuesta lógica dentro de una secuencia institucional sin sobresaltos.

La Venganza de los Sith no termina con esperanza. Termina con exilio. Con dos bebés separados. Con un guerrero derrotado que se aleja. Y con el sonido metálico de la respiración artificial de Vader, como indicio de que lo que sigue será aún más oscuro. Dos décadas después, escenas como la de Padmé o la Orden 66 circulan en redes como síntesis del colapso institucional. La película adquirió la densidad que el momento de su estreno no supo registrar.

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Darth Vader y Palpatine en La Venganza de los Sith

Cómo La Venganza de los Sith se adelanta a la ficción contemporánea

En esa dirección, anticipa –más que sus continuaciones– una serie de ficciones posteriores que se preguntaron por el rol de la subjetividad en contextos de poder autoritario. De Hijos del Hombre (Alfonso Cuarón, 2006) a Battlestar Galactica (2004/2010), de V for Vendetta (James McTeigue, 2006) a The Dark Knight (Christopher Nolan, 2008), de Andor (Tony Guilroy, 2022) a The Last of Us (Neil Druckmann, Craig Mazin, 2022), lo que se vuelve central es la pregunta por cómo sostener un sistema cuando sus valores ya no funcionan. Lucas había ofrecido una respuesta más dura: no se sostiene. Se convierte en otra cosa.

La era Disney de Star Wars, iniciada con la compra de Lucasfilm en 2012, retomó parte de esas inquietudes pero optó por otro enfoque. Si bien El Despertar de la Fuerza (The Force Awakens, J. J. Abrams, 2015) recupera la idea de resistencia frente a una nueva amenaza fascista, la saga de secuelas oscila entre la reproducción de fórmulas narrativas conocidas y una apuesta por el espectáculo.

Sin embargo, algunas producciones recientes como Andor recuperan el tono político y trágico de La Venganza de los Sith, al mostrar no solo la opresión, sino también los efectos que produce en quienes resisten. En Andor, el imperio no es una figura abstracta, sino una maquinaria concreta que transforma la subjetividad, impone rutinas de vigilancia y exige sacrificios individuales en nombre de un futuro que nunca llega.

A veinte años de su estreno, La Venganza de los Sith se consolida como algo más que el cierre de una trilogía: fue el inicio de una serie de preguntas que todavía organizan las ficciones distópicas y políticas contemporáneas. ¿Cómo se destruye una democracia? ¿Qué papel cumplen las instituciones en su caída? ¿Cómo se construye consentimiento en tiempos de crisis? ¿Quién es el enemigo cuando el sistema ya no garantiza ningún sentido de justicia?

La respuesta de Lucas sigue siendo brutal: el enemigo puede estar adentro. Y lo que se derrumba, muchas veces, ya estaba roto desde antes. Porque a veces el colapso no llega con un estallido, sino con estruendosos aplausos. Y lo que colapsa no es el sistema, sino la idea que teníamos de él.

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