Edén, dirigida por Ron Howard, se inspira en una historia que parece ficción pero ocurrió hace menos de un siglo. Ocho europeos abandonaron Alemania y otras partes del continente durante el ascenso del fascismo, buscando en una isla del Pacífico la posibilidad de empezar de nuevo. Eligieron Floreana, una de las islas Galápagos, con la idea de construir una sociedad libre, autosuficiente y aislada del mundo que se derrumbaba en Europa.

El experimento de Edén y su origen real
La película toma como punto de partida a Friedrich Ritter, un médico alemán interpretado por Jude Law, y a Dore Strauch (Vanessa Kirby), su antigua paciente y compañera. En 1929 dejaron Alemania y se instalaron en Floreana. Él sufría secuelas físicas y psicológicas de la Primera Guerra Mundial; ella padecía esclerosis múltiple. Los unía el rechazo a una civilización que, según ellos, había perdido toda moral. Su experimento personal pronto llamó la atención de periodistas y exploradores, que los presentaron como una versión moderna de Adán y Eva viviendo en su propio Edén.
La vida en la isla pronto se complicó. La llegada de nuevos pobladores –el matrimonio Wittmer (Daniel Brühl y Sydney Sweeney) con su hijo enfermo, y luego la baronesa Antonia Wagner von Wehrborn Bosquet (Ana de Armas) junto a sus dos amantes– rompió el equilibrio inicial. Cada grupo imaginaba su propia versión del paraíso. En pocos años, el Edén que habían soñado se convirtió en una comunidad fracturada, marcada por el aislamiento, la desconfianza y el deseo de poder.
El primer conflicto fue interno. Ritter pretendía demostrar que podía vivir sin depender de nadie, pero sus cartas y artículos publicados en medios europeos revelan otra cosa: necesitaba reconocimiento. En la práctica, también necesitaba ayuda. Cuando barcos de exploradores o periodistas norteamericanos pasaban por la isla, aceptaba regalos y provisiones. Lo que había comenzado como una experiencia de autosuficiencia se transformó en una forma de exhibición.
Edén y la utopía imposible
La tensión aumentó con la llegada de los Wittmer, que buscaban un clima más benigno para su hijo enfermo, y con la de la baronesa, que planeaba construir un hotel de lujo en medio de la isla. Cada uno defendía una visión distinta de la vida ideal. El médico alemán y su compañera querían un retiro ascético; los Wittmer aspiraban a una vida familiar simple; la baronesa perseguía una fantasía aristocrática en un escenario salvaje. La convivencia derivó en enfrentamientos, envidia y sospechas.
Ron Howard, que reconstruyó la historia en Edén tras visitar Floreana, entiende la película como un espejo contemporáneo. En su lectura, la utopía de los años treinta revela el mismo impulso que lleva hoy a huir de la sociedad o a imaginar un nuevo comienzo. Pero Howard evita la nostalgia y propone otra lectura: el problema no es el mundo que se deja atrás, sino la imposibilidad de escapar de uno mismo. “Arrastramos con nosotros a la sociedad –dice– porque somos la sociedad.”

Edén: La desaparición de la baronesa y las versiones del crimen
El punto de quiebre llegó en 1934, cuando la baronesa y uno de sus amantes desaparecieron sin dejar rastro. Ritter culpó a los Wittmer en una carta; otros señalaron a Rudolf Lorenz, el segundo amante de la baronesa, que aseguraba haber sido maltratado por ella. Según la escritora Abbott Kahler, autora del libro Eden Undone, es probable que Lorenz los haya matado con la complicidad del propio Ritter.
Nada se comprobó. Lorenz huyó en un barco pesquero noruego y su cuerpo fue hallado meses después en otra isla. Ritter murió poco después, envenenado por carne de pollo en mal estado. Su compañera Dore afirmó que fue un accidente, pero los testimonios de la época la contradicen: tardó más de un día en pedir ayuda. Esa demora alimentó la sospecha de que dejó que el médico muriera.
Dore regresó a Alemania y escribió sus memorias, Satan Came to Eden, donde atribuye los asesinatos a Lorenz y convierte a la baronesa en símbolo del mal. Décadas más tarde, Margret Wittmer publicó su propio libro, Floreana: A Woman’s Pilgrimage to the Galapagos, reivindicando su vida en la isla. Los Wittmer sobrevivieron y sus descendientes administran hoy un pequeño hotel en Floreana, en el mismo lugar donde intentaron construir su paraíso.

Edén: Ron Howard el reflejo contemporáneo
Howard y el guionista Noah Pink recuperan la historia como un estudio sobre el fracaso de las utopías. Más que reconstruir un crimen, Edén observa cómo la idea de pureza y renacimiento puede derivar en violencia. En ese sentido, el film no se limita a recrear una tragedia del pasado: examina un impulso que reaparece en cada época.
El contexto de la película –la Europa de entreguerras, marcada por el auge del fascismo– encuentra un eco evidente en el presente. Pink lo formula con una pregunta que atraviesa todo el film: “En tiempos de autoritarismo y miedo, ¿cómo se puede construir una sociedad mejor?” La respuesta, implícita, es que no hay salvación individual. Ningún refugio geográfico puede aislar del conflicto social o moral que se intenta dejar atrás.
En su reconstrucción de los años treinta, Edén evita el exotismo y la mirada romántica. Floreana no aparece como un paisaje idílico sino como un laboratorio humano, un espacio donde se prueban los límites del idealismo. La película sugiere que el sueño de empezar de cero no se desvanece, solo cambia de forma: desde los pioneros que huyeron del fascismo hasta quienes, un siglo después, fantasean con desconectarse del mundo o reinventarse lejos de todo.
La verdadera historia de Edén demuestra que la utopía, incluso en un paraíso natural, siempre termina enfrentándose con lo que pretendía negar: la naturaleza humana.
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