El regreso de Richard Linklater a la ficción histórica es una película de una sola noche, en un solo espacio, con un solo personaje al borde del colapso. Blue Moon sigue a Lorenz Hart –letrista, alcohólico, homosexual reprimido y genio trágico del musical americano– en la velada que marcó su ruptura definitiva con Richard Rodgers, su socio artístico por más de dos décadas. El lugar es el restaurante Sardi’s de Nueva York. La fecha, la noche del estreno de Oklahoma! (1943), el primer gran éxito de Rodgers junto a Oscar Hammerstein. El momento en que Hart queda solo.
Ethan Hawke interpreta a Hart con una mezcla de melancolía, rabia y lucidez que evita tanto el artificio como la caricatura. Debajo de la calvicie prostética y el alcohol, aparece la figura de un artista que ya no tiene lugar. Un hombre que lo tuvo todo y lo perdió, y que ahora observa cómo su legado es absorbido, reescrito y desplazado por una industria que no tolera desviaciones. A su alrededor, Linklater construye una película que parece escrita para teatro, pero filmada con la lógica del cine: planos largos, conversaciones sostenidas, y una tensión dramática que no necesita acción para mantenerse.
Blue Moon: Linklater y Hawke, una colaboración con historia
Linklater y Hawke llevan más de veinte años de trabajo conjunto. Empezaron en Antes del Amanecer (Before Sunrise, 1995), construyeron una trilogía que transformó el cine romántico, y experimentaron juntos con formatos como la animación filosófica (Despertando a la Vida), la grabación en tiempo real (Tape) o la narración en bloques anuales (Boyhood). Blue Moon continúa esa línea: un film que no busca la espectacularidad sino el registro, la contención, el ritmo interior de una escena que se estira sin vaciarse.
El guion es de Robert Kaplow, autor también de Me and Orson Welles, adaptada por Linklater en 2008. Acá trabaja con otra figura rota, otro artista de la era dorada que quedó desfasado de su tiempo. La diferencia es que esta vez no hay jóvenes promesas ni redención implícita. Hart no quiere entender el presente. Sólo quiere que alguien lo escuche.
El elenco rodea ese gesto sin intervenir. Margaret Qualley (La Sustancia, Drive-Away Dolls, Honey Don’t!), como una aspirante a actriz de espíritu jazzero; Andrew Scott (Ripley, Todos Somos Extraños), como el flamante Richard Rodgers en el momento más alto de su carrera; Bobby Cannavale (Vinyl, Blonde), como un barman que sirve y resiste. Incluso aparece Stephen Sondheim como Cillian Sullivan, un observador lateral de una época que empieza y otra que termina.
Blue Moon: Una escena que dura toda la película
Blue Moon es, en palabras del propio Hawke, “una película que es una sola escena”. Eso implica una exigencia de tempo, tono y desplazamiento interno poco habitual en el cine narrativo. Linklater vuelve a filmar como en Antes del Atardecer (Before Sunset), donde el desarrollo emocional sustituye la acción externa. Acá, la cámara apenas se mueve. El movimiento es del personaje.
La puesta está pensada como un estudio de clima: luces bajas, humo constante, ruido ambiente apenas perceptible, copas servidas con ritmo ritual. El conflicto no es físico, sino simbólico: Rodgers triunfa sin Hart, y Hart no puede aceptar que su caída no sea un error del sistema. La herida es pública, pero se filma como privada. La película tampoco busca juzgar al personaje. Solo lo deja hablar, equivocarse, resistirse y agotarse.
Blue Moon: Estreno limitado y recorrido en festivales
Blue Moon tuvo su estreno en el Festival de Berlín 2025, donde Andrew Scott recibió el Oso de Plata como mejor actor de reparto. Sony Pictures Classics la estrenará en Nueva York y Los Ángeles el 17 de octubre, con expansión a más ciudades una semana después (sin fecha confirmada en Argentina). Por ahora, no figura en las grillas de Telluride ni Toronto, pero se espera que forme parte del circuito de premios de fin de año, sobre todo en categorías como actor principal, actor de reparto, guion y dirección.
Las primeras críticas de Blue Moon han sido positivas. Con una aprobación del 95% en Rotten Tomatoes, la película fue elogiada por su contención, su densidad emocional y la precisión del guion. No es un film de consenso amplio. No lo busca. Su estructura, centrada en el diálogo, y su atmósfera cerrada, la posicionan más como una experiencia íntima que como un relato clásico. Pero en la carrera de Linklater, ocupa un lugar especial: es una síntesis de sus búsquedas, una forma de teatro filmado donde el tiempo, otra vez, lo dice todo.
Mirá el tráiler a continuación:
