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Crítica Teléfono Negro 2: Ethan Hawke y la llamada desde los sueños

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Teléfono Negro 2 desplaza el horror del sótano al inconsciente. Scott Derrickson convierte el sueño en territorio y el miedo en una conversación con los muertos.

En Teléfono Negro 2, Scott Derrickson vuelve a una casa que ya ardió. La primera película había cerrado todas sus puertas: el Grabber estaba muerto, los fantasmas descansaban, el teléfono había dejado de sonar. Pero el cine de terror vive de lo que regresa, de lo que insiste, de lo que no sabe morir. Por eso, cuando el timbre vuelve a vibrar cinco años después, lo hace como si ese teléfono, colgado entre la vida y la muerte, fuera un recordatorio que todo trauma necesita repetirse para poder entenderse.

Teléfono Negro 2 le permite a Derrickson reordenar su propio universo y lo transformarlo en otra cosa: de la habitación pasamos al aire helado de un campamento cristiano, donde el terror ya no se oculta en un sótano sino en la mente de alguien que sueña.

La nieve funciona como una inversión del encierro original. Donde antes había oscuridad y cemento, ahora hay un blanco infinito. Lo que se mantiene es esa sensación de aislamiento, de estar atrapados en un lugar donde las reglas normales no aplican. La claustrofobia no viene del espacio cerrado sino de la imposibilidad de escapar: el campamento está rodeado de nieve, cortado del mundo, y el Grabber (Ethan Hawke) –ahora convertido en una especie de Freddy Krueger rural– puede atacar tanto en los sueños como en la vigilia.

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Mason Thames como Finney en Teléfono Negro 2

Teléfono Negro 2: Del sótano al hielo, el nuevo territorio del miedo

Si Finney (Mason Thames) era el final boy de la película original, ahora la protagonista es su hermana Gwen (Madeleine McGraw), una adolescente que intenta comprender el origen de las visiones que heredó de su madre: sueños granulosos, imágenes que parecen grabadas en VHS, un mundo alternativo donde los muertos piden auxilio desde el otro lado de la línea. Lo que encuentra no es al asesino de esos chicos, sino su sombra: una presencia que persiste más allá del cuerpo, un mal que sólo existe porque alguien todavía lo recuerda.

El teléfono ya no es solo un aparato para recibir consejos de los muertos: ahora es portal temporal, una línea directa entre madre e hija a través de décadas. El dispositivo se vuelve puente genealógico, conexión con un pasado que no termina de irse. Porque Teléfono Negro 2 es una película sobre la herencia: Gwen recibe los poderes de su madre, pero también su maldición, su capacidad de ver cosas que nadie más ve, su obligación de conectar con muertos que siguen pidiendo ayuda.

El cine de Derrickson siempre tuvo una inclinación teológica. El director entiende lo sobrenatural menos como una amenaza que como la confirmación de un orden invisible. Aquí vuelve a enmarcar el conflicto en términos de cielo e infierno, salvación y condena. Los fantasmas son almas sin redimir, el mal es demonio literal, la fe cristiana es el arma contra el horror. Pero el guion –coescrito junto a C. Robert Cargill– está más interesado en el lenguaje de los sueños que en el mito religioso.

La fotografía de Pär M. Ekberg marca la frontera entre lo real y lo onírico de forma explícita: los planos se vuelven granulados, la imagen se satura, la cámara se mueve como si intentara entrar en la mente de Gwen. Teléfono Negro 2 no disimula su ADN y el amor de Derrickson por Pesadilla en Elm Street: la celebra, la cita, la reescribe con su propia sintaxis.

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Ethan Hawke como The Grabber en Teléfono Negro 2

Teléfono Negro 2: Scott Derrickson y el eco del trauma

Si en la primera película los fantasmas ayudaban a Finney, en Teléfono Negro 2 son las visiones de Gwen las que construyen el mapa del mal: escenarios donde se mezclan la voz de su madre, las súplicas de los muertos, los fragmentos de un pasado que pide reparación. Madeleine McGraw sostiene la película con autoridad. Su Gwen es retobada, impaciente, pero nunca deja de avanzar. Es una adolescente que no se comporta como adulta prematura ni como estereotipo. Su manera de enfrentar el horror es usando el miedo como una forma de conocer sus poderes sobrenaturales.

Por su parte, Mason Thames carga con el trauma de Finney: el chico que mató al monstruo pero quedó roto en el proceso. Su rabia es palpable, su incapacidad para seguir adelante también. Teléfono Negro 2 le da espacio a los hermanos para ser más que víctimas: son sobrevivientes intentando cerrar un círculo que empezó mucho antes de que ellos nacieran.

Ethan Hawke regresa, aunque su presencia es más fantasmática que física. Su máscara, ahora símbolo más que disfraz, se convierte en el rostro de lo que no desaparece. Y ese desplazamiento del monstruo hacia lo simbólico permite que el miedo sobreviva al propio asesino.

Derrickson sigue siendo un artesano del género, alguien que sabe construir tensión y liberar violencia con timing preciso. Teléfono Negro 2 es una secuela que entiende las reglas del género y decide cuáles romper. Es más grande que la primera, más ruidosa, más compleja.

Teléfono Negro 2 es una película sobre lo que persiste: los crímenes que no se olvidan, las voces que no callan, las heridas que se heredan. Una exploración sobre cómo el trauma se repite hasta volverse memoria. Lo que fue un teléfono desconectado se convierte en un idioma común entre vivos y muertos, entre lo que pasó y lo que todavía duele. Porque el miedo no desaparece: cambia de tono, de cuerpo, de década. Y el horror, al final, no está en el asesino, sino en todo lo que sigue sonando después del silencio.

Tráiler de la película:

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