La Luz Que Imaginamos (All We Imagine As Light) abre con Mumbai. Voces dispersas cuentan fragmentos de vidas: cartas leídas sobre imágenes de trenes, calles, edificios que parecen a punto de colapsar. El murmullo colectivo se instala antes que cualquier historia. Pero la historia llegará a través de tres mujeres que trabajan de enfermeras, que sostienen con sus cuerpos la rutina de una ciudad que mira con esa indiferencia que solo tienen los lugares que nunca duermen pero tampoco sueñan.
La directora Payal Kapadia organiza La Luz Que Imaginamos desde ese punto de partida: la dispersión de una ciudad que concentra y expulsa, la precariedad que atraviesa cada gesto. Sus protagonistas no son metáforas, ni ejemplos, ni símbolos. Son trabajadoras que solo tratan de no perderse en el tumulto. Prabha (Kani Kusruti), Anu (Divya Prabha), Parvaty (Chhaya Kadam). Una casada abandonada, una joven enamorada, una viuda sin casa. Lo que queda es la vida cotidiana con su mecánica feroz, su acumulación de pequeñas derrotas y pequeños alivios.

La Luz Que Imaginamos: Tres mujeres y la vida en Mumbai
La película muestra la intimidad de los detalles: un mensaje de texto en pantalla, un regalo inesperado, una conversación rota por la incomodidad. La cámara sigue a sus personajes con paciencia porque lo que importa está en la espera, en el modo en que se soporta la soledad o se roza un deseo. Es un cine de acumulaciones: cada escena suma un matiz a la textura general, que oscila entre el realismo seco y el ensueño.
La Luz Que Imaginamos –ganadora del Gran Premio en Cannes y una de las mejores películas de 2024– trabaja con la tensión entre lo material y lo imaginado. De un lado, la precariedad urbana: desalojos, papeles que faltan, la violencia silenciosa de la burocracia. Del otro, la persistencia de lo afectivo: un amor que no encuentra lugar, una ausencia que se cuela en un objeto doméstico, una amistad que resiste. El choque entre esas dos fuerzas define el tono: ni naturalismo ni fantasía, sino una mezcla inestable que se aproxima al recuerdo deformado por la memoria.
Hay un momento en que La Luz Que Imaginamos cambia de rumbo. Las tres mujeres viajan al pueblo natal de una de ellas. Allí, el mar, la costa, los bosques. Allí, también, un episodio que roza lo sobrenatural: un hombre ahogado revive gracias a la intervención de Prabha y se convierte en el vehículo de una voz que ella necesitaba escuchar. Esa escena descoloca, no porque rompa con lo anterior sino porque lo confirma: todo lo que vimos en la ciudad estaba ya atravesado por un aire de irrealidad. El cine, sugiere Kapadia, no distingue entre lo real y lo imaginado; todo cabe en la misma superficie luminosa.
La comparación con otros cineastas asiáticos es inevitable: Apichatpong, Lav Diaz, incluso Tsai Ming-liang. Pero lo que diferencia a La Luz Que Imaginamos es su anclaje en lo concreto: las condiciones laborales de las enfermeras, la presión inmobiliaria, los prejuicios religiosos que complican una relación. Lo onírico es la textura del presente donde se filtra lo fantástico, como si lo extraordinario no fuera otra cosa que la persistencia de lo ordinario bajo otra forma.

La luz como materia del cine y de la memoria
La Luz Que Imaginamos es también una reflexión sobre la luz. No en un sentido solemne, sino en su materialidad: la luz de la pantalla del celular que ilumina un rostro a escondidas, la luz azul que tiñe los uniformes, la luz de un proyector que hace reaparecer lo perdido. Kapadia entiende el cine como un ejercicio de resurrección: traer a la superficie lo que se creía ausente, hacer visible lo que parecía disuelto. Lo que no está vuelve a aparecer en forma de imagen.
Para Payal Kapadia, la vida de estas mujeres merece ser filmada con cuidado, sin adornos ni simplificaciones. Mostrar que la épica puede estar en la repetición de un turno nocturno, en el gesto de encender un electrodoméstico, en la torpeza de un mensaje amoroso. Al final, La Luz Que Imaginamos queda suspendida, como si continuara más allá de la pantalla. Su verdadera apuesta es hacernos creer que la vida de esas tres mujeres continúa, que los desalojos, las cartas, los mensajes de texto no se detienen. El cine no como escape sino como insistencia: imágenes que prolongan lo real en otro plano.
La Luz Que Imaginamos se queda en los silencios entre palabras, en la memoria de una ciudad filmada como un organismo que asfixia y sostiene, en la certeza de que imaginar también es una forma de resistir. Y que, a veces, lo que imaginamos como luz alcanza para seguir andando en la oscuridad.
 
				 
								


