Crítica Noise: Sonidos del Más Allá | La forma invisible del terror

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Noise muestra cómo un departamento en Seúl puede volverse una trampa acústica: la violencia detrás de las paredes, la soledad en medio de la multitud y el miedo escondido en cada vibración.

Kim Soo-jin convierte el ruido en arma blanca. Su ópera prima, Noise: Sonidos del Más Allá, construye el terror desde el vacío: cada rumor pesa más que cualquier grito, cada vibración cobra vida propia. La directora no necesita explicar qué es lo que acecha en los departamentos de Seúl. Lo que queda es la arquitectura implacable del miedo cotidiano, filmado como si el terror viviera en los espacios que hay entre los sonidos.

El cine coreano, un país donde el precio de la vivienda es una obsesión nacional, ha demostrado una capacidad especial para convertir el hogar en apocalipsis. Si en Parásitos el subsuelo era el escondite de un país entero, aquí el ruido es la forma de hablar de un sistema que margina a quienes no pueden elegir dónde vivir. Lo esencial es el entorno: los departamentos subsidiados donde se escucha todo, la presión de convivir con desconocidos, la violencia que se esconde detrás de las puertas cerradas. El ruido es la traducción de la crisis habitacional. No es solo un fenómeno físico: es el recordatorio de que no hay escapatoria de los demás.

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Lee Sun-bin como Ju-young en Noise: Sonidos del Más Allá

Noise: Sonidos del Más Allá | La arquitectura del miedo urbano

Noise comienza con Jun-hee, una joven que ya está al borde del colapso por los sonidos que escucha desde su departamento. Lo que sigue no es la repetición del modelo “casa embrujada”, sino la insistencia de un malestar que no se ve pero se escucha, que no se toca pero perfora. El ruido es constante, inasible, y cada intento de silenciarlo solo lo multiplica. Hasta que un día, Jun-hee desaparece.

Su hermana, Ju-young (Lee Sun-bin), vive en ese limbo específico de quienes traducen el mundo a través de aparatos. Su condición –una mujer con problemas de audición– introduce un doble filo: escucha menos que los demás, pero lo que oye la quiebra más. Ju-young no es una víctima pasiva: investiga la desaparición de su hermana, busca, se enfrenta a lo que no entiende. Se mueve en silencio, mide, resiste. Cada movimiento amenaza con cortar, pero la alternativa es quedarse inmóvil para siempre.

La desaparición de Jun-hee funciona como un agujero negro narrativo. Kim Soo-jin no ofrece pistas falsas: simplemente documenta el proceso por el cual una persona se evapora de la realidad sin dejar rastro, como si preguntara si es posible desaparecer completamente o si siempre quedamos vibrando en alguna frecuencia que solo algunos pueden detectar.

En Noise, lo sobrenatural se mezcla con lo social, lo psicológico con lo policial. A ratos es una historia de fantasmas, a ratos es una radiografía del pánico urbano. Los departamentos no son hogares sino celdas con ventanas. La arquitectura se vuelve pesadilla: vecinos que se quejan del ruido del departamento vacío, pasillos que conducen siempre al mismo lugar, puertas que se abren solas, paredes que parecen respirar el malestar ajeno.

Noise es una película irregular, pero tiene la voluntad suficiente de diferenciarse del terror industrial con su atención obsesiva al detalle acústico, la mirada sobre la vida urbana, el intento de convertir un problema cotidiano –el ruido de los vecinos– en un motivo de horror. Su fuerza está en su diseño sonoro. En cómo transforma lo invisible en físico, lo intangible en material.

Donde otras películas añaden capas de ruido para generar tensión, Noise las quita hasta llegar a lo esencial: el zumbido de las lámparas fluorescentes, el goteo de una llave mal cerrada, el crujido de huesos que se acomodan en la silla. El horror no vive en lo que escuchamos, sino en lo que intuimos que está sonando justo fuera de nuestro rango de percepción.

Noise quiere hablar de la relación entre hermanas, de la violencia doméstica, de la burocracia de las asociaciones de vecinos, de la fragilidad de la salud mental y de los fantasmas que se cuelan en todas esas grietas. El resultado es una película que funciona como cámara anecoica: un espacio donde el silencio se vuelve tan denso que empiezas a escuchar tu propio sistema circulatorio. Kim Soo-jin documenta los ruidos que hacemos cuando creemos que nadie nos está escuchando, sin saber que siempre hay alguien al otro lado de la pared, construyendo su propia neurosis.

Tráiler de la película:

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