Desastre Inminente (2021): La cuenta regresiva

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En Desastre Inminente (Blast), bajo la superficie de un thriller convencional late una meditación sobre el tiempo suspendido y las revelaciones que emergen ante la inminencia del fin.

Hay películas que nacen de una idea simple y se sostienen en la capacidad de tensarla hasta el límite. Desastre Inminente (Blast), del debutante Vanya Peirani-Vignes, empieza así: una madre, sus dos hijos, un coche en París, una bomba. Lo que sigue no es tanto un thriller como un laboratorio del encierro.

El dispositivo es mínimo: un espacio cerrado, un tiempo contado, una amenaza invisible que define cada movimiento. Y, sin embargo, en esa economía de recursos la película encuentra su naturaleza: una atmósfera sostenida que habla menos de terrorismo que de la fragilidad cotidiana, de cómo una vida normal puede estallar sin previo aviso.

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Nora Arnezeder como Sonia en Desastre Inminente

Desastre Inminente: Minimalismo francés

Cuando Sonia (Nora Arnezeder) intenta encender el motor de su auto, las puertas se bloquean y queda encerrada con sus hijos. Una cuenta regresiva de 30 minutos aparece en la pantalla. La luz que parpadea debajo del tablero le da una pista: cualquier intento de salir, cualquier movimiento brusco puede hacer estallar la bomba que le colocaron. 

Sonia trabaja para una empresa del rubro, desactivando explosivos y minas terrestres en zonas de guerra. Sus colegas Igor (Rasha Bukvic) y Camile (Sara Mortensen) aparecen rápidamente en escena y la película funciona como un detallado documental del procedimiento que se realiza en estos casos. No necesita demasiado para ir manejando la tensión en aumento: sólo el reloj cada vez más cerca del cero. Peirani-Vignes va creando contrapuntos en el relato que dosifican la información sobre las causas del atentado: un caso de corrupción que llevó a la matanza de chicos en una escuela en Ucrania.

Desastre Inminente intenta ser una película de suspenso que no tiene acción. Peirani-Vignes se concentra en los detalles: el sudor en la frente, la vibración de un celular, el crujido del tapizado del auto. La falta de movimiento se compensa buscando líneas alternativas para sostener el nivel dramático –política armamentista, reproches familiares, un pasado traumático–, que hacen que Desastre Inminente se mueva entre el thriller, el melodrama y el oportunismo político. 

En los últimos años el cine de encierro –de Buried a Encerrado, de Oxygen a The Guilty– se volvió un género en sí mismo: un cuerpo atrapado, una voz del otro lado de la línea, un tiempo que corre. Desastre Inminente se suma a esa lista sin apostar por la espectacularidad tecnológica ni a la psicología desbordada, sino por buscar una especie de calma forzada: una madre que no puede moverse mientras todo su instinto le pide lo contrario.

La paradoja es el corazón de la película: el amor maternal, ese impulso que suele representarse con violencia o heroísmo, aquí exige lo opuesto: la inmovilidad, la contención, la obediencia. El cuerpo que salva es el cuerpo que no se mueve.

Desastre Inminente se inscribe en la tradición de un cine francés reciente que usa el realismo como arma para pensar el terror como experiencia del miedo. La bomba es un pretexto, lo central es el cuerpo que no puede moverse. En esa imposibilidad hay un intento de metáfora: la vida contemporánea como un campo minado donde cualquier error puede costar todo.

En un tiempo en que muchas películas buscan el ruido, Desastre Inminente apuesta por el silencio como detonador.

Tráiler de la película:

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