Claudia Cardinale (1938-2025): El último mito del cine italiano | 10 películas esenciales

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Actriz nacida en Túnez, convertida en símbolo del cine italiano, Claudia Cardinale atravesó los 60 con Fellini, Visconti y Leone, y quedó fijada para siempre en imágenes que resumen el esplendor y las contradicciones de una época.

Murió Claudia Cardinale. Tenía 87 años, que es mucho para cualquiera pero nada para la que fue la mujer más linda del mundo en los 60’s, cuando el mundo todavía creía que el cine y la revolución y la belleza podían salvarlo. Se murió en Francia, en Nemours, cerca de París, rodeada de sus hijos, como si al final la vida fuera eso: un largo viaje para encontrar el lugar donde morirse tranquilo.

Porque Claudia Cardinale siempre fue una viajera. Nació en 1938 en La Goulette, Túnez, hija de sicilianos que habían ido a buscar fortuna al norte de África. Su padre vendía máquinas de coser, su madre era ama de casa, y ella era una chica que hablaba árabe, francés e italiano y que todavía no sabía que iba a convertirse en el sueño húmedo de media humanidad.

Un par de escenas bastaron para volverla inmortal: entrando al salón en El Gatopardo, encarnando un fantasía imposible en 8 ½, sola frente a un Oeste de pistoleros en Érase Una Vez en el Oeste. Desde entonces vivió en suspenso, como un eco, como un fantasma que aparecía cada tanto en una película, en un festival, en una entrevista, en una foto que nos recordaba que aún estaba ahí.

La vida de Claudia Cardinale fue, como suele pasar con las grandes actrices europeas del siglo XX, un glorioso malentendido. Llegó a Roma en los 50’s, cuando Roma era la nueva Hollywood y Cinecittà el lugar donde se inventaban los mitos. Claudia no soñaba con ser actriz: la empujaron a un concurso de belleza y lo ganó. No se trataba de vocación sino de destino. Y el destino de Cardinale era ser un rostro improbable: esa mezcla de fuerza y dulzura, ojos árabes en un cuerpo mediterráneo, voz ronca, inconfundible, como si tan joven ya hubiera fumado demasiado.

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Claudia Cardinale, la musa de Fellini en 8 1/2

Claudia Cardinale en los 60: La década prodigiosa

El cine italiano de los 60’s la necesitaba. Venía de Sophia Loren, de Gina Lollobrigida, de la exuberancia sureña, y de pronto aparecía esta mujer distinta: Claudia Cardinale ofrecía otra sensualidad, más moderna, más reticente. Fellini la convirtió en la amante perfecta de 8 ½: el deseo del director hecho cuerpo, pero también la mujer real que sabía que era una fantasía y que sufría por eso. “Non ho capito niente”, dice, y en esa frase estaba toda la película, toda la vida: nadie entiende nada.

Visconti la elevó a aristócrata en El Gatopardo, donde bailó con Lancaster en una de las escenas más recordadas de la historia del cine italiano. Leone la filmó en Érase Una Vez en el Oeste y la convirtió en desesperación: Claudia era puro deseo y pura tristeza, la mujer que sabe que los hombres la quieren pero que también sabe que la van a dejar.

Claudia Cardinale nunca ganó un Oscar, nunca tuvo el reconocimiento internacional de Loren, nunca fue la embajadora oficial de Italia. Y, sin embargo, fue más sutil, más inquietante, más difícil de encasillar. Loren era la madre eterna, la campesina convertida en diva; Cardinale era otra cosa: la modernidad en su más pura materialidad.

Pero nada fue tan simple. Su carrera empezó con una trampa: cuando tenía 17 años quedó embarazada. La industria, que ya la había marcado como promesa, la presionó para ocultar el hijo. Durante años, Cardinale fue madre en secreto: lo hizo pasar por su hermano menor. Eso la persiguió, pero también la protegió. Fue, de alguna manera, su primer papel: el de la joven actriz libre de cargas, lista para ser moldeada por directores y productores. La realidad estaba en otro lado: ella ya había vivido más de lo que cualquiera de sus personajes podría imaginar.

El cine europeo de los 60’s fue su territorio. En menos de diez años trabajó con los más grandes: Fellini, Visconti, Leone, Germi, De Sica, Blake Edwards, Richard Brooks. Era la época en que Italia producía decenas de películas y cada una encontraba un público internacional. Cardinale fue el rostro de esa abundancia, de esa convicción de que Europa podía competir con Hollywood. Después, claro, vino el declive. A partir de los 70’s, la industria italiana empezó a perder terreno, y con él sus estrellas. Cardinale siguió trabajando, pero ya sin la misma intensidad. Se convirtió en lo que se convierten casi todas: en una actriz de prestigio, convocada para papeles secundarios, reverenciada en festivales.

El largo después

Mientras Loren se dedicaba a ser monumento, Claudia Cardinale siguió apareciendo en películas de segunda, en proyectos arriesgados, en cine africano, en coproducciones que ya nadie recuerda. Había en eso una obstinación, una resistencia: no quería ser reliquia, quería seguir en movimiento. Ese movimiento la mantuvo, en cierto modo, joven: la Cardinale de los 80’s, de los 90’s, ya no era diosa pero tampoco era un cadáver viviente. Seguía probando, seguía buscando.

Ahora que murió, lo que queda es la certeza de que fue parte de una época en que el cine todavía podía crear dioses. Actrices como Claudia Cardinale, Sophia Loren, Brigitte Bardot, Jean Moreau, no eran solo intérpretes: eran mitologías. Una película se construía alrededor de ellas, no al revés. Eran presencias antes que personajes. Cardinale podía entrar en cuadro y todo cambiaba: su andar, su mirada, su voz eran suficientes para reescribir la escena. En los 60’s, una película era Claudia Cardinale o no era nada.

Y, sin embargo, fue también víctima de su tiempo. Nunca logró escapar del encasillamiento, nunca fue directora, nunca escribió su historia. Su vida estuvo administrada por otros: productores, directores, managers. Quizá por eso, en sus últimos años, se dedicó a causas sociales: trabajó por los derechos de las mujeres en África, habló de violencia doméstica, denunció abusos. Quizás buscó en las causas sociales todas las promesas que el cine no cumplió.

Murió Claudia Cardinale y el mundo es un poco menos bello. Quedan las películas, las fotos, los recuerdos. Pero ya no está ella, con esa sonrisa que prometía todo y nada, con esos ojos que parecían saber secretos que nunca iba a contar. Se fue la última de las divas de verdad, de esas que bastaba con que aparecieran en una pantalla para que el mundo se detuviera a mirarlas.

Claudia Cardinale: 10 películas esenciales

8½ (1963)

En la obra maestra de Fellini, Claudia Cardinale era la musa imposible, la mujer que existía más en los sueños del protagonista que en la realidad, pero que sin embargo tenía más vida que todas las mujeres reales juntas. Fellini entendió algo que otros directores tardaron años en descubrir: que la belleza de Cardinale no necesitaba explicación, solo contemplación.

El Gatopardo (1963)

Junto a Burt Lancaster y Alain Delon, Claudia Cardinale encarnó a la burguesa siciliana que seduce al príncipe decadente en el crepúsculo de una época. Visconti la filmó como si fuera un cuadro renacentista que hubiera cobrado vida: cada plano con ella era una lección magistral sobre cómo el cine puede convertir un rostro en arquitectura.

La Pantera Rosa (1963)

Blake Edwards descubrió que Claudia Cardinale podía ser divertida sin dejar de ser devastadoramente hermosa, que podía hacer comedia sin convertirse en caricatura. Como la esposa infiel que maneja a Peter Sellers con la elegancia de quien sabe que su belleza es un arma más sofisticada que cualquier pistola.

Érase Una Vez en el Oeste (1968)

Sergio Leone la convirtió en el corazón moral del western más épico jamás filmado. Claudia Cardinale era la viuda que llega al desierto americano con sus secretos europeos, la mujer que entiende que en el Oeste la supervivencia es una forma de arte y que ella dominaba esa forma como pocas.

Los Profesionales (1966)

Richard Brooks la dirigió como la mujer por la que vale la pena cruzar el desierto mexicano, pero también como la mujer lo suficientemente inteligente para manipular a los hombres que creen estar rescatándola. Claudia Cardinale demostró que podía sostener un western de acción con la misma facilidad con que sostenía un drama psicológico.

Cartouche (1962)

Junto a Jean-Paul Belmondo, Claudia Cardinale era la ladrona aristocrática que robaba corazones con la misma eficiencia con que robaba joyas. Philippe de Broca entendió que su belleza funcionaba mejor cuando estaba ligeramente despeinada, ligeramente peligrosa, ligeramente fuera de control.

La Ragazza di Bube (1963)

En esta película de Luigi Comencini, Cardinale interpretó a la mujer que ama a un ex partisano convertido en bandido, demostrando que podía cargar sobre sus hombros el peso de la Italia de posguerra sin perder ni un gramo de su magnetismo natural.

Blindman (1971)

En este spaghetti western con Ringo Starr, Cardinale era la mexicana que sobrevive en un mundo de hombres violentos usando su inteligencia como escudo y su belleza como espada. Una lección sobre cómo el carisma puede ser más letal que cualquier revólver.

La Noche Americana (1973)

Truffaut la dirigió como la actriz italiana que llega a un rodaje francés y trastorna la vida de todos sin proponérselo. Era Cardinale interpretándose a sí misma: la estrella extranjera que entiende que el cine es un juego y que ella siempre ha jugado mejor que los demás.

Confidencias (1974)

En el último gran film de Visconti, Claudia Cardinale era la mujer madura que irrumpe en la vida ordenada de un profesor jubilado, demostrando que su belleza había evolucionado hacia algo más complejo: una sensualidad intelectual que hacía que cada una de sus apariciones en pantalla fuera un acontecimiento.

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