Lo primero que hay que entender sobre Daaaaaalí! es que no es una película sobre Salvador Dalí. Es una película sobre la imposibilidad de hacer una película sobre Salvador Dalí. Los bigotes apuntan al cielo como antenas buscando señales de otros mundos. Cinco actores franceses se reparten la tarea de interpretarlo. Pero del pintor sólo está su cáscara, su carcajada, su impostura. La provocación de la película no es mostrar al genio catalán sino cercarlo, rodearlo, bailar alrededor de su figura sin nunca atreverse a tocarla.
La trama de Daaaaaalí! –que se esfuerza constantemente por evitar cualquier narrativa lineal– sigue a una periodista francesa, Judith (Anaïs Demoustier), que intenta entrevistar a Dalí. Hay un corredor de hotel que parece infinito, sueños dentro de sueños, curas que cuentan pesadillas, y siempre la sensación de que estamos a punto de llegar a algún lado para descubrir que no hay ningún lado al que llegar.
Daaaaaalí!: 5 actores en busca de personaje
Édouard Baer camina interminablemente por el pasillo del hotel, Jonathan Cohen arrastra las erres en una caricatura del acento español, Gilles Lellouche camina hacia atrás, Pio Marmaï observa llover perros de juguete, Didier Flamand mira el mar desde su silla de ruedas. El director Quentin Dupieux convierte al surrealismo en un parque temático donde cinco actores juegan a ser genios. “El surrealismo soy yo”, decía el verdadero Dalí. Dupieux responde: “El surrealismo es todos o no es nadie”.
El recurso de los múltiples actores interpretando a un solo personaje no es nuevo. Todd Haynes lo utilizó de manera magistral en I’m Not There para capturar la esquiva figura de Bob Dylan. Pero allí había un método, un propósito: cada actor representaba una faceta distinta del músico. En Daaaaaalí!, los cambios parecen arbitrarios, caprichosos, como si el director estuviera jugando a los dados con su propio dispositivo narrativo. No hay método, solo un simulacro de locura.

Daaaaaalí!: La imposibilidad de Dalí
Dupieux está obsesionado con una idea: el cine ya no puede sorprender, ya no puede provocar, ya no puede mostrar. Un Perro Andaluz –el cuchillo cortando el ojo, esa imagen brutal que sigue siendo la mejor definición del surrealismo: un acto de violencia contra la mirada convencional– ya se filmó. Después vinieron las vanguardias, el cine experimental, David Lynch y ahora TikTok. Ya no queda nada por inventar. ¿Entonces?
Entonces filma un biopic que no cuenta ninguna vida, un documental donde las cámaras nunca filman, un surrealismo que no rompe nada. La Francia de los 70’s amaneció con un Dalí viejo, comercial, vendido. El artista que había escandalizado ya no escandalizaba: se había convertido en marca. El bigote era un logo, la mirada enloquecida un sello de autenticidad. Dalí ya no pintaba cuadros sino su propia imagen en programas de televisión. Daaaaaalí! ocurre en esa época o en ninguna, porque el tiempo en esta película es elástico, maleable, como si los relojes se hubieran derretido.
Dupieux intenta mostrar a todos los Dalí –el joven provocador, el artista consagrado, el anciano confinado a una silla de ruedas mirando el mar desde su casa en Portlligat– pero sólo se queda en su caricatura. Daaaaaalí! no es una biografía, es una anti-biografía. No es un retrato, es un anti-retrato. “La belleza será comestible o no será”, decía Dalí en una de esas frases vacías que tanto gustaban a los críticos. Dupieux responde con una película breve, fragmentada, sin clímax, sin revelación, sin sentido. Una película que se niega a satisfacer cualquier expectativa, que frustra todo intento de comprensión.
Daaaaaalí! y el cadáver exquisito del surrealismo
Daaaaaalí! toma a uno de los iconos del siglo XX y lo reduce a un chiste malo repetido cinco veces. Si el surrealismo nació para destruir el arte, la película nace para mostrar la muerte del surrealismo: una revolución convertida en mercancía, en espectáculo, en nostalgia. Daaaaaalí! es ese gesto: la negación final de cualquier posibilidad de trascendencia a través del arte.
La película está llena de guiños al universo Dalí: las reconstrucciones de Fuente Necrofílica que Fluye de un Piano de Cola y The Fine and Average Invisible Harp, dos pinturas de 1932, que aparecen como tableaux vivants; el sueño interminable del cura que nos remite a El Fantasma de la Libertad de Buñuel; el anciano que observa el mar desde Portlligat. Pero estos guiños no funcionan como citas, como referencias cultas para iniciados, sino como fragmentos dispersos de un mundo que ya no podemos reconstruir.
Es fácil ver Daaaaaalí! como una frivolidad, como un chiste sin gracia. Y tal vez lo sea. Pero hay algo más: una melancolía profunda, la tristeza de quien sabe que el escándalo es imposible, que el arte ya no puede cambiar nada. La crítica dirá que es un homenaje, que es una deconstrucción, que es una reinvención. Pero Daaaaaalí! no es nada de eso: es, simplemente, un espejo que nos devuelve nuestra propia mirada fatigada, nuestra incapacidad para sorprendernos, nuestra necesidad de consumir incluso aquello que nació para no ser consumido.
Seis aes en el título, noventa años desde Un Perro Andaluz, cinco actores para un personaje, 70 minutos de película. La suma: el surrealismo ha muerto. Que viva el surrealismo.
 
				 
								


