En el episodio 5 de Dexter: Resurrección, Harrison habla de su padre como si fuera una especie de mito: “Eres como un maldito villano de película de terror”. No hay ironía, apenas una constatación amarga. Y sí, hay algo de Michael Myers en ese hombre que siempre se levanta, aunque la lógica diga que no debería. Algo de Jason Voorhees en esa presencia obstinada que se niega a desaparecer del mapa, de la mente y –sobre todo– de la vida de su hijo.
Incluso si el final de New Blood lo dejó tirado en la nieve con un balazo en el corazón, Dexter Morgan (Michael C. Hall) encontró la forma de volver. Porque lo suyo no es solo sobrevivir: es volver para ajustar cuentas.
El episodio 5 de Dexter: Resurrección arranca justo en ese umbral. Harrison (Jack Alcott) lo ve, vivo, delante de él, y la sorpresa no es alivio sino una grieta más en un muro que ya estaba resquebrajado. No hay abrazo ni lágrimas; solo un silencio tenso, cargado de todo lo que no se ha dicho y de lo que sí, pero no se perdona. Dexter, fiel a esa mezcla suya de franqueza incómoda y torpeza emocional, intenta acercarse hablando de lo único que cree que comparten: la oscuridad. Entre flashbacks de la precuela Dexter: Pecado Original, le confiesa que, a su edad, pensaba en matar todo el tiempo, como si eso fuera un terreno común en el que pudieran encontrarse.
Pero la grieta no se cierra: se profundiza. Harrison no es como él. Sí, mató a Ryan Foster, pero en su cabeza no hay liberación ni lógica de código. Hay insomnio, hay culpa. Lleva con él el reloj de Ryan, un tic-tac constante que le recuerda que mató a un hombre. Dexter le ofrece cargar con ese peso, guardarlo, protegerlo. Es un gesto literal y simbólico: quiere quitarle el objeto y, con él, el peso del crimen. Harrison le entrega el reloj, pero no quiere su ayuda, no quiere cenas ni charlas ni simulacros de normalidad. “No puedes volver de entre los muertos y actuar como si todo estuviera bien”.

Dexter: Resurrección, episodio 5: La noche que Lady Venganza cayó
Ese rechazo golpea más fuerte de lo que Dexter está dispuesto a admitir. Entra entonces en escena Mia (Krysten Ritter) –Lady Venganza–, con la que comparte una química enrarecida y, según él, una afinidad peligrosa. Una llamada, una cita, y ahí están, en una pista de bolos, dejando que el roce de los pies bajo la mesa y las frases cargadas de doble sentido rellenen los huecos. Hablan de la dificultad de mostrar quiénes son en realidad a quienes tienen cerca. Mia lo dice como una confesión, Dexter lo recibe como una invitación.
Ella lanza la propuesta: ¿y si hacemos un ménage à trois? No es un juego de palabras; es literal. Un “dos contra uno” donde el tercero sería la víctima. Dexter siente el cosquilleo de la tentación, pero Harry (James Remar) –su conciencia en forma de fantasma– le recuerda que no hay nada más peligroso que un socio en este negocio. Y menos uno que ya se ha ganado un apodo mediático.
La duda se resuelve sola, y rápido. En una segunda cita, Mia muestra sus cartas. No es una vengadora con un código moral: es una depredadora. Ya no mata solo a violadores; ahora mata porque le gusta. No hay filtro, no hay selección. “Cualquier conductor servirá”, dice, y esa frase basta para que Dexter vea el abismo que se abre delante. No la detiene, pero tampoco la acompaña. La deja ir, con la certeza de que esa noche alguien morirá.
Es entonces cuando el plan cambia. Desde un edificio vecino, Dexter observa cómo Mia lleva a un hombre a su departamento. Lo ve tambalearse, lo ve recibir un botellazo y caer. No es el momento de acercarse con bisturís y plásticos; es el momento de marcar al 911 y disfrazar la voz. En tono de ciudadano asustado, denuncia que Lady Venganza está atacando a alguien. La policía irrumpe justo cuando Mia está a segundos de iniciar la tortura. Mia es arrestada, y en su apartamento encuentran, entre sus trofeos, el reloj de Ryan Foster.

Dexter: Resurrección, episodio 5 | Un instante de tregua entre padre e hijo
Pero en Dexter: Resurrección, los círculos de sospecha no se rompen tan fácil. Ángel Batista (David Zayas), con ese instinto curtido por años de perseguir fantasmas, no compra la versión oficial de que Lady Venganza mató a Ryan Foster. Wallace, la detective que olfatea las grietas, quiere interrogar a Mia de inmediato. Y Charley (Uma Thurman), la ejecutora fría de Leon Prater (Peter Dinklage), aparece en la celda de Mia con una promesa envenenada: su estancia será “cómoda y corta”. El adjetivo que importa es el último, y el subtexto es una sentencia.
Harrison se entera de que otra persona carga ahora con la culpa de Ryan. Y eso, paradójicamente, lo lleva de nuevo a la puerta de Dexter. Hablan, por fin, sin disfraces. Dexter se desnuda de excusas: reconoce que su egoísmo mató a Rita, que Harrison no es como él, y que no quiere que lo sea. Le pide que sea diferente, que se mantenga limpio, que no repita su camino. “Tú eres mi razón para vivir”, le dice. Y Harrison, rompiendo la distancia física y emocional, le toca la mano: “Tú eres todo lo que tengo”.
Es un instante breve, pero cargado. El episodio 5 de Dexter: Resurrección no muestra una reconciliación plena, sino un alto el fuego. Afuera, los engranajes de sospechas, venganzas y lealtades frágiles siguen girando. Adentro, padre e hijo comparten algo parecido a la paz. Un respiro antes de que la próxima marea llegue.
Porque Dexter, como dijo Harrison al principio, es como un villano de película de terror: no muere. Y mientras esté vivo, el peligro nunca se va del todo.
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