Casi sin ruido, pero con una potencia acumulada durante dos décadas, 28 Days Later (Exterminio) ha regresado al centro de la conversación global. Mientras la maquinaria publicitaria prepara el terreno para 28 Years Later (Exterminio: La Evolución), el cierre (o reinicio) de una trilogía que redefinió el cine de zombis, la película original de Danny Boyle –estrenada en 2002 con un modesto presupuesto de 8 millones de dólares– vuelve a escalar posiciones en los rankings de streaming. Según datos de JustWatch, el film protagonizado por Cillian Murphy se ubicó el 9 de junio como la quinta película más vista a nivel global, detrás de títulos como El Contador 2 y Depredador: Cazador de Asesinos.
En su momento, 28 Days Later fue un golpe de frescura y furia: transformó a los zombis en criaturas veloces, rabiosas, y completamente impredecibles. Fue también uno de los primeros largometrajes en filmarse completamente en video digital, lo que le otorgó una textura sucia, nerviosa, casi documental, que hoy sigue generando impacto. Lo que era una rareza estilística en 2002 se convirtió en estética de época: de Cloverfield a District 9, el cine de terror y ciencia ficción cambió después de Boyle y Alex Garland.
Más allá de su influencia técnica, 28 Days Later se volvió objeto de culto por capturar una sensación difusa pero potente: el terror a la soledad, a la fragilidad del orden civilizatorio, y a un virus incontrolable. En tiempos postpandemia, su visionado adquiere una dimensión casi profética. Jim (Murphy), el mensajero que despierta en un Londres desierto, encarna el desconcierto existencial de quien sobrevive a la catástrofe y no sabe si eso es realmente un alivio. La imagen de Piccadilly vacío fue un shock visual en 2002, pero en 2020 se volvió real: la ficción se volvió memoria anticipada.
Esa cualidad visionaria explica en parte por qué la película no envejece. A diferencia de otras producciones del género que dependen del efecto gore o de saltos de susto, 28 Days Later trabaja el horror desde la inquietud y la tensión. Y eso permanece. Su secuela, 28 Weeks Later (2007), dirigida por Juan Carlos Fresnadillo, mantuvo el pulso narrativo aunque con menos impacto simbólico. Pero ahora, con el regreso de Boyle como director y Garland como productor en 28 Years Later, la trilogía promete recuperar el nervio original y actualizar su diagnóstico sobre el miedo contemporáneo.
28 Years Later y la expansión de un mito moderno
La nueva entrega, que se estrenará el 20 de junio, contará con un elenco de lujo: Jodie Comer, Aaron Taylor-Johnson, Jack O’Connell y Ralph Fiennes. Tendrá un presupuesto estimado de 75 millones de dólares y ya proyecta un debut de más de 30 millones solo en Estados Unidos. Además, 28 Years Later será solo la primera parte de un nuevo díptico: su secuela directa, titulada The Bone Temple, estará dirigida por Nia DaCosta (Candyman, The Marvels), lo que sugiere una intención clara de expandir el universo y complejizar aún más su dimensión política y social.
En ese sentido, el regreso de Boyle es más que una estrategia de marketing: es una decisión estética. Su última película fue Yesterday (2019), una fantasía liviana sobre los Beatles. Pero su cine siempre estuvo atravesado por el caos y la mutación: de Trainspotting a Sunshine, de Slumdog Millionaire a Pistol, Boyle filma con urgencia, con cortes afilados y un sentido de la velocidad que encaja perfecto con un mundo dominado por la rabia.
Por su parte, Alex Garland también se ha consolidado como director: su reciente Guerra Civil exploró una América fracturada, y Warfare, su próxima película, promete continuar con ese enfoque sociopolítico. Ambos cineastas, desde lugares distintos, siguen preguntándose por los límites de la civilización, la violencia como lenguaje, y el futuro como amenaza. En 28 Years Later, esas obsesiones volverán a entrelazarse.
La reaparición de 28 Days Later en el top de películas más vistas no es nostalgia: es preparación. El cine de zombis, tantas veces dado por muerto, encuentra en esta saga una razón para renacer. Más que una película de terror, se trata de una radiografía del colapso: de cómo reacciona el cuerpo, el Estado, la comunidad y el individuo frente a lo impensado. Y en una época donde el apocalipsis ya no es fantasía sino posibilidad, mirar atrás puede ser una forma de entender lo que viene.