Stick: El Swing Perfecto (Apple TV+): Owen Wilson y la comedia del fracaso

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Entre la épica deportiva y la elegía existencial, Stick: El Swing Perfecto ofrece una historia íntima sobre segundas oportunidades y derrotas compartidas.

Dicen que el golf es un deporte de caballeros practicado por canallas. Pero en Stick: El Swing Perfecto, la nueva serie de Apple TV+, Owen Wilson camina por los campos de golf como quien recorre un cementerio de sueños. Su Pryce Cahill es la encarnación de esa idea norteamericana que convierte cada derrota en una oportunidad de redención, cada caída en el preludio de un triunfo que nunca termina de llegar.

Pryce es un ex golfista profesional que implosionó en el tour después de golpear a un rival y ahora vive en una casa que es más mausoleo que hogar, rodeado de trofeos que brillan con la luz de la nostalgia. Pasa las noches estafando incautos en bares de mala muerte junto a su mejor amigo Mitts, un ex caddie interpretado por Mark Maron con esa mezcla de cinismo y ternura que caracteriza a los hombres que han visto demasiado mundo y han aprendido a no esperar demasiado de él.

La historia de Stick es el clásico cuento del mentor arruinado que encuentra la redención en un pupilo talentoso: Pryce descubre a Santi Wheeler, un chico de diecisiete años cuyo swing es pura poesía en movimiento, y decide convertirlo en el campeón que alguna supo ser antes de arruinar su carrera. Para lograrlo, convence a la madre del muchacho, Elena (Mariana Treviño), una mujer práctica que desconfía de los sueños ajenos porque conoce el precio de los propios.

Así nace la odisea: Pryce, Santi, Elena, Mitts y posteriormente Zero –una Lilli Kay que interpreta a una bartender “feminista post-colonial anticapitalista de género fluido”– se lanzan a recorrer Estados Unidos en una caravana destartalada, persiguiendo el sueño de clasificar al US Amateur. Es Estados Unidos visto desde una ventanilla, la promesa de que el talento puede vencer a las circunstancias, el mito fundacional norteamericano aplicado al deporte más elitista que existe.

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Peter Dager como Santi Wheeler en Stick: El Swing Perfecto

Stick: El Swing Perfecto | El golf como duelo interior

El Pryce de Owen Wilson es un hombre roto que ha aprendido a hacer chistes de sus cicatrices, un especialista en el arte de la autodestrucción elegante. El actor entiende que la comedia nace del dolor, no de la risa fácil, y logra que empaticemos con un personaje que podría haber sido simplemente patético.

Mark Maron, por su parte, construye un Mitts que es el reverso perfecto de Pryce: donde uno es esperanza disfrazada de cinismo, el otro es cinismo disfrazado de esperanza. Su relación funciona porque está basada en el reconocimiento mutuo del fracaso, esa hermandad silenciosa que une a los hombres que han perdido demasiado como para seguir fingiendo que todo está bien.

Timothy Olyphant aparece como Clark Ross, el antagonista perfecto: exitoso donde Pryce fracasó, falso donde Pryce es auténtico, sonriente donde Pryce es melancólico. Es el tipo de villano que las historias de redención necesitan: lo suficientemente desagradable para que odiarlo no requiera esfuerzo, lo suficientemente exitoso para que envidiarlo sea inevitable.

El problema de Stick surge con los personajes más jóvenes. Santi, interpretado por Peter Dager, es el típico prodigio incomprendido que hemos visto mil veces: talentoso, conflictuado, en busca de una figura paterna que lo guíe hacia la grandeza.

Pero es Zero el personaje diseñado por con todos los clichés generacionales de la última década. Habla como un paper académico ambulante y reacciona ante cada situación con el manual de las causas justas de la Gen Z. El personaje está pensado para conectar con audiencias más jóvenes, pero lo hace de manera tan torpe y condescendiente que logra el efecto contrario: convierte la diversidad en caricatura y el progresismo en pose.

Lo que Stick logra es crear un retrato honesto de la masculinidad en crisis. Pryce y Mitts son hombres de mediana edad que han visto cómo sus sueños se desvanecían y han tenido que aprender a vivir con la realidad de sus limitaciones. No son héroes ni villanos: son simplemente humanos, con todas las contradicciones que eso implica.

La serie también entiende algo fundamental sobre el deporte profesional: que detrás de cada campeón hay docenas de casi-campeones, hombres y mujeres que tuvieron el talento pero no la suerte, la disciplina o la resistencia mental necesaria para llegar a la cima. Pryce es uno de ellos, y su historia es también la de todos aquellos que alguna vez soñaron con ser grandes y tuvieron que conformarse con ser una promesa incumplida.

El golf como deporte presenta desafíos visuales evidentes: carece del drama intrínseco del fútbol o el básquet. Los drones de Stick capturan la vastedad de los campos, las cámaras subjetivas nos meten en la cabeza de los jugadores, y hay suficientes primeros planos de pelotas golpeadas como para convencernos de que Wilson y Dager saben sostener un palo. Pero el golf, al final, es un deporte interno, una batalla entre el jugador y sus propios demonios, y eso es mucho más difícil de filmar que un gol en el último minuto.

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Owen Wilson como Pryce Cahill en Stick: El Swing Perfecto

Stick: El Swing Perfecto, una serie que juega a lo seguro

Lo interesante de Stick: El Swing Perfecto no es lo que cuenta sino cómo lo cuenta, o mejor: cómo no lo cuenta. Jason Keller, que escribió Ford vs Ferrari, conoce las reglas del drama deportivo y las sigue con disciplina. Cada beat narrativo está donde debe estar, cada conflicto surge cuando debe surgir, cada resolución llega cuando debe llegar. Es televisión de diseño: cumple su función, no sorprende, se olvida antes de llegar al destino. Stick comparte ADN narrativo con otro éxito de Apple TV+ como Ted Lasso, pero carece de profundidad de escritura y resonancia emocional Es un esfuerzo sólido pero no memorable, con potencial para múltiples temporadas pero sin la chispa que lo convertiría en imprescindible.

Wilson hace lo que sabe hacer: ser Owen Wilson. Esa capacidad suya de volver simpático lo patético, de encontrar gracia en la desgracia, de convertir la autocompasión en autoironía. Pero el guión lo domestica, lo priva de esos momentos de locura que hacen memorables a sus mejores personajes. Es un Wilson sin filo, lijado para no lastimar sensibilidades, diseñado para generar empatía sin incomodidad. La simpatía, cuando es demasiado fácil, se vuelve sospechosa.

Stick es, como su protagonista, una obra con buen corazón y buenas intenciones que no siempre sabe cómo ejecutar sus mejores ideas. Una serie que entiende que el fracaso es más interesante que el éxito, pero que no siempre tiene el coraje de explorar esa comprensión hasta sus últimas consecuencias. Es una serie que jamás fallará un putt fácil, pero que tampoco intentará nunca el golpe imposible. Y eso, dependiendo de cómo se mire, puede ser su mayor virtud o su mayor defecto. Como el golf mismo: un juego perfecto para quienes no quieren que los juegos los sorprendan.

Al final, como en el golf, lo que importa no es la perfección sino la persistencia. Y en eso, al menos, Stick acierta: sigue intentando, swing tras swing, hasta el último hoyo.

DISPONIBLE EN APPLE TV+.

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