La fantasía ya no sirve para huir del mundo. Las mejores series lo entendieron hace años: lo maravilloso no es el lugar a donde escapar, sino el lugar desde donde mirar lo real. Por eso la temporada 2 de The Sandman insiste en que lo onírico no es lo opuesto a lo humano: es su espejo. Un reflejo barroco, polvoriento, cargado de rencores, deudas antiguas y promesas mal cumplidas.
En los seis episodios que conforman la primera mitad de la temporada final, la serie encuentra su centro de gravedad en lo existencial. Morfeo ya no busca recuperar sus objetos mágicos ni reorganizar su reino como en la primera entrega: ahora quiere entender quién fue, qué hizo, a quién destruyó en nombre de su deber. Más que una historia, la temporada 2 de The Sandman es un ajuste de cuentas. Y eso la convierte en una serie más lúcida, más íntima y más cruel.

The Sandman temporada 2: Infierno, amor y otras condenas
Tom Sturridge regresa como Morfeo con la elegancia lánguida de la primera entrega, pero esta vez cargando siglos de errores no confesados. El actor británico ha perfeccionado el arte de interpretar la omnipotencia fracasada: cada silencio suyo contiene décadas de remordimientos, cada gesto arrastra el peso de decisiones que parecían correctas cuando el tiempo no importaba. Sturridge logra hacer creíble a un personaje que controla los sueños de la humanidad pero no puede resolver sus propios insomnios familiares.
La temporada 2 de The Sandman comienza con una reunión de Los Eternos que funciona como radiografía de la disfunción fraternal llevada a escala cósmica. Esa familia de entidades que maneja la existencia de todo lo que vive empieza a romperse por dentro. Porque la pregunta que quema esta temporada es si vale la pena seguir cuando todo lo que hacés es lo mismo desde el principio del tiempo.
Los diálogos entre los Eternos son veneno retórico. La serie, como su protagonista, se permite detenerse, pensar, masticar ideas sin miedo al silencio. ¿Qué es el deber? ¿Qué es el amor cuando no basta? ¿Qué significa destruir sin querer? ¿Es posible pedir perdón sin saber cómo hacerlo? Esas son las preguntas que laten en cada escena, mientras la acción –esa excusa tan sobrevalorada– se disuelve en un relato que avanza por acumulación de sentimientos.
En la adaptación del arco Estación de Nieblas de los cómics The Sandman de Neil Gaiman, Dream –o Morfeo, o ese nombre que sólo tiene sentido cuando todos duermen– desciende al Infierno. No por deber, sino por culpa. Busca liberar a Nada, una antigua amante a la que él mismo condenó diez mil años atrás. Pero el Infierno que encuentra ya no es el de antes: está exhausto, gobernado por una Lucifer (Gwendoline Christie) más cansada que cruel, que lo espera con un gesto ambiguo: un regalo que es también una venganza.
El reencuentro entre los ex amantes es el centro emocional de la temporada y funciona como drama íntimo y como alegoría: no sobre el amor, sino sobre el poder que se cree amor. Umulisa Gahiga logra que Nada no sea una víctima sino una figura trágica con voluntad propia, que ha preservado su dignidad durante siglos de condena.
En la temporada 2 de The Sandman están los invitados de siempre: faunos irónicos, demonios en multitudes, dioses noruegos que huelen a Marvel, bufones shakesperianos que traen más peligro que risa. Pero también introduce personajes nuevos. Delirio (Esme Creed-Miles), con su ternura desquiciada; Destrucción (Barry Sloane), con su privacidad amenazada; Orfeo (Ruairi O’Connor), el hijo trágico, que canta con la voz de quien ya no quiere vivir. Todos le devuelven a Dream una imagen que él prefería no ver: la de sus errores como amante, como padre, como hermano. Como dios.
Dream intenta mejorar pero apenas entiende. Esa es su tragedia y su coherencia. Tom Sturridge, con su voz de eco apagado y su presencia espectral, lo interpreta con la contención de los que ya no creen en las palabras. No hay redención, apenas una forma de admitir el daño.
Y eso es lo que hace esta temporada. Usa lo fantástico como vía para hablar de lo único que importa: la pérdida, la culpa, la posibilidad de reparar. Incluso cuando todo está envuelto en capas de magia, el núcleo es ferozmente humano.

The Sandman 2: El dios que soñó demasiado
La puesta en escena es una catálogo de estilos: interiores dorados a lo Vermeer, cielos tormentosos robados a Munch, demonios que parecen haber salido de un plantel de pesadillas diseñadas por Goya. Pero la temporada 2 de The Sandman no es solo estética. La serie entiende que su fuerza no está en la trama sino en las relaciones rotas.
Porque los verdaderos conflictos son entre hermanos. Dream contra Deseo (Mason Alexander Park), que lo odia con la precisión de quien mejor lo conoce. Dream contra Muerte (Kirby Howell-Baptiste), que lo quiere a pesar de sus fallas. Dream contra Delirio, que lo necesita para encontrar al hermano perdido. Y sobre todo, Dream contra sí mismo: el hermano más distante, más confundido.
The Sandman sigue como empezó: siendo una serie sobre el poder de las historias para dar forma a la realidad. Pero esta segunda temporada va más allá y se convierte en una reflexión sobre la responsabilidad que conlleva ese poder. Dream aprende, quizás demasiado tarde, que contar historias también implica vivir las consecuencias de lo que se cuenta.
La temporada 2 de The Sandman convierte la fantasía en crítica, la mitología en psicología, lo cósmico en íntimo. Lo hace sin subrayar, sin gritar, sin subestimarnos. Es un relato sobre la imposibilidad de cambiar, contado con el deseo de que ese cambio sea posible. Una paradoja hermosa. Como soñar que uno no sueña más.
DISPONIBLE EN NETFLIX.
 
				 
															


