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Crítica Del Cielo al Infierno (Highest 2 Lowest): Spike Lee adapta a Kurosawa con furia generacional

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Con Del Cielo al Infierno, Spike Lee convierte el clásico de Akira Kurosawa en un thriller urbano sobre el capitalismo, la raza y la brecha generacional.

A sus 67 años, Spike Lee sigue filmando como si el mundo fuera a terminar mañana. Su última película, Del Cielo al Infierno (Highest 2 Lowest), es una adaptación libre de High and Low (1963) de Akira Kurosawa, pero trasladada al universo de la industria musical estadounidense contemporánea. Lee toma la estructura del maestro japonés –la historia del empresario que debe decidir si pagar el rescate por el hijo ajeno secuestrado por error– y la convierte en una reflexión brutal sobre el capitalismo digital, la solidaridad racial y las formas en que el dinero corrompe hasta las mejores intenciones.

David King (Denzel Washington), fundador del sello discográfico Stackin’ Hits Records, fue en los primeros años del nuevo milenio el hombre con “el mejor oído del negocio”. Ahora es un anacronismo elegante que vive con su familia en un penthouse de Manhattan con vista al Hudson. Las paredes del departamento son una especie de hall of fame a la subversión artística negra: retratos de Jimmy Hendrix, Muhammad Ali, Aretha Franklin, Toni Morrison, al lado de las tapas que Rolling Stone, Billboard y el New Yorker dedicaron a King. Reliquias de una gloria pasada que funciona como un museo de sí mismo.

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Denzel Washington como David King en Del Cielo al Infierno de Spike Lee

Del Cielo al Infierno: El reencuentro de Lee y Washington

Del Cielo al Infierno parte del mismo conflicto que Kurosawa: un secuestro que se equivoca de víctima. En lugar de raptar al hijo de King secuestran al hijo de Paul (Jeffrey Wright), compañero de toda la vida de King, musulmán practicante, sobreviviente de una juventud filtrada por el gueto y por el hambre. Los secuestradores piden diecisiete millones y medio de dólares. King debe elegir: salvar al hijo de su amigo y arruinarse, o conservar su fortuna y cargar con su muerte.

Lee convierte Del Cielo al Infierno en un laberinto de espejos donde cada decisión refleja las contradicciones del éxito negro en Estados Unidos. King es un hombre que salió de los barrios pobres, pero que ahora vive tan lejos que cuando regresa parece un turista visitando las ruinas de su pasado.

Washington, a sus 69 años, sigue siendo uno de los actores más magnéticos del cine estadounidense. Su King es un hombre dividido entre el empresario despiadado y el hermano solidario, entre el coleccionista de arte y el niño que creció sin nada. Jeffrey Wright aporta gravedad como Paul, el chofer cuya vida queda en suspenso por la suerte de su hijo. Su presencia equilibra la egolatría de King: representa esa clase de supervivencia urbana de los que nunca tuvieron opción de elegir. Es en ese filo donde la película encuentra su intensidad: la solidaridad negra frente al capital negro, la pregunta de qué significa el “éxito” cuando está en juego la vida de un adolescente.

Del Cielo al Infierno se mueve en dos velocidades. La primera mitad transcurre en los espacios cerrados del departamento de King, con planos amplios que muestran la frialdad de los ambientes lujosos y conversaciones que giran alrededor del teléfono donde llaman los secuestradores. Todo cambia cuando King abandona su torre de marfil y desciende a la ciudad para entregar el rescate. Lee recupera entonces su capacidad natural para filmar Nueva York como un organismo vivo y salvaje, con sus contrastes entre la opulencia de Manhattan y la marginalidad del Bronx. El director filma la ciudad con el amor de quien la conoce íntimamente, pero también con la distancia crítica de quien entiende sus mecanismos de exclusión y segregación.

Y entonces aparece Yung Felon (A$AP Rocky, con una mezcla de rabia contenida y vulnerabilidad), el rapero frustrado que durante años ha intentado llamar la atención de King y ahora mantiene secuestrado al hijo de su chofer. Lee construye entre ambos personajes una tensión que trasciende el simple enfrentamiento entre víctima y victimario: es el choque generacional entre dos versiones de lo afroamericano, la que triunfó y la que sigue luchando por ser reconocida.

La secuencia donde se enfrentan por primera vez, separados por el vidrio insonorizado de un estudio de grabación, funciona como una batalla de rap improvisada donde cada uno defiende su visión de lo que significa ser negro y exitoso en Estados Unidos. Washington despliega una actuación que combina la autoridad patriarcal con la fragilidad del hombre que ve cómo su mundo se desmorona, mientras A$AP Rocky le opone una rabia juvenil que tiene raíces profundas en el resentimiento de clase.

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A$AP Rocky como Yung Felon en Del Cielo al Infierno de Spike Lee

Del Cielo al Infierno: Capitalismo y solidaridad racial

Porque el verdadero drama de Del Cielo al Infierno no está en si King pagará o no el rescate, sino en lo que esa decisión revela sobre las tensiones internas de la comunidad afroamericana. King actúa no sólo por solidaridad racial, sino también porque sabe que no hacerlo destruiría su reputación y, por extensión, su negocio. Es una mezcla de altruismo y cálculo comercial que refleja las complejidades morales del éxito en una sociedad capitalista.

Del Cielo al Infierno es algo más que una remake: es un ensayo cinematográfico sobre las formas contemporáneas de la explotación, sobre cómo el capitalismo negro reproduce las mismas estructuras de dominación que dice combatir, sobre la imposibilidad de escapar completamente de las condiciones que nos formaron.

Del Cielo al Infierno no es la mejor película de Spike Lee, pero llega en un momento donde el debate sobre la representación negra en Hollywood se ha vuelto central, y el director responde con una obra que escapa tanto la autocomplacencia como la victimización. Sus personajes son complejos, contradictorios, humanos. No son ni héroes ni villanos: son afroamericanos tratando de sobrevivir en un sistema que no perdona.

Porque el cielo y el infierno, en el mundo que retrata Lee, no son lugares distantes: son los dos pisos del mismo edificio, y el ascensor se mueve constantemente entre ambos. La diferencia entre uno y otro depende de cuánto dinero tengas y de qué estás dispuesto a pagar para conservarlo.

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