Together: Juntos Hasta la Muerte, la ópera prima de Michael Shanks, es una fábula perversa sobre la pareja como institución biológica, como cadena perpetua, como pesadilla disfrazada de promesa. Una promesa en la que late la certeza de que amar demasiado es apenas otra forma de morir despacio.
Dave Franco y Alison Brie –matrimonio en la vida real, productores de la película– interpretan a Tim y Millie, una pareja que vive en esa zona gris donde el amor se vuelve hábito y el hábito se vuelve cárcel. Llevan años juntos, los suficientes para que la palabra “compromiso” suene como amenaza. Él es un músico fracasado, ella es maestra. Él necesita, ella provee. Él se aferra, ella sufre. El horror comienza cuando alguien dice “te amo” y el otro responde con un silencio demasiado largo.

Together (2025): El amor como organismo enfermo
La esperanza es siempre un paréntesis antes del desastre. Millie ve una oportunidad de salvar la pareja: mudarse al campo. Consigue trabajo en un pueblo perdido y él la sigue, más perro que persona. La casa nueva es linda, verde, prometedora. Y tiene una rata muerta, que es muchas ratas muertas en una, pudriéndose en el techo.
Entonces llega la cueva. Porque siempre tiene que haber una cueva, un sótano, un lugar donde lo reprimido sale a la superficie hecho viscosidad. Caen en un pozo húmedo, un útero de piedra que los recibe como si el mundo quisiera devolverlos a una matriz imposible. En esa caverna hay bancos de iglesia, paredes que rezuman, líquidos dudosos, una campana, un pozo de agua estancada. Tim bebe porque está deshidratado y porque es una película de terror y porque en las relaciones largas a veces la autodestrucción es la única forma de sinceridad con uno mismo.
Luego comienza la metamorfosis. Una fuerza primitiva que los atrae. Primero, sus piernas quedan pegadas, siamesas. La separación es dolorosa, dejan piel en el camino. Y es solo el comienzo.
Pero lo perturbador de Together no son los cuerpos que se pegan sino lo que esa adhesión revela. Tim empieza a necesitar a Millie de manera física, animal. No puede alejarse sin convulsionar, sin sudar, sin que el cuerpo se le desarme. Es la dependencia hecha carne, convertida en enfermedad física. Millie, por su parte, quiere ayudarlo pero también quiere escapar y se mueve entre la preocupación, la desconfianza y la impaciencia. Lo físico se vuelve existencial: él deja de ser cuando ella no está, ella deja de ser cuando él la absorbe.
Together: Platón y la teoría del andrógino
Platón, en El Banquete, puso en boca de Aristófanes la teoría del andrógino. Según el mito, los humanos eran al principio seres completos, redondos, con cuatro brazos, cuatro piernas y dos cabezas. Zeus los partió en dos para debilitarlos y desde entonces cada mitad busca a la otra con desesperación. El amor es la nostalgia de esa unidad perdida.
Shanks toma esa idea y la convierte en pesadilla: ¿qué pasa si finalmente encontramos a la otra mitad y descubrimos que la unión es literal, que el deseo de completud se vuelve deformidad? Platón pensaba el amor como carencia que busca saciarse; Together lo piensa como exceso que consume. La fusión platónica se transforma en una simbiosis total donde la piel se estira, los músculos se funden, las articulaciones se dislocan. Tim y Millie se están convirtiendo en una sola cosa, pegándose el uno al otro en una coreografía que es, al mismo tiempo, la materialización de sus fantasías más húmedas y sus miedos más profundos.
Porque en definitiva, Together habla esa sensación de estar perdiendo la individualidad dentro de la pareja, de volverse una extensión del otro hasta el punto de no saber ya quién es uno mismo. El miedo no es a la muerte sino a la disolución, no a estar solo sino a no poder estar solo nunca más.

Together: Juntos Hasta la Muerte | La codependencia según Michael Shanks
Together tiene sus momentos de revelación –hay una secta, parejas desaparecidas en la zona, un vecino (Damon Herriman) que sabe más de lo que dice y dice más de lo que debería– pero Shanks no abusa de la mitología. Le interesa más la psicología que la cosmogonía, más el vínculo enfermo que el monstruo sobrenatural.
La película tiene ecos de David Cronenberg –la carne como territorio de lo siniestro–, del John Carpenter de La Cosa –la paranoia doméstica convertida en terror cósmico– y de Midsommar –la idea de comunidad que observa y manipula–, pero encuentra su propia voz en esa mezcla de humor negro y gore emocional.
Together es visceral sin ser vacía, inteligente sin ser pretenciosa, divertida sin ser frívola. Su fuerza está en la metáfora: no es el miedo a fusionarse, es el miedo a no saber cómo estar cerca. La codependencia aparece primero como maldición, luego como único modo de no caerse. Lo que asusta no es la unión, sino la distancia. Lo pegajoso no es la piel, es el hábito.
La película funciona porque muestra que el horror está en la intimidad, en esa zona donde el amor se vuelve posesión y la posesión se vuelve delirio. Donde quererse tanto significa no poder vivir separados y no poder vivir separados significa dejar de vivir del todo.
Together nos recuerda que buscar completud puede ser la manera más rápida de perderse. Y que, al final, estar juntos no siempre significa estar mejor: a veces significa simplemente no poder escapar.



