Crítica The Toxic Avenger: Anarquía de diseño

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Cuarenta años después, The Toxic Avenger regresa con Peter Dinklage convertido en monstruo radiactivo que enfrenta a una corporación asesina en clave de comedia negra.

Un enano mutante elimina corporativos con un trapeador radiactivo. ¿Qué puede salir mal? The Toxic Avenger mantiene la premisa que Lloyd Kaufman y Michael Herz usaron en 1984 para fundar el imperio trash de Troma Entertainment. Pero Macon Blair no hace un remake: hace otra cosa. Una cosa más pulida, más cara, más consciente de sí misma. Una cosa que tiene a Peter Dinklage, Kevin Bacon y Elijah Wood. Una cosa que quiere ser un homenaje a la estética do it yourself y al humor escatológico del original sin dejar de ser una película de Macon Blair. El resultado es un objeto esquizoide que oscila entre la comedia negra y el slapstick gore.

Lo que en los 80s fue una épica bizarra ahora se organiza como un relato coherente que intenta funcionar por acumulación de excesos. Blair imita a Troma, pero esa clase de anarquía artesanal, nacida de la falta de recursos, no se puede copiar con presupuesto. Su versión de The Toxic Avenger se instala en otra frecuencia, donde todo parece una versión cara de algo que debería ser barato. Es como un CBGB diseñado por un hipster: tiene todos los elementos visuales, pero le falta autenticidad.

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Elijah Wood en The Toxic Avenger de Macon Blair

The Toxic Avenger: Sangre digital y comedia negra

Blair lleva la acción de Tromaville a St. Roma, el pueblo decadente donde vive Winston Gooze (Peter Dinklage), un encargado de limpieza con daño cerebral, seguro médico basura, un hijo preadolescente resentido y una esposa muerta. Su vulnerabilidad es distinta al nerd vengativo de la película original: aquí hay enfermedad, precariedad laboral, un hijo a cargo, una vida entera sometida a la presión de un sistema que no perdona.

Winston trabaja para BTH, una corporación que envenena al pueblo mientras vende suplementos de salud adulterados. Kevin Bacon es Bob Garbinger, el CEO psicópata que maneja el negocio y una banda de asesinos llamada The Killer Nutz, liderada por su hermano Fritz, un Elijah Wood extravagante que parece salido de un mal sueño de Tim Burton.

Winston descubre que está enfermo, intenta robar la empresa para pagar el tratamiento, termina en un tiroteo y cae en un tanque de desechos tóxicos. Emerge como un monstruo verde de piel viscosa y fuerza sobrenatural. A partir de ahí, The Toxic Avenger se convierte en una masacre. Pero la violencia realizada con CGI traiciona todo el espíritu de Troma, donde la sangre falsa y los efectos prácticos eran su manifiesto existencial.

The Toxic Avenger: Del punk tóxico al culto con presupuesto

Blair quiere lo mejor de los dos mundos: un relato con corazón trágico y un gabinete de curiosidades gore. La escatología convive con escenas que buscan dramatismo. The Toxic Avenger original no venía a restaurar el orden: venía a terminar de destrozarlo. Era un nerd anárquico en un mundo que merecía ser destruido. Aquí, es un trabajador precarizado con un vínculo roto con su hijo. La tensión entre capitalismo y paternidad le da a la masacre un matiz nuevo, más cercano a lo lógica de la justicia simbólica que al punk en estado puro de 1984.

Pero el problema principal de The Toxic Avenger es que nunca logra ser la orgía de mal gusto que prometía. Se mueve en un terreno intermedio, donde la corrección estética convive con la desmesura. No es suficientemente trash para los fans de Troma ni suficientemente refinada para ser una comedia negra memorable. No es cine basura ni cine pulido: es un híbrido que se mueve entre ambos extremos. En esa indecisión está su rareza, su atractivo, su fracaso.

En definitiva, The Toxic Avenger de Blair no es un remake sino un ensayo sobre la imposibilidad de repetir el caos delirante del original. Es una película de diseño pensada para ser de culto. El cine de los 80s de Kaufman y Herz nació lumpen, y ese clase de carencia no se puede reproducir con CGI. Blair cuenta con recursos, elenco, rodaje en Europa del Este. El resultado es una contradicción: pone en escena una desmesura vigilada. Porque el verdadero culto nunca nace de la planificación, sino de la imperfección que se sale de control.

Tráiler de la película:

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