El accidente crea al superhéroe. La consecuencia lo define. Una nave, una tormenta de rayos cósmicos, cuatro cuerpos que ya no vuelven a ser lo que eran. No hay gloria, solo efectos secundarios. Los 4 Fantásticos: Primeros Pasos parte de ahí, pero no es una película de origen sino de lo que viene después: la culpa, el miedo, la sospecha de que los poderes a veces no alcanzan para proteger lo que más importa.
Estamos en la Tierra 828, en una Nueva York que se parece a la de los años 60’s pero no: es su versión esterilizada, pop, a medio camino entre el fetiche publicitario y un capítulo de Los Supersónicos. Allí, una familia que ya no es del todo humana intenta parecerlo. Reed Richards (Pedro Pascal), Sue Storm (Vanessa Kirby), Johnny Storm (Joseph Quinn) y Ben Grimm (Ebon Moss-Bachrach) –la elasticidad, la invisibilidad, el fuego, el granito–: cuatro exploradores científicos devenidos transhumanos, luego protectores del mundo y finalmente objetos de consumo, vendidos a través de una serie de anuncios y productos derivados.
El Edificio Baxter es un laboratorio, pero también es un lugar con rutinas, artefactos, discusiones y muebles de diseño. La ciencia, el hogar y el espectáculo en la misma habitación: la arqueología de un futuro que nunca llegó. La ambientación retrofuturista, con gadgets analógicos, colores saturados y un robot doméstico, construye la identidad visual de la película. Incluso los trajes tienen un aire de autenticidad: no parecen diseñados para la batalla sino para una misión espacial. Y esa es la clave. Estos personajes no son soldados: son exploradores. No quieren dominar: quieren comprender.
Durante años, Marvel intentó filmar a Los 4 Fantásticos como si fueran un grupo más de superhéroes. No funcionó, porque escapan de la lógica habitual. No son vengadores ni semidioses. Son una pareja, un cuñado, un amigo de piedra. Una célula familiar disfuncional que funciona. Su mejor superpoder es ese: convivir.
La película comprime el origen del cuarteto en un segmento que parece un noticiero soviético. Ya no hace falta explicarlos. Ya son. Viven juntos. Se conocen. Se cuidan. Primeros Pasos no intenta humanizar a los héroes: los muestra ya humanos.

Los 4 Fantásticos: Primeros Pasos | La familia como célula narrativa
Primeros Pasos no comienza con un experimento fallido ni con una guerra intergaláctica, sino algo más aterrador: una prueba de embarazo. Sue Storm está embarazada de un hijo que ya no esperaba. Para Reed Richards, ser padre no es una progresión lógica: es un salto al vacío. Es ser responsable de una vida que no puede calcular. Un genio que ya no confía en sus fórmulas.
Pero todo lo que empieza en un living termina en el fin del mundo. La amenaza externa llega en forma de Silver Surfer (Julia Garner), la mensajera que anuncia la llegada de Galactus (Ralph Ineson), esa deidad de hambre infinita que no busca conquistar mundos sino devorarlos. Y la necesidad dramática de secuestrar un bebé. Franklin, el hijo de Reed y Sue, recién nacido, es el nuevo MacGuffin universal.
Pero Primeros Pasos prefiere sugerir que el verdadero conflicto está en casa: en el embarazo de Sue, en el temor de Reed a convertirse en padre, en la incomodidad de la Cosa ante su cuerpo, en la soledad de la Antorcha Humana. Hasta que la película revela al verdadero antagonista: la disyuntiva moral. Los 4 Fantásticos enfrentándose a lo que son: una familia que debe decidir si sacrifica a un miembro para salvar al mundo.
Pedro Pascal hace lo que mejor sabe hacer: interpretar a un padre que no entiende cómo llegó a ser padre. Es la contención absoluta: ni un gesto de más, ni un rastro de carisma. Vanessa Kirby hace de Sue una figura sensata y radiante. No es la mujer fuerte que debe demostrar que es tan dura como los varones, ni la esposa abnegada. Su Sue es práctica, directa, y cuando desaparece de la pantalla no es para lucirse sino porque es la forma más eficiente de resolver cualquier problema. Joseph Quinn juega a ser adolescente eterno. Ebon Moss-Bachrach disimula su talento debajo de capas de CGI.
La dirección de Matt Shakman (WandaVision) acompaña esa sensación: limpia, funcional, sin riesgo. La cámara pasea, encuadra, pero nunca decide. No hay osadía formal, no hay travellings imposibles, no hay planos secuencia diseñados para la posteridad. Hay una distancia prudente, como si se tratara de un piloto de televisión. En el mejor de los casos, esto permite una claridad narrativa que falta en otras entregas del MCU. En el peor, deja todo en un terreno cómodo, previsible, sin fricción.

Los 4 Fantásticos: Primeros Pasos | Una ecuación sin solución
Los 4 Fantásticos: Primeros Pasos tiene ritmo, tiene humor, tiene una estética definida y una idea sobre lo que quiere contar. Es WandaVision con más neurosis: quiere ser íntima y espectacular, quiere hablar de la familia pero debe salvar el universo, quiere ser una comedia de situación pero le toca lidiar con un gigante que devora planetas. Pero donde la serie se afirmaba en su tono, en su propuesta visual, en su humanidad doméstica, la película recuerda su lugar en la cadena alimentaria de Marvel y vuelve a plegarse.
Porque cuando la historia se traslada al espacio, el relato se diluye. No por la escala, sino por la renuncia. El conflicto íntimo cede paso a la maquinaria habitual: persecuciones, enfrentamientos, destrucción. El diseño de producción –tan rico en la Tierra 828, con sus colores cálidos, sus objetos de época, su estilización verosímil– se esfuma entre nebulosas digitales. Y el tono, que hasta entonces había mantenido cierta melancolía adulta, se disuelve en el déjà vu del espectáculo perpetuo.
Y sin embargo, Primeros Pasos tiene momentos. Como cuando Reed se estira más allá de sus límites físicos para enfrentar a Galactus y proteger a su familia. Allí la película recuerda, por un instante, de qué están hechos los superhéroes. No de músculos ni poderes ni capas: de decisiones. De asumir un riesgo por alguien más. De hacer lo correcto aunque no convenga.
Los 4 Fantásticos: Primeros Pasos no un salto, ni un quiebre, ni una revolución. El título promete un comienzo, pero no todo primer paso implica movimiento. A veces, es solo el gesto de un pie que se levanta para caer en el mismo lugar. Un paso hacia la siguiente película. Y en ese andar constante, en ese camino sin descanso, el universo sigue sin llegar a ningún lugar.
 
				 
								


