Crítica Him: El Elegido | El precio del cuerpo en la era del rendimiento

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Un atleta, un mentor psicótico y una semana en el infierno. Him: El Elegido reescribe la mitología del deporte con un relato sobre la obediencia y el horror de ser el mejor.

Him: El Elegido tiene los ingredientes para ser una pesadilla eficaz: un quarterback atacado por una presencia demoníaca, un ídolo convertido en mentor psicótico, siete días de entrenamiento que parecen una temporada en el infierno. Justin Tipping toma los códigos del terror psicológico y de la mitología del deporte de alto rendimiento y produce una experiencia que funciona como ritual de iniciación y como autopsia del sueño americano. Him es visceral y conceptual, brutal y reflexiva. Un relato sobre el cuerpo, la ambición que lo lleva hasta el límite y lo destruye en el proceso.

Cameron Cade (Tyriq Withers) es un quarterback a punto de dar el salto a las grandes ligas. Su padre lo moldeó desde la infancia con esa intensidad documental de ESPN, la que convierte niños en máquinas de ganar o en fantasmas de sí mismos. Después de ser atacado durante un entrenamiento, su carrera queda en suspenso. Isaiah White (Marlon Wayans), veterano estrella de la NFL, lo invita a su complejo en el desierto de San Antonio para una semana de preparación.

Lo que sigue es un descenso progresivo hacia zonas donde el deporte deja de ser juego y se convierte en sacrificio, donde la disciplina es una forma paciente de tortura y el cuerpo el centro de un experimento. Cada ejercicio busca llevarlo un poco más allá del límite, romper su resistencia, medir cuánto puede soportar antes de dejar de ser funcional. Lo que se pone a prueba no es la fuerza ni la técnica, sino la capacidad de anular el propio instinto de preservación.

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Marlon Wayans como Isaiah White en Him: El Elegido

Him: El Elegido | Siete días para perder el alma

Him vibra como un músculo a punto de desgarrarse. Tipping construye la película desde la saturación. Cada plano es un exceso de brillo, de música, de voluntad. La cámara se pega al cuerpo como una segunda piel: sigue el movimiento, el dolor, la caída. Hay momentos en que parece un comercial de Nike dirigido por Darren Aronofsky, que se mueve entre la celebración del cuerpo y el registro de su destrucción. Pero debajo de esa superficie asoma la sospecha de que todo el sistema deportivo es una maquinaria ritual que exige sangre a cambio de promesas.

Los siete días están divididos por los mantras de la cultura deportiva y empresaria: Equilibrio, Liderazgo, Sacrificio. Tipping los usa como capítulos de una degradación programada, como si cada virtud atlética fuera en realidad un paso hacia la aniquilación del yo. El entrenamiento no busca mejorar a Cam: busca desmontarlo, vaciarlo de humanidad, convertirlo en una cosa. Cam corre, sangra, se inyecta. La ciencia del rendimiento se mezcla con la superstición, la medicina con la brujería. El cine de Tipping encuentra ahí su tono: una mezcla de horror físico y liturgia folk, como si el deporte fuera la versión contemporánea de los sacrificios de la Antigüedad.

Marlon Wayans entrega la mejor actuación de su carrera. Su Isaiah White es un dios en retirada, un jugador que pasó décadas siendo adorado y ahora enfrenta la obsolescencia. Vive en un complejo arquitectónico que parece diseñado por alguien que confundió brutalismo con brutalidad, rodeado de objetos chamánicos. Wayans construye un personaje que tiene carisma y locura en proporciones iguales, alguien que predica el sacrificio total porque él mismo no sabe existir de otra manera.

Isaiah empuja a Cam hacia límites que parecen diseñados para romperlo, pero hay algo en su mirada que sugiere que también está buscando algo: un heredero, un testigo, quizás una víctima. Wayans hace que cada línea de diálogo suene como sermón y como amenaza, como si la diferencia entre ambas cosas fuera solo cuestión de perspectiva.

Tyriq Withers interpreta a Cam con contención. No necesita grandes gestos dramáticos porque Cam es alguien que ha sido entrenado toda su vida para no mostrar debilidad, para soportar el dolor sin quejarse. Withers transmite la confusión de un joven que no puede distinguir entre disciplina y abuso, entre entrenamiento y tortura. Su Cam es un cuerpo antes que una conciencia. No tiene espacio para la reflexión ni para el deseo: es un cuerpo en proceso de transformación, y esa transformación se manifiesta en la rigidez creciente de sus movimientos, en la manera en que su mirada se va apagando o encendiendo con una luz que no parece del todo humana.

La fotografía de Kira Kelly encuentra belleza en la geometría brutal del complejo de Isiah: pasillos de hormigón, gimnasios vacíos, desierto y sol. Los planos térmicos y los cortes a rayos X que muestran los impactos internos son recursos visuales que logran revelar lo invisible: el daño que se acumula debajo de la piel. Y la música de Bobby Krlic –colaborador habitual de Ari Aster– funciona como una corriente eléctrica que mantiene al relato en estado de alarma permanente.

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Tyriq Withers en Him: El Elegido

Him: La simbología del GOAT y el mito del elegido

La criatura demoníaca –un Baphomet de mascota que persigue a Cam– opera en varios niveles. Es manifestación de sus miedos, representación de la presión que lo consume, pero también presencia real que habita el complejo de Isaiah. El GOAT –Greatest Of All Time– es un término de la cultura deportiva norteamericana que Him materializa, le da forma física. La cabra es deseo y castigo, aspiración y condena. Es lo que Cam quiere ser y lo que va a destruirlo en el camino.

La película está producida por Monkeypaw, la compañía de Jordan Peele, y comparte esa capacidad de usar el género como vehículo para explorar temas sociales sin perder efectividad. Him habla sobre atletas negros explotados como gladiadores para audiencias y dueños de equipos blancos, sobre cómo el sistema deportivo norteamericano devora cuerpos jóvenes y los convierte en leyendas o en estadísticas.

Him: El Elegido es una película sobre el precio del éxito en una cultura que venera a los ganadores y olvida a los perdedores. Sobre lo que se pierde en el camino hacia la cima, sobre los pedazos de humanidad que quedan en la cancha después de cada partido. Ese es el verdadero terror de Him: la normalidad del abuso, la obediencia como dogma, el deporte como sacrificio, la gloria como trampa, el éxito como una forma sofisticada de autodestrucción.

Tráiler de la película:

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