Crítica Fuera de Temporada (2023): El tiempo que nos queda

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En Fuera de Temporada, Brizé convierte el invierno bretón en el escenario para una historia sobre la crisis de la mediana edad y la posibilidad de redención que nos ofrecen los fantasmas del pasado.

Stéphane Brizé sabe filmar la melancolía. Fuera de Temporada (Hors-Saison) incomoda porque nos devuelve, sin anestesia, a esas preguntas que preferimos no hacernos: qué hubiera pasado si, por qué no lo hice, cuándo fue que dejé de ser quien era. Brizé, ese francés que viene masticando la derrota obrera desde hace años, cambia de registro y ahora propone algo más sutil y por eso mismo más demoledor: una película sobre el tiempo que se escapa mientras fingimos que controlamos nuestras vidas.

Los balnearios fuera de temporada son el lugar perfecto para las crisis. Hay algo en esos hoteles vacíos, en esas playas grises, en esos pasillos donde solo resuenan tus propios pasos, que te obliga a mirarte en el espejo sin filtros. Mathieu (Guillaume Canet), un actor en crisis, llega a la Bretaña invernal para hacer talasoterapia. Está huyendo: de una obra de teatro que abandonó cuatro semanas antes del estreno, de una mujer (Marie Drucker) que lo trata como si fuera un trámite más de su agenda, de sí mismo. Y ahí, en ese lugar gris como la depresión, aparece Alice.

Alice es Alba Rohrwacher, esa italiana que cuando sonríe parece que va a llorar y cuando llora parece que va a explotar de felicidad. Alice es el pasado que vuelve, quince años después, con una nota dejada en la recepción del hotel, como en las películas de antes. Alice es la profesora de piano que se fue a vivir al pueblo mientras él se quedó en París para ser famoso. Alice es, digamos, todo lo que Mathieu dejó atrás cuando decidió que la vida se trataba de triunfar.

Pero Brizé no nos dice que el amor lo cura todo ni que hay que volver al pasado. Nos dice algo peor: que el tiempo pasa y que a veces, solo a veces, nos da una segunda oportunidad de mirarnos a los ojos sin mentir. Y eso duele más que cualquier final feliz.

El director filma como si las cámaras fueran fantasmas. No están ahí, no molestan, no interrumpen. Canet y Rohrwacher se mueven por ese paisaje desolado de la Bretaña invernal como dos heridos que se reconocen las cicatrices. Él, escondiendo su fracaso detrás de chistes y sonrisas de promoción publicitaria; ella, fingiendo que construyó una vida perfecta con marido e hija mientras esperaba, sin saberlo, que él volviera.

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Alba Rohrwacher como Alice en Fuera de Temporada

Fuera de Temporada: Cuando el pasado llama a la puerta

Fuera de Temporada es un melodrama, pero sin emociones baratas. Brizé tiene esa rara habilidad de filmar lo cursi sin que sea cursi, de hacer que la música de Vincent Delerm suene necesaria y no decorativa, de convertir una cena frente al mar en un momento de cine que te parte al medio. Y es que el francés entiende algo que Hollywood olvidó hace rato: que los adultos también se enamoran, pero diferente. Con la carga de todo lo que vivieron, con la conciencia de todo lo que perdieron, con la certeza de que el tiempo no vuelve atrás pero que a veces, solo a veces, se detiene.

Fuera de Temporada está llena de pequeños momentos perfectos: Mathieu mirando como un extraterrestre a un profesor de “deporte místico” que llega tarde porque se quedó contemplando un pájaro; Alice y Mathieu bailando en un casamiento como si tuvieran diecisiete años; la cena en el restaurante donde no se dicen nada importante y se dicen todo.

Canet está extraordinario. Lejos del galán de comedias románticas, construye un personaje que es pura fragilidad disfrazada de éxito. Cada vez que le pregunta a Alice “¿y ahora qué hacemos?” no está hablando solo de ellos dos sino de todos los llegaros a los cuarenta y se dan cuenta de que la vida que construyeron no es la que querían.

Rohrwacher, por su parte, es pura luz contenida. Tiene esa capacidad de las grandes actrices de decir más con una mirada que con diez páginas de diálogo. Cuando le cuenta a Mathieu la historia de una novia en una boda, filmada como un video casero que él ve en su celular, el momento funciona como una declaración de amor oblicua, como todas las que importan.

Brizé no nos dice si está bien o mal lo que hacen, si deberían quedarse juntos o cada uno seguir su camino. Nos deja ahí, como nos deja la vida: con preguntas, con ganas de más tiempo, con la sensación de que algo importante acaba de pasar pero no sabemos bien qué.

Fuera de Temporada es una película sobre el tiempo. Sobre el que perdimos, el que nos queda, el que no supimos usar. Sobre esos momentos en los que la vida se detiene y nos permite, por un instante, ser quienes realmente somos. Sobre la posibilidad de que no todo esté perdido, de que a veces el amor vuelve vestido de otra cosa pero vuelve.

Es una película francesa en el mejor sentido: inteligente sin ser pretenciosa, emocional sin ser manipuladora, adulta sin ser amarga. Fuera de Temporada entiende que la melancolía no es tristeza sino algo más complejo: la conciencia de que el tiempo pasa y de que, de vez en cuando, vale la pena pararse a mirarlo pasar.

Brizé, después de sus films sobre la lucha de clases y la precarización laboral, nos demuestra que también sabe filmar el amor. Pero lo hace a su manera: sin mentir, sin endulzar, sin prometer que todo va a estar bien. Solo diciéndonos que a veces, en los lugares más inesperados y en los momentos más difíciles, la vida nos da una segunda oportunidad de elegir quiénes queremos ser.

Tráiler de la película:

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