Exorcismo: El Ritual rescata de los archivos de la Iglesia Católica de Estados Unidos un nombre que ya es casi un mito: Emma Schmidt. Es agosto de 1928. En un convento en Earling, Iowa. Semanas de rituales documentados por quienes los presenciaron: sacerdotes, monjas, la propia víctima. El padre Theophilus Riesinger, veterano de otros casos, viaja desde Wisconsin para conducir un exorcismo que ocupará casi medio año.
David Midell toma ese caso como punto de partida y lo lleva a un espacio cerrado, condensando esos meses en pocos días. Emma (Abigail Cowen) ya no es la mujer de 46 años de la historia real, sino una joven de mirada clara y cuerpo frágil. La diferencia no es menor: en el imaginario del cine de exorcismos, la juventud concentra vulnerabilidad, resistencia y sexualidad.

Exorcismo: El Ritual | La historia de Emma Schmidt
Exorcismo: El Ritual intenta sostenerse sobre dos presencias. Al Pacino, como Riesinger, encarna a un hombre que carga años de sotana: voz áspera, pasos cortos, manos que parecen medir el peso de cada oración. Dan Stevens, como Joseph Steiger, es el párroco local: un sacerdote que ha perdido a su hermano y que mira el caso con la desconfianza de quien busca una explicación terrenal antes de aceptar la sobrenatural. Entre ambos, un diálogo que no es solo sobre Emma, sino sobre lo que queda de la fe cuando el hábito se desgasta.
Midell opta por un registro que imita la urgencia documental: cámara en mano, acercamientos bruscos, zooms que interrumpen el plano. La luz es baja, casi siempre artificial, lo que obliga a buscar en las sombras signos que a veces no aparecen. La economía de exteriores y la reducción de escenarios potencian la sensación de encierro, pero también revelan limitaciones en la reconstrucción de época: 1928 es apenas unos detalles de vestuario y utilería.
Exorcismo: El Ritual se organiza en sesiones. El demonio habla, Emma convulsiona, las monjas contienen. Luego, el descanso: conversaciones en pasillos, discusiones entre Riesinger y Steiger, silencios interrumpidos por oraciones. En esos respiros, Pacino concentra la atención con monólogos que parecen sacados de un púlpito en ruinas, frases que no necesitan subrayarse porque se sostienen en la voz que las pronuncia.
La tensión aumenta a medida que El Ritual despliega todos los recursos del género: insultos, lenguas extrañas, fuerza física desproporcionada, alusiones sexuales. Abigail Cowen asume la exigencia física con entrega, modulando entre la fragilidad y una violencia que estalla en gestos mínimos –una risa seca, un giro de cabeza– o en ataques que hacen temblar la habitación.
Steiger, por su parte, funciona como el puente entre la incredulidad inicial y la aceptación final. Sus dudas son útiles al relato, aunque a veces parezcan más decisiones del libreto que una evolución interna del personaje. La película no esconde su postura: el mal se vence desde la fe, y cualquier otra vía es insuficiente.
En sus créditos, Exorcismo: El Ritual insiste en la condición “documentada” del caso, aunque lo que muestra sea un híbrido: una parte de historia y otra de ficción ajustada a los códigos del subgénero. Emma es un cuerpo que resiste, una voz que insulta y seduce. Midell se asegura de que el demonio nunca esté demasiado lejos, pero tampoco demasiado cerca de algo nuevo.



