Better Man: Robbie Williams, la bestia detrás del espectáculo

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En Better Man, Michael Gracey transforma la biografía de Robbie Williams en un descenso surrealista a los abismos de la fama.

Un mono toma coca con Oasis, maltrata a novias, amigos y familiares, se odia a sí mismo, canta ante 125.000 personas que lloran de emoción. No es una alucinación colectiva producida por un ácido defectuoso. Es Better Man, la película biográfica en la que Robbie Williams es un chimpancé digital perfecto, que camina en dos patas, canta, coge, se droga y llora frente al espejo.

La decisión podría haber sido un desastre absoluto, una de esas ideas que suenan bien a las 4 de la mañana en una sala de guionistas pasados de cocaína, pero que al día siguiente provocan vergüenza ajena. Pero no. Funciona. Cuando te metés en esta rareza cinemática, cuando aceptas su premisa delirante, entendés que no podría haber sido de otra manera. La historia de Better Man es un cliché que sigue el manual de todo biopic musical: infancia complicada, talento precoz, descubrimiento, ascenso vertiginoso, conflictos, caída en desgracia, redención. Pero ese simio, ese fucking simio digital, lo cambia todo.

Robbie Williams lo dice con la voz en off que atraviesa la película. Que es así como siempre se vio: como un mono de circo entrenado para bailar, para cantar, para entretener a las masas. No hay chistes sobre bananas, no hay referencias a su naturaleza animal. El único que parece consciente de su condición zoológica es él mismo, el Robbie interior, ese que narra mientras vemos al mono conquistar el mundo.

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Jonno Davies como Robbie Williams en Better Man

Better Man: Robbie Williams, el último showman

El Robbie Williams real, nacido en Stoke-on-Trent, creció en una familia de clase trabajadora con un padre ausente (Steve Pemberton), una madre que hacía lo que podía (Kate Mulvany) y una abuela cariñosa (Alison Steadman). Entra a Take That a los 15 años, más por su actitud que por su talento. Es el chico malo del grupo, el que rompe las reglas, mientras el cantante principal y compositor, Gary Barlow (Jake Simmance), cobra millones de libras por derechos de autor. La tensión entre ambos es palpable, así como la incomodidad de Williams en su papel secundario dentro la banda.

De los bares gays a los charts de Billboard: el ascenso de Take That está filmado con energía frenética. El plano secuencia de Rock DJ es un tour de force técnico fascinante que haría sonreír a Iñárritu y llorar de envidia a Damien Chazelle: una coreografía en Regent Street con cientos de bailarines; la cámara se mueve entre la multitud y el mono-Robbie cambia de vestuario, canta, brilla, triunfa.

Better Man no esconde los problemas de Williams con las drogas, el alcohol, la depresión y la ansiedad. Es aquí donde la metáfora del simio cobra sentido: el animal atrapado, el ser que no entiende lo que le sucede, el outsider perpetuo. Un mono que tiene una relación compleja con su propio talento. Sabe que no es el mejor cantante, ni el mejor compositor, ni el mejor bailarín. Pero tiene algo, ese algo indefinible que convierte a alguien en una estrella. Y lo sabe. Y lo utiliza. Y lo odia. Y lo ama. Esa contradicción es la que late en el corazón de la película.

Lo que distingue a Better Man de otras biografías musicales es su disposición a mostrar el lado oscuro del estrellato sin romantizarlo. No hay glorificación de los excesos, no hay épica en la autodestrucción. Hay un hombre-mono aterrorizado por su propia fama, incapaz de disfrutar sus logros, hundiéndose en sustancias para escapar de sí mismo.

Hay algo genuino y conmovedor en la decisión de Williams de mostrarse así. Una vocación para el martirio, una autocrítica feroz que pocos artistas estarían dispuestos a mostrar. Incluso defiende una música que sabe que es solo un producto comercial: “Quizás sea cabaret, pero es cabaret de clase mundial y yo soy el mejor”.

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Jonno Davies como Robbie Williams en Better Man

Better Man: La fama como infierno privado

Better Man nunca explica directamente por qué Williams es un chimpancé. La película confía en que el espectador entienda la metáfora, que conecte con ese sentimiento de extrañeza, de no pertenecer, de ser observado como una curiosidad. El simio es el outsider definitivo, el eterno extranjero en tierra humana. Solo los ingleses, con su extraña mezcla de autoparodia despiadada y melancolía existencial, podrían aprobar un proyecto así. Es difícil imaginar a una estrella norteamericana permitiendo ser representada de esta manera. ¿Justin Timberlake como un ciervo digital? ¿Lady Gaga como una mantis religiosa?

El trabajo de motion capture de Jonno Davies captura sutileza en los movimientos de Williams, una humanidad en sus gestos que trasciende el disfraz digital. En ciertos momentos olvidamos que estamos viendo un chimpancé y solo vemos a un hombre sufriendo, celebrando, amando, destruyéndose.

Better Man es extraña, a veces incómoda, frecuentemente conmovedora, y nunca aburrida. Como el propio Williams, tiene defectos –y un tercer acto empalagoso que cae en todos los lugares comunes–, pero también un carisma innegable. Es, sin duda, una de las más originales y arriesgadas del género. Lo que queda después de ver la película no es tanto la historia de Robbie Williams sino la impresión de haber visto un experimento visual que, contra todo pronóstico, conecta emocionalmente.

Para los fans de Williams, será una revelación verlo tan vulnerable, tan dispuesto a burlarse de sí mismo. Para quienes apenas lo conocen, es una introducción a un artista complejo que entiende su lugar en la cultura pop con una lucidez poco común.

La decisión de Gracey de tratar al simio con absoluta seriedad, sin guiños ni comentarios meta, hace que lo aceptemos como parte integral del mundo de la película. No hay un momento en que se convierta en humano, no hay una transformación física que simbolice su crecimiento personal. Williams sigue siendo un mono hasta el final, porque nunca dejó de sentirse como uno, incluso en sus momentos de mayor gloria.

Y ahí radica la verdadera tristeza de Better Man: la fama, lejos de curar las inseguridades, las amplifica hasta límites insoportables. Así son las estrellas del pop: monos vestidos cantando para complacer a la multitud, esperando que nadie note que bajo el traje hay un animal asustado, confundido, que solo quiere que lo quieran. En cierta medida, todos somos ese mono.

Tráiler de la película:

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