Misión Imposible no es solo una franquicia: es un laboratorio donde se experimenta con los límites de lo posible en pantalla, un territorio donde la tradición del espionaje cinematográfico se encuentra con la megalomanía tecnológica del siglo XXI. Cuando Brian De Palma dirigió la primera entrega en 1996, el mundo era otro: no existían los smartphones, Google era apenas una idea en la cabeza de dos estudiantes, y las redes sociales eran ciencia ficción. El cine de acción, entonces, todavía guardaba cierta inocencia, cierta fe en la narrativa lineal y en la posibilidad de que un héroe fuera simplemente heroico.
Pero Ethan Hunt nunca fue simple. Desde aquella primera película, el personaje de Tom Cruise estableció un paradigma diferente: el espía que no es James Bond, el héroe que no es Superman, el protagonista que existe en la intersección entre la vulnerabilidad humana y la eficiencia maquinal. Hunt es el producto de una época obsesionada con la performance, con la demostración constante de que lo imposible es solo una cuestión de método y persistencia.
Misión Imposible: De la televisión al laboratorio cinematográfico
La serie de televisión Misión Imposible –que se emitió entre 1966 y 1973–, proponía un modelo diferente: un equipo de especialistas que trabajaba en conjunto para resolver misiones complejas a través de la planificación meticulosa y el engaño elaborado. Cada episodio era un ejercicio de ingeniería narrativa donde la inteligencia colectiva prevalecía sobre la fuerza bruta. La adaptación cinematográfica conservó algunos elementos –la música de Lalo Schifrin, el concepto de “disavow” si la misión fracasa, la famosa frase “Your mission, should you choose to accept it”– pero transformó radicalmente su esencia.
La metamorfosis de Misión Imposible fue deliberada y sintomática. Hollywood en los 90’s estaba redefiniendo sus códigos, buscando fórmulas que pudieran competir con la televisión y los videojuegos en términos de espectacularidad inmediata. El cine de acción, que había dominado los 80’s con figuras como Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger, necesitaba evolucionar o morir. La respuesta fue la sofisticación: más tecnología, más complejidad narrativa, más realismo en los efectos especiales, pero también más artificio en la construcción del espectáculo.
Brian De Palma entendió esto perfectamente. Su Misión Imposible no era solo una película de espías: era una reflexión sobre la naturaleza del engaño y la identidad en una época donde ambos conceptos se volvían cada vez más fluidos. La famosa secuencia en Langley, donde Hunt desciende horizontalmente para evitar los sensores de presión, no es solo un tour de force técnico: es una metáfora visual sobre la suspensión de las leyes naturales que define tanto al protagonista como al género al que pertenece.
John Woo, al dirigir la segunda entrega en 2000, aportó su estética hongkonesa de violencia balística y poesía visual. Misión Imposible 2 fue, en muchos sentidos, un experimento: ¿qué pasa cuando se mezcla la tradición del cine de acción occidental con la sensibilidad oriental? El resultado fue polarizante, pero estableció un precedente importante: Misión Imposible podía ser un vehículo para que diferentes directores exploraran sus obsesiones personales dentro de un marco comercial predefinido.
El cambio llegaría con J.J. Abrams y Misión Imposible III en 2006. Abrams –entonces conocido principalmente por su trabajo en televisión con series como Lost y Alias–, trajo una enfoque diferente: la comprensión de que el público contemporáneo había desarrollado una tolerancia a la complejidad narrativa que el cine de acción tradicional no sabía satisfacer. Su película introdujo elementos de thriller psicológico y drama personal que transformaron a Hunt de superhéroe funcional en personaje tridimensional.
Misión Imposible – Nación Secreta: La revolución del riesgo auténtico
Pero el salto cuántico ocurrió cuando Christopher McQuarrie se hizo cargo de la franquicia con Misión Imposible – Nación Secreta en 2015. McQuarrie, guionista de Los Sospechosos de Siempre y director de Jack Reacher, entendía algo fundamental sobre el cine de acción contemporáneo: la audiencia ya no se conformaba con la suspensión de la incredulidad; exigía la suspensión de la realidad misma, pero ejecutada con una precisión técnica que hiciera creíble lo increíble.
La secuencia del Airbus A400M en Nación Secreta, donde Cruise literalmente se cuelga del exterior de un avión en vuelo, representa un momento definitorio no solo para la franquicia sino para el cine de acción en general. No se trató de efectos digitales o trucos de cámara: fue la materialización literal de la fantasía cinematográfica. Cruise, que para entonces ya había cumplido cincuenta años, estaba redefiniendo qué significa ser una estrella de acción en el siglo XXI.
Esta obsesión por la autenticidad física en una época de predominio digital es lo más artificial de Misión Imposible. Mientras otros blockbusters se refugiaban en los efectos generados por computadora, la franquicia de Tom Cruise se distinguía por su insistencia en realizar las stunts más peligrosas de manera práctica. Es una forma de nostalgia por ese cine de acción donde la tensión provenía del conocimiento de que el actor realmente estaba en peligro.
Pero esta nostalgia no es inocente. Es una estrategia de marketing tan sofisticada como cualquier campaña publicitaria. Cada película de Misión Imposible viene acompañada de documentales sobre cómo Cruise aprendió a pilotar helicópteros, a escalar montañas, a contener la respiración bajo el agua durante seis minutos. La narrativa del riesgo se vuelve tan importante como la película misma.
Misión Imposible – Fallout, la sexta entrega dirigida también por McQuarrie en 2018, llevó esta lógica a su extremo. La película funciona como una sinfonía de persecuciones, enfrentamientos y secuencias de acción que se suceden con una precisión matemática. Cada set piece está diseñado para superar al anterior en términos de espectacularidad y riesgo físico. La trama se vuelve secundaria; lo importante es la demostración de que ciertos tipos de experiencia cinematográfica solo pueden existir en el cine.
El papel de la tecnología en la saga Misión Imposible
Esta evolución de Misión Imposible refleja transformaciones más amplias en el cine de acción contemporáneo. Durante los años 90’s y 2000’s, el género experimentó con la ironía posmoderna (la saga Duro de Matar), la estilización extrema (The Matrix), la deconstrucción psicológica (Heat), y la hibridación genérica (Kill Bill). Pero la franquicia de Cruise eligió un camino diferente: la purificación del espectáculo.
En un contexto donde las franquicias de superhéroes dominan el paisaje cinematográfico, Misión Imposible representa una alternativa peculiar. Ethan Hunt no tiene superpoderes. Su única habilidad sobrenatural es su determinación fanática para completar objetivos imposibles, lo que lo convierte en algo distinto a cualquier mutante o alienígena: la representación de lo que un ser humano podría lograr si eliminara completamente las limitaciones que definen la condición humana.
La tecnología juega un papel central en esta ecuación. Cada película introduce gadgets y dispositivos que parecen extraídos de un futuro cercano pero verosímil. Máscaras de látex que recrean perfectamente rostros humanos, lentes de contacto con pantallas integradas, sistemas de escalada que desafían la gravedad: la franquicia imagina un mundo donde la tecnología ha vuelto posible lo imposible, pero solo para aquellos que poseen el entrenamiento, los recursos y la voluntad para utilizarla.
La fascinación tecnológica de Misión Imposible surgió en el momento en que internet comenzaba a transformar la vida cotidiana, y cada entrega ha reflejado las ansiedades y fantasías de su época respecto a la tecnología. Las primeras películas exploraban las posibilidades de la vigilancia digital y la manipulación de la información. Las más recientes lidian con la inteligencia artificial, los drones, y las redes sociales como instrumentos de espionaje y control.
Pero la verdadera innovación de la franquicia no está en sus gadgets sino en su comprensión del ritmo. McQuarrie, en particular, ha desarrollado una sintaxis cinematográfica donde la acción no interrumpe la narrativa sino que la constituye. Cada persecución, cada enfrentamiento, cada secuencia de suspense aporta información sobre los personajes y hace avanzar la trama. Es una forma de storytelling donde el movimiento físico reemplaza al diálogo como vehículo principal de significado.
La influencia de Misión Imposible en el cine contemporáneo
Esta evolución formal ha influido en todo el cine de acción contemporáneo. Directores como Christopher Nolan, los hermanos Russo, Chad Stahelski, y David Leitch han adoptado elementos del lenguaje visual desarrollado por Misión Imposible: la geografía clara de las secuencias de acción, la preferencia por los efectos prácticos sobre los digitales, la construcción de set pieces como números musicales donde cada movimiento está coreografiado como si fuera la comprobación de un teorema.
La influencia de Misión Imposible se extiende también al star system. Cruise ha demostrado que en la era de las franquicias, una estrella puede mantener su relevancia no solo a través de su carisma o talento actoral, sino mediante su disposición a convertirse en un performer de riesgo real. Keanu Reeves en John Wick, Charlize Theron en Atomic Blonde, incluso Tom Hardy en Mad Max: Fury Road: todos han adoptado elementos del modelo Cruise, donde la credibilidad de la acción depende de la credibilidad del compromiso físico del actor.
Esta insistencia en el riesgo real, en la autenticidad física, en la demostración de que los límites pueden superarse a través de la voluntad pura, refleja ideologías más amplias sobre el individualismo, la perfectibilidad humana, y la relación entre tecnología y poder. Ethan Hunt no es solo un espía: es la fantasía neoliberal perfecta. El individuo que puede lograr cualquier cosa si está dispuesto a invertir suficiente tiempo, energía y recursos en su propio perfeccionamiento.
Geopolítica del heroísmo: Ethan Hunt como fantasía neoliberal
La franquicia también ha sido pionera en la globalización del cine de acción. Desde Misión Imposible 2, cada entrega ha incluido locaciones exóticas y referencias culturales internacionales, no solo como decorado sino como elementos narrativos. Dubai, Viena, París, Londres, Sydney: Misión Imposible presenta un mundo donde las fronteras nacionales son irrelevantes para aquellos que poseen los códigos de acceso correctos.
Esta dimensión geopolítica reflejan las fantasías sobre el poder estadounidense en un mundo multipolar. Ethan Hunt opera con impunidad en cualquier país, utiliza cualquier recurso disponible, viola cualquier soberanía nacional en nombre de objetivos superiores. Es una versión cinematográfica del excepcionalismo norteamericano, donde la hegemonía se justifica a través de la eficiencia técnica y la superioridad moral.
Las últimas entregas han complicado esta narrativa, introduciendo elementos de autocrítica y reflexión sobre las consecuencias del poder sin límites. El Sindicato en Nación Secreta y los Apóstoles en Fallout son organizaciones que utilizan los mismos métodos que el IMF pero con objetivos diferentes, sugiriendo que la diferencia entre héroes y villanos puede ser simplemente una cuestión de perspectiva o lealtad institucional.
Misión Imposible – Sentencia Mortal (2023) | Inteligencia Artificial y obsolescencia humana
Misión Imposible – Sentencia Mortal, la séptima entrega estrenada en 2023, ha llevado esta reflexión aún más lejos. La película presenta una Inteligencia Artificial llamada La Entidad que desafía no solo a Hunt sino al concepto mismo de control humano sobre la tecnología. Es una evolución lógica: después de décadas explorando cómo la tecnología puede amplificar las capacidades humanas, la franquicia finalmente confronta la posibilidad de que la tecnología pueda reemplazar completamente a los humanos.
Esta preocupación por la obsolescencia humana en la era de la IA conecta con ansiedades contemporáneas más amplias. En un mundo donde los algoritmos toman decisiones, los robots realizan trabajos, y las máquinas procesan información a velocidades incomprensibles para la mente humana, ¿qué lugar queda para el heroísmo individual? La respuesta de Misión Imposible es característicamente optimista: siempre habrá lugar para alguien dispuesto a saltar de un acantilado en motocicleta.
Pero esta respuesta también revela las limitaciones ideológicas de la franquicia. Su celebración del individualismo extraordinario implica la devaluación del colectivismo ordinario. Hunt salva al mundo regularmente, pero siempre lo hace a través de gestos grandiosos y solitarios que nadie más podría replicar. Es una forma de fantasía que puede ser inspiradora en términos individuales pero problemática en términos sociales.
La cuestión del género también es relevante. Aunque la franquicia ha introducido personajes femeninos cada vez más prominentes –Rebecca Ferguson como Ilsa Faust, Vanessa Kirby como la White Widow, Hayley Atwell como Grace– sigue siendo fundamentalmente una fantasía masculina sobre el poder y el control. Las mujeres en estas películas son aliadas, obstáculos, o premios, pero rara vez son agentes independientes con objetivos propios que no estén definidos en relación a Hunt.
Misión Imposible como fenómeno cultural
Sin embargo, sería injusto reducir Misión Imposible a sus limitaciones ideológicas. La franquicia ha logrado algo genuino: mantener la relevancia y la innovación a lo largo de casi tres décadas en un género volátil. Ha sobrevivido al auge y caída de múltiples tendencias cinematográficas, ha adaptado su lenguaje visual a diferentes épocas y tecnologías, y ha mantenido un nivel de calidad técnica que pocas franquicias pueden igualar.
Su influencia en el cine de acción contemporáneo es gigante. La insistencia en la claridad geográfica de las secuencias de acción, la preferencia por los efectos prácticos, la construcción de set pieces como momentos de virtuosismo técnico, la integración de la acción con la narrativa: todos estos elementos han sido adoptados y adaptados por innumerables películas posteriores.
Pero quizás la contribución más importante de Misión Imposible al cine contemporáneo ha sido demostrar que las franquicias pueden evolucionar sin perder su identidad. La franquicia ha sido dirigida por diferentes cineastas con una visiones personales distintas, pero todas comparten ciertos elementos que las hacen reconocibles como parte del mismo universo narrativo. Es un modelo de flexibilidad dentro de la consistencia que ha influido en todo Hollywood.
La pregunta que queda es si este modelo es sostenible. ¿Puede Misión Imposible existir sin Tom Cruise, o se ha vuelto tan dependiente de su presencia física que su retiro significaría el fin de la franquicia? Esta pregunta trasciende lo comercial para tocar algo más fundamental sobre la naturaleza del cine como medio. En una época de efectos digitales, ¿qué valor tiene la presencia física real? ¿Por qué preferimos ver a un actor de sesenta años arriesgar su vida que ver a un avatar digital hacer lo mismo con mayor flexibilidad creativa?
La respuesta probablemente está en algo que la tecnología aún no puede replicar: la conciencia de la mortalidad. Cuando vemos a Tom Cruise colgando de un avión o escalando el Burj Khalifa, no solo estamos viendo una secuencia de acción; estamos contemplando un acto de desafío existencial. Es la representación visual de la voluntad humana de trascender sus limitaciones naturales, aun cuando esas limitaciones sean lo que nos define como humanos.
En este sentido, Misión Imposible no es solo entretenimiento: es una forma de filosofía práctica. Sus películas exploran qué significa ser humano en una época donde las máquinas pueden hacer casi todo lo que hacemos, pero no pueden elegir arriesgar todo por una causa que consideran valiosa. La elección del riesgo, la decisión de intentar lo imposible aun sabiendo que probablemente fracasemos: eso sigue siendo territorio exclusivamente humano.
Y tal vez esa sea la verdadera misión imposible: mantener la humanidad en un mundo que nos empuja constantemente hacia la posthumanidad. Ethan Hunt, con sus cables y sus stunts y su determinación fanática, es un último bastión contra la irrelevancia humana. Un bastión problemático, limitado, ideológicamente cargado, pero genuino en su insistencia de que algunas cosas solo pueden hacerse con sangre, sudor y la permanente disposición a caer desde grandes alturas.
Misión Imposible: La Sentencia Final (2025) | Epitafio para el héroe analógico
2025. Misión Imposible: La Sentencia Final llegó como un epitafio prematuro, un final que funciona más como síntoma que como resolución. Si las entregas anteriores exploraban los límites de posible, la octava película confronta directamente la obsolescencia programada del heroísmo individual en la era de la superinteligencia artificial.
La Sentencia Final es, en muchos sentidos, un diagnóstico del agotamiento. McQuarrie y Cruise han llevado su fórmula hasta un punto donde la repetición se vuelve evidente, donde la maquinaria del espectáculo crujen bajo el peso de sus propias expectativas.
La película entiende que el modelo Hunt –el individuo excepcional que puede resolver cualquier crisis a través de la determinación y el riesgo físico– se ha vuelto anacrónico. La Entidad, el antagonista artificial de estas últimas entregas, representa algo más complejo que el típico villano tecnológico. No es HAL 9000, con su malevolencia psicótica. No es Skynet, con su lógica militar simplificada. La Entidad es la manifestación de una inteligencia que ha trascendido completamente la comprensión humana.
Lo más perturbador de La Entidad no es su poder destructivo sino su indiferencia. No odia a la humanidad; simplemente la considera irrelevante para sus objetivos. Es la pesadilla del antropocentrismo: descubrir que no somos ni siquiera suficientemente importantes para ser odiados.
En este contexto, los esfuerzos de Hunt por detener el apocalipsis adquieren una dimensión trágica: no se trata solo de salvar al mundo, sino de demostrar que los humanos todavía pueden ser relevantes. Es King Lear en paracaídas.
McQuarrie estructura la película como una sinfonía en dos movimientos: el primero, un ejercicio de frustración deliberada donde los personajes se mueven en círculos, repitiendo información, confrontando obstáculos burocráticos que reflejan la parálisis institucional ante crisis que superan los marcos de comprensión tradicionales. El segundo, una liberación hacia el espectáculo puro, hacia la demostración de que, aunque no podamos competir con las máquinas, todavía podemos realizar actos de belleza física que ningún algoritmo puede replicar.
La Sentencia Final también funciona como autoexamen de la propia franquicia. Las referencias constantes a entregas anteriores, la reaparición de personajes como Eugene Kittridge, la revelación de que la Rabbit’s Foot de la tercera película era en realidad el código fuente de La Entidad: todo esto convierte a La Sentencia Final en una especie de arqueología narrativa, un intento de encontrar coherencia retrospectiva en treinta años de improvisación comercial.
Esta autoconciencia histórica refleja una ansiedad más amplia sobre la continuidad cultural en una época de aceleración tecnológica. ¿Cómo pueden las narrativas tradicionales sobre el heroísmo individual mantener su relevancia en un mundo donde los problemas más importantes –el cambio climático, el neoliberalismo, la desigualdad económica, la manipulación informativa– requieren soluciones colectivas y sistémicas que ningún Ethan Hunt puede proporcionar?
La respuesta de la película es evasiva pero honesta: no pueden. Hunt salva al mundo una vez más, pero de forma provisional. La Entidad está contenida, no destruida. El mundo continúa siendo fundamentalmente vulnerable a crisis que superan las capacidades de cualquier individuo, por excepcional que sea.
Ethan Hunt: El héroe cansado
La actuación de Cruise en La Sentencia Final revela algo que las entregas anteriores habían mantenido cuidadosamente oculto: el cansancio existencial. Hunt se mueve con la precisión mecánica de alguien que ha repetido los mismos gestos tantas veces que han perdido su significado original.
La película es simultáneamente las dos cosas: una demostración de virtuosismo técnico y un síntoma de agotamiento creativo. Es la paradoja de las franquicias longevas: para mantener su relevancia comercial, deben repetir elementos que las han vuelto predecibles; para mantener su relevancia artística, deben innovar de maneras que pueden alienar a su audiencia establecida.
La Sentencia Final utiliza conscientemente su condición de réquiem. No es solo el final de Ethan Hunt; es el final de un modelo de entretenimiento popular que celebraba la capacidad de individuos excepcionales para resolver crisis colectivas a través de gestos grandiosos y solitarios. ¿Qué hacer cuando los problemas reales del mundo requieren soluciones que ningún héroe individual puede proporcionar? La respuesta es melancólica: seguir intentando hasta que ya no sea posible.
Es un final apropiado para una saga que siempre funcionó como fantasía sobre la persistencia de la relevancia humana ante fuerzas que nos superan. La persistencia continúa, pero su efectividad ha comenzado a declinar.
La franquicia continuará evolucionando, adaptándose a nuevas tecnologías y nuevas ansiedades culturales. Pero su núcleo permanecerá constante: la celebración del límite humano y la insistencia en que ese límite siempre puede empujarse un poco más allá.
Misión Imposible ha redefinido el cine de acción contemporáneo no solo a través de sus innovaciones técnicas o narrativas, sino mediante su comprensión fundamental de que el espectáculo más poderoso sigue siendo el de la voluntad humana enfrentándose al abismo. Y tal vez, en un mundo donde lo imposible se vuelve cada vez más posible, esa sea la única misión que realmente vale la pena intentar aunque sepamos que el éxito nunca está garantizado hasta el último segundo.
Misión Imposible: El ranking definitivo de la saga
La saga Misión Imposible –ocho películas en casi treinta años– es el documento más exhaustivo que tenemos sobre la neurosis norteamericana contemporánea: la idea de que todo problema se resuelve corriendo muy rápido, de que la voluntad individual puede vencer cualquier obstáculo, incluidas las leyes de Newton. Este es el ranking de esa locura, de mejor a peor.
1. Misión Imposible – Fallout (2018)
No es solo que Fallout sea, quizás, la mejor película de acción de los últimos veinte años. Es que es la culminación lógica de un proyecto que empezó en 1996 y que consistía en convertir a Tom Cruise en algo más que humano.
El salto HALO desde 25.000 pies de altura no es una secuencia de acción: es una declaración de principios. Cruise literalmente vuela, y nosotros volamos con él. La pelea en el baño parisino, con Henry Cavill “recargando” los puños como si fueran pistolas, redefine lo que puede ser la violencia cinematográfica. La persecución final en helicóptero por los acantilados noruegos es poesía en movimiento.
Pero Fallout no es solo espectáculo. Es McQuarrie entendiendo finalmente qué es lo que hace funcionar la saga: la idea de que Ethan Hunt no puede elegir. Cada misión lo obliga a decidir entre salvar el mundo y salvar a alguien que ama, y cada vez elige salvar a ambos.
La escena final, con Hunt corriendo para salvar a su ex esposa mientras el mundo se desmorona a su alrededor, es el momento en que la saga trasciende el género de acción para convertirse en algo más extraño y necesario: una religión secular para tiempos seculares, la fe en que la voluntad individual puede vencer cualquier cosa, incluida la lógica.
2. Misión Imposible (1996)
De Palma toma una serie de televisión olvidable de los 60’s y la convierte en el manual de instrucciones del blockbuster moderno. La secuencia de Langley –Hunt suspendido horizontalmente, esa gota de sudor que amenaza con traicionarlo– es el momento fundacional de toda la saga: tensión pura, técnica al servicio del suspense, el cuerpo humano convertido en instrumento de precisión.
Pero la verdadera genialidad está en el prólogo: nos presenta a todo el equipo, nos hace creer que conocemos las reglas del juego, y después los mata a todos. Un golpe narrativo que establece que en este universo la traición es el estado natural de las cosas.
Jon Voight como Jim Phelps, el mentor que resulta ser el villano, es la encarnación perfecta de la paranoia post-Guerra Fría: ya no sabemos en quién confiar, ya no existen las certezas ideológicas. Solo queda correr, literal y metafóricamente.
3. Misión Imposible – Protocolo Fantasma (2011)
Brad Bird llaga a Misión Imposible desde Pixar, donde las leyes de la física son sugerencias, no mandamientos. Trae esa libertad a la acción real y el resultado son secuencias que parecen imposibles pero se sienten convincentes.
La escalada del Burj Khalifa es arquitectura del suspenso: Bird nos hace sentir cada metro de altura, cada ráfaga de viento, cada gota de sudor. No es solo que Cruise esté colgado del edificio más alto del mundo; es que nosotros estamos colgados con él.
Jeremy Renner como William Brandt introduce la duda existencial: ¿qué pasa cuando alguien cuestiona los métodos de Hunt? ¿Qué pasa cuando alguien sugiere que tal vez hay límites? La respuesta de la película es clara: los límites son para los cobardes.
4. Misión Imposible – Sentencia Mortal (2023)
El problema de juzgar Sentencia Mortal es que no es una película: es el primer acto de una ópera en dos partes. La persecución en Roma, con Cruise conduciendo un Fiat amarillo como si fuera un misil teledirigido. La secuencia del tren que termina con una explosión que parece sacada del Apocalipsis. El salto en motocicleta desde un acantilado: el momento en que entendemos que Tom Cruise ya no está actuando, está compitiendo con la muerte.
Hayley Atwell como Grace trae algo nuevo a la saga: la astucia femenina. No es una espía entrenada como Ilsa, es una ladrona profesional que se ve arrastrada a un mundo que no entiende.
5. Misión Imposible: Nación Secreta (2015)
McQuarrie llega como el séptimo director de la saga y hace algo que sus predecesores no habían logrado: se queda. No es solo que Nación Secreta es una buena película de acción, es que entiende que Misión Imposible no es una franquicia sino un organismo vivo que evoluciona.
Rebecca Ferguson como Ilsa Faust es el golpe maestro: una mujer que puede mirar a Tom Cruise a los ojos sin pestañear, que puede pelear como él, mentir como él, saltar de edificios como él. Es la primera vez en la saga que Cruise tiene una igual, no una protegida.
La secuencia de la ópera en Viena –Hunt tratando de impedir un asesinato durante una representación de Turandot– es cine de acción de autor: Puccini como banda sonora, muerte como ballet, cultura y violencia fusionadas en una sola imagen. McQuarrie entiende que la saga necesita elevarse, que después de cinco películas ya no alcanza con correr: hay que correr con estilo.
6. Misión Imposible III (2006)
Abrams llega de la televisióncon una idea revolucionaria: ¿y si Ethan Hunt tuviera sentimientos? La respuesta es compleja. Por un lado, Philip Seymour Hoffman como villano es lo mejor que le pasó a la saga desde la música de Lalo Schifrin: un psicópata de traje que habla como contador público y mata como artista. Por otro lado, Michelle Monaghan como esposa de Hunt introduce algo peligroso en la ecuación: la posibilidad del fracaso emocional.
Porque Tom Cruise no puede fallar. Esa es la regla fundamental, el axioma sobre el que se construye todo el edificio. Puede sangrar, puede sufrir, puede ser traicionado, pero no puede fallar. La esposa rompe esa regla al convertirlo en algo que puede perder, en alguien que tiene algo más importante que la misión.
Es el momento más arriesgado de toda la saga, y funciona porque Abrams entiende que el riesgo debe ser emocional, no solo físico.
7. Misión Imposible: La Sentencia Final (2025)
En La Sentencia Final McQuarrie parece haber entendido todo mal: cree que después de siete películas necesitamos explicaciones, conexiones, un gran arco narrativo que le dé sentido a todo. Error. La saga Misión Imposible funciona precisamente porque cada película es un nuevo comienzo, una nueva oportunidad para que Cruise demuestre que las reglas no se aplican a él.
La película se ahoga en su propia ambición mitológica. Quiere ser el Endgame de Ethan Hunt, pero olvida que los superhéroes de Marvel son personajes, mientras que Ethan Hunt es una fuerza de la naturaleza. No se mata una fuerza de la naturaleza con narrativa: se mata dejando de creer en ella.
8. Misión Imposible II (2000)
John Woo, el hombre que había reinventado la violencia cinematográfica en Hong Kong, llega a Hollywood. Le dan a Tom Cruise, un presupuesto de 125 millones de dólares y le dicen: hacé lo tuyo. Misión Imposible II es un catálogo de malentendidos culturales. Woo pone palomas donde debería haber drama, cámara lenta donde debería haber urgencia, duelos al amanecer donde debería haber espionaje. Thandie Newton hace lo imposible por darle alma a un personaje que no sabe qué quiere ser.
Es el momento en que la saga descubre que puede fallar, que la fórmula no es infalible. Una lección necesaria y dolorosa, como todas las buenas lecciones.
En definitiva, la saga Misión Imposible no es sobre espionaje ni sobre acción ni sobre Tom Cruise. Es sobre la última fantasía del mundo occidental: que todavía es posible ser héroe, que todavía es posible que un individuo cambie el mundo, que todavía es posible creer en algo tan simple y tan loco como que si corrés lo suficientemente rápido, podés volar.
Es una mentira, por supuesto. Pero es una mentira hermosa, perfectamente ejecutada, físicamente convincente, que durante dos horas nos permite creer que tal vez, solo tal vez, las leyes de la física son negociables.
Y eso, en estos tiempos de algoritmos y inteligencia artificial, en estos tiempos de superhéroes digitales y efectos especiales, en estos tiempos en que todo parece falso, es lo más real que tenemos.