Exorcismo: El Ritual (The Ritual), dirigida por David Midell y protagonizada por Al Pacino, vuelve sobre un caso real que ya había captado la atención de William Friedkin para El Exorcista. Se trata del exorcismo de Emma Schmidt, también conocida como Anna Ecklund o Mary X, que tuvo lugar en 1928 en un convento en Iowa. Más allá de sus elementos sobrenaturales o religiosos, la historia ofrece un retrato perturbador sobre el poder, la sugestión y el tratamiento de las mujeres en el marco de instituciones eclesiásticas.
La película adopta una mirada ambigua: dramatiza los fenómenos propios del género –posesión, vómitos, fuerza inhumana, levitación, blasfemia– y a la vez plantea que el relato puede leerse también desde la psiquiatría. Pero lo que distingue a Exorcismo: El Ritual no es su historia de posesión, sino el duelo entre los dos sacerdotes encargados de liberarla: el Capuchino Theophilus Riesinger (interpretado por Pacino) y el padre Joseph Steiger (Dan Stevens), un párroco local con problemas de fe.

Emma Schmidt: El caso documentado por la Iglesia
La historia de Emma Schmidt llegó al cine después de circular durante décadas como testimonio canónico dentro del catolicismo. El relato más citado fue publicado en 1935 bajo el título Begone Satan! por el sacerdote Carl Vogl, en base a los apuntes del propio Riesinger. Ese texto plantea el caso como una prueba irrefutable de la existencia del mal. Pero sus bases documentales están lejos de ser objetivas: no hay registros clínicos independientes ni testimonios por fuera del aparato eclesiástico.
Según Begone Satan!, Emma Schmidt comenzó a manifestar signos de posesión a los 14 años. Su conducta se volvía violenta al contacto con objetos sagrados, pronunciaba blasfemias y tenía ataques que hoy podrían asociarse a trastornos neurológicos o psiquiátricos. Pero lo más inquietante es el contexto familiar: su padre –según el relato eclesiástico– habría abusado de ella, y su tía Mina es etiquetada como bruja, envenenadora y asesina de niños. Esas descripciones fueron incorporadas como parte del diagnóstico espiritual.
Exorcismo: El Ritual | Riesinger, Steiger y la mirada masculina
Exorcismo: El Ritual ubica el foco narrativo no tanto en Emma Schmidt como en los dos religiosos que lideran su exorcismo. Riesinger, interpretado por un Pacino más seco que mesiánico, representa la fe dura, la convicción sin matices. Cree en el demonio, en su acción sobre los cuerpos y en el ritual como única salida. Steiger, en cambio, es un cura local sacudido por el suicidio de su hermano. La fe ya no le resulta evidente, y en el cuerpo de Schmidt no ve solo un caso teológico sino una persona real en crisis.
Ese contrapunto permite leer El Ritual más allá del terror religioso. Midell trabaja con el contraste entre certeza e incertidumbre, entre dogma y escepticismo. La cámara se queda más tiempo con ellos que con el cuerpo poseído. No hay una reconstrucción íntima del padecimiento de Emma Schmidt: hay dos hombres disputando el sentido de lo que ven.
El exorcismo de Emma Schmidt
Durante 1928, el exorcismo se desarrolló en tres etapas, a lo largo de 23 días. La mayor parte del tiempo tuvo lugar en un convento cercano a Earling, Iowa. Según el relato de Vogl, Schmidt presentaba múltiples síntomas: repulsión hacia lo religioso, agresividad, alucinaciones, cambios de voz, levitación y actos sexuales obscenos. También se decía que hablaba lenguas que no conocía.
Los demonios identificados fueron cuatro: Judas Iscariote, Beelzebub, su padre y su tía Mina. La combinación entre figuras bíblicas y familiares revela algo más profundo que una posesión: una estructura mental atravesada por traumas que fueron interpretados dentro de un sistema simbólico.
La descripción de su estado psicológico coincide con lo que hoy podría diagnosticarse como esquizofrenia, psicosis o un trastorno disociativo grave. Pero esas categorías no estaban disponibles en el contexto de 1928, y menos dentro del mundo eclesiástico. Riesinger no proponía una cura médica; creía estar librando una guerra espiritual.

Exorcismo: El Ritual | ¿Relato sobrenatural o síntoma psiquiátrico?
Midell, en declaraciones posteriores, reconoció que Exorcismo: El Ritual intenta presentar el caso desde una ambigüedad deliberada. Dice que algunos ven en estos episodios una lucha por el alma y otros, un llamado desesperado por asistencia médica. Su interés, asegura, fue dar lugar al dolor de la protagonista, más allá de la causa.
Pero en la puesta en escena y en las decisiones narrativas, la película no desarrolla del todo esa tensión. Se apoya en las convenciones del género: los efectos físicos, la transformación corporal, el enfrentamiento con el Mal. La complejidad de Emma Schmidt como figura histórica queda subordinada a su rol como catalizadora de conflicto entre dos hombres. Su experiencia queda reducida a un campo de batalla.
Lo más revelador del caso Emma Schmidt no es si fue poseída o no, sino el modo en que su historia fue construida. El testimonio de Begone Satan!, el relato del convento, el montaje cinematográfico: todos comparten una misma lógica. El cuerpo de una mujer se convierte en signo de algo que los otros –sacerdotes, autores, cineastas– necesitan decir. El exorcismo no aparece solo como una práctica religiosa, sino como una forma de intervención masculina sobre aquello que desborda los márgenes del orden.
El contexto no puede ignorarse. La historia se ubica entre el trauma familiar, la sexualidad reprimida, la violencia simbólica y la necesidad institucional de reafirmar un poder que se presentaba como salvador. Emma Schmidt no es solo un caso de posesión: es la encarnación de una época que patologizaba la diferencia, medicalizaba la rebeldía o la trataba como manifestación del Diablo.
El cine y el reciclaje del horror
Exorcismo: El Ritual no es la primera ni será la última en volver sobre estos materiales. Desde El Exorcista en adelante, el cine de terror encontró en el rito católico una puesta en escena perfecta: dramatismo, símbolos reconocibles, conflicto entre ciencia y fe. Pero en este caso, lo que se presenta como “basado en hechos reales” merece más atención que el argumento en sí.
La repetición de fórmulas narrativas muchas veces neutraliza la complejidad histórica de lo que ocurrió. Y si bien la película incluye una tarjeta final donde reconoce que hay quienes dudan de esta versión de los hechos, el peso dramático del film no va por ese lado. Como ocurre con frecuencia, la historia real funciona como excusa para volver a recorrer un género que ya conoce sus efectos.
Emma Schmidt vivió hasta 1941. Se dice que, tras el último exorcismo, su vida fue más tranquila. Pero no hay registros personales, cartas, diarios ni entrevistas. Todo lo que se sabe –o se dice saber– viene de quienes hablaron por ella. Riesinger fue perfilado por TIME en 1936 como “el exorcista de América”. Su figura creció; la de Schmidt se diluyó.
El caso se mantiene como uno de los últimos exorcismos autorizados por la Iglesia antes de que el Vaticano endureciera sus requisitos. No porque dudara de su efectividad, sino porque entendía el riesgo de legitimarlos en una época que empezaba a poner en duda los fundamentos mismos del dogma.
 
				 
															


