The Last of Us: Quién es Isaac Dixon | El dictador de Seattle

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De libertador a tirano: la temporada 2 de The Last of Us presenta a Isaac Dixon, una figura compleja que recorre los límites morales en un mundo donde la supervivencia justifica la crueldad.

The Last of Us temporada 2, episodio 4. Isaac Dixon está parado frente a un hombre que tiene miedo. Un miedo que contradice a las cicatrices de su cara, símbolos de una fe que deberían darle fuerza, mantenerlo firme. Pero Isaac Dixon conoce bien la fe y sus límites. La fe –piensa mientras calienta una sartén francesa de buen cobre– se quiebra cuando el dolor se vuelve insoportable. Y él, precisamente, está ahí para encontrar ese punto exacto: el instante donde la fe no alcanza.

El líder de los Lobos –los hombres y mujeres del Frente de Liberación de Washington, los dueños de Seattle tras la caída de FEDRA– habla con calma mientras prepara su instrumento de tortura. La domesticidad del arte culinario convertida en horror. Seattle es un lugar donde las cosas no son lo que deberían ser. Y nadie encarna mejor esa distorsión que Isaac Dixon.

El torturador no lo sabe, pero también es torturado. Por su propia historia. Por el peso de decisiones que lo transformaron del oficial de FEDRA que alguna vez fue al líder revolucionario que es ahora. De opresor a libertador. Y luego, en ese giro que la historia repite con insistencia, de libertador a nuevo opresor.

Hay algo que se escapa siempre en los relatos del apocalipsis: los detalles. El después inmediato es caos, desesperación, la lucha feroz por sobrevivir. Luego las comunidades se reconstruyen, aparecen nuevas formas sociales. Esos años donde las estructuras sociales se reconfiguran y se desgastan y vuelven a armarse, es la zona gris que The Last of Us explora en su segunda temporada. Y en ese limbo moral, en ese espacio donde los antiguos valores se disuelven y los nuevos aún no terminan de asentarse, camina Isaac Dixon.

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Jeffrey Wright como Isaac Dixon en el episodio 4 de la temporada 2 de The Last of Us

Poder y paranoia: Isaac Dixon y la militarización del apocalipsis

El actor Jeffrey Wright, el mismo que hace diez años le dio voz a Isaac Dixon en el videojuego The Last of Us Part II, ahora le pone cuerpo, presencia, una densidad distinta. En la serie de HBO, Isaac Dixon es un hombre de mediana edad, todavía fuerte, con la autoridad grabada en cada gesto. No necesita alzar la voz para demostrar poder. No necesita señalar con el dedo para dar órdenes. Su sola presencia impone respeto o miedo.

En el juego apenas aparece unos minutos como una sombra autoritaria, una referencia constante pero esquiva. En la serie es distinto. La narración televisiva, más expansiva, permite explorar los pliegues de su historia. Y lo que encontramos no es el cliché del villano unidimensional sino algo más turbio: un hombre que alguna vez creyó en algo.

El flashback del episodio 4 de la temporada 2 de The Last of Us nos lleva a once años atrás, a 2018. Un vehículo militar avanza por las calles desoladas de Seattle. Isaac Dixon, entonces oficial de FEDRA, viaja con su brigada. La atmósfera dentro del vehículo es tensa. Los soldados hablan con desprecio de los “votantes” –esos civiles que insisten en mantener algún vestigio de democracia en un mundo sin reglas–. Isaac permanece en silencio.

El vehículo se detiene. Un grupo de civiles los intercepta. Hanrahan, la líder de los rebeldes, lo reconoce. Lo llama por su nombre. Y entonces sucede lo impensable: Isaac toma dos granadas, las arroja dentro del vehículo donde viajan sus compañeros y cierra la puerta. “Bienvenido a la lucha”.

Esta secuencia, inventada para la serie –en el juego su pasado era distinto: un ex marine del Ejército de los Estados Unidos que se unió a la rebelión–, nos muestra el momento exacto en que un hombre decide traicionar lo que representa. El instante preciso donde la lealtad institucional se quiebra frente a una convicción más profunda. La pregunta queda flotando es: ¿qué vio Isaac en FEDRA que lo llevó a ese extremo? ¿Qué atrocidades presenció que lo convencieron de que el único camino era la traición y la violencia?

La historia enseña que las revoluciones suelen devorar a sus hijos. Y a veces, los revolucionarios se convierten en aquello contra lo que lucharon. Isaac Dixon no es la excepción. Once años después de su acto de traición/liberación –las palabras siempre dependen del bando desde el que se miren–, el antiguo soldado de FEDRA ahora lidera el WLF con puño de hierro.

Seattle bajo el control del WLF no es tan distinta de Seattle bajo FEDRA. Los métodos cambiaron. Los uniformes son diferentes pero el autoritarismo persiste. La guerra contra los Serafitas –ese culto religioso formado alrededor de una profeta que vio en la infección un castigo divino– justifica medidas cada vez más extremas.

Isaac Dixon tortura a un prisionero con la misma frialdad metódica con la que FEDRA interrogaba a los disidentes. El círculo se cierra. El liberador ahora es el opresor. La historia de Isaac es la historia de cómo los ideales se corrompen bajo el peso de la supervivencia. De cómo la necesidad de mantener el orden puede transformar incluso las intenciones más nobles.

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Jeffrey Wright como Isaac Dixon en el episodio 4 de la temporada 2 de The Last of Us

The Last of Us: Seattle, una ciudad dividida

Seattle es una ciudad dividida. No solo físicamente –entre los territorios controlados por el WLF y aquellos dominados por los Serafitas– sino moralmente. Es un lugar donde las lealtades se redefinen constantemente, donde la línea entre protector y tirano se desdibuja cada día.

El WLF, bajo el mando de Isaac Dixon, expulsó a FEDRA de la ciudad años atrás. Pero a medida que la hambruna persistía y el conflicto con los Serafitas escalaba, el régimen se volvió cada vez más dictatorial. La libertad prometida se transformó en otro tipo de opresión. Los recursos se administran con mano dura. Los refugiados ya no son bienvenidos. Cualquiera que no se una al WLF es expulsado de la ciudad. La xenofobia crece. El espacio para el disenso se reduce.

Es en este contexto que Abby Anderson (Kaitlyn Dever) encuentra refugio tras la masacre de Las Luciérnagas a manos de Joel en Salt Lake City (final de la temporada 1 de The Last of Us). Isaac la recibe, la convierte en soldado. Le enseña su código de ética: no matar a quienes no pueden defenderse –un código que ni él ni ella parecen tomarse demasiado en serio–. Isaac Dixon es quien autoriza la expedición de Abby a Jackson para buscar venganza contra Joel. En cierto modo, es cómplice del desencadenante que pone en marcha los eventos de la temporada 2 de The Last of Us.

Hay algo paternal en la relación de Isaac con Abby. Ambos comparten pérdidas. Ambos han visto sus vidas definidas por la violencia. Ambos buscan un propósito en un mundo que parece haberlo perdido. El líder del WLF se convierte para Abby en una especie de figura paterna tras el asesinato de su padre. La validación que busca en Isaac la empuja a convertirse en una eficiente máquina de matar. La llaman “La mejor asesina de Scars de Isaac”.

La guerra contra los Serafitas consume a Isaac. Lo obsesiona. Ya no es solo una cuestión de territorio o recursos. Es una guerra ideológica. Una guerra entre visiones opuestas del mundo.

Los Serafitas, con su rechazo a la tecnología, su vida rural, su interpretación religiosa del apocalipsis, representan todo lo que el militarismo de Isaac desprecia. Son la antítesis del orden que intenta imponer. Son la fe frente a la fuerza. La tradición frente al pragmatismo. El espíritu frente a la materia.

Pero también son competidores directos por el control de Seattle. Han conseguido convertir a muchos ciudadanos. Su influencia crece. Y eso Isaac no puede permitirlo.

La tortura del prisionero del episodio 4 de la temporada 2 de The Last of Us –mucho más explícita y detallada que en el juego– revela la desesperación de Isaac. Necesita información sobre el próximo ataque. Necesita quebrar la fe del prisionero. Necesita demostrar que su visión del mundo, basada en la fuerza y el control, es superior a la visión religiosa de los Serafitas. Pero el torturado aguanta. Muestra dignidad. Isaac le dispara en la cabeza. Un acto de frustración, de rabia, de miedo ante la posibilidad de que su control esté debilitándose.

En medio de este conflicto aparecen Ellie (Bella Ramsey) y Dina (Isabela Merced). Dos jóvenes que vienen buscando venganza por la muerte de Joel, pero ignoran por completo la complejidad del infierno al que están a punto de entrar. Ellie cree que el WLF es un pequeño grupo de soldados. No sabe que se enfrenta a una milicia de miles. No comprende que, para Isaac y sus Lobos, ella y Dina son apenas una molestia menor en medio de una guerra mucho más grande.

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Jeffrey Wright como Isaac Dixon en The Last of Us Part II

El precio del orden: Isaac Dixon y la tiranía de la supervivencia

Lo que hace fascinante al personaje de Isaac Dixon no es su maldad sino su complejidad moral. Es un hombre que alguna vez tuvo ideales. Que luchó contra la opresión. Que arriesgó su vida por liberar a otros. Pero algo se torció en el camino. El poder lo transformó. O quizás fue el miedo. El miedo a perder lo ganado, a que el caos regrese. El miedo a que la frágil estabilidad conseguida se desmorone.

En The Last of Us, Isaac Dixon es un estudio sobre cómo las buenas intenciones pueden corromperse. Sobre cómo la necesidad de mantener el orden puede justificar cualquier atrocidad. Sobre cómo la violencia, una vez desatada, es casi imposible de contener.

El cambio en su origen —de ex marine a desertor de FEDRA— añade complejidad a su relación con el poder. No es alguien que simplemente tomó el mando: es alguien que conoce ambos lados del conflicto. Que sabe cómo piensa el enemigo porque él mismo fue parte de ese sistema. Su traición no fue un impulso: fue una decisión calculada. Una elección moral que luego quedó sepultada bajo el peso de la guerra, la escasez y la paranoia.

Isaac Dixon representa un tipo específico de respuesta al apocalipsis. Una respuesta basada en la fuerza, el control, la jerarquía. Una respuesta que sacrifica libertades en nombre de la seguridad. Que ve enemigos en cada esquina. Que no puede permitirse el lujo de la compasión.

No es solo un dictador en un mundo post-apocalíptico. Es un espejo que refleja las posibilidades más oscuras de la naturaleza humana cuando se enfrenta a la extinción. Seattle, bajo su mando, es un experimento fallido de supervivencia a cualquier costo.

¿Hay monstruos en esta historia? ¿Son los infectados por Cordyceps? ¿O aquellos que, como Isaac Dixon, han entregado voluntariamente su humanidad a cambio de un día más de vida? La respuesta, como suele ocurrir en el universo de The Last of Us, probablemente no sea la que queremos escuchar.

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