The Last of Us: El final de la temporada 2 y el cambio de punto de vista en la temporada 3

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Después del clímax del final de la temporada 2, The Last of Us hace su jugada más arriesgada: hacer de Abby la protagonista de la temporada 3 de la serie.

Todo final es el principio de otra cosa. El de la temporada 2 de The Last of Us, en ese teatro abandonado de Seattle suena un disparo y la pantalla se vuelve negra. Silencio. La historia vuelve atrás tres días para anticipar lo que será la temporada 3 de la serie: contarnos lo mismo pero del otro lado del espejo. Porque resulta que toda historia tiene al menos dos versiones y que la verdad siempre está siempre en el medio, en esa zona gris donde solo miramos cuando ya es demasiado tarde.

The Last of Us –primero el videojuego, después la serie de HBO– nos propone exactamente eso: un ejercicio de perspectiva que nos obliga a preguntarnos cosas que preferiríamos no preguntarnos. Neil Druckmann –que dirigió el juego y ahora produce la serie junto a Craig Mazin–, construyó una trampa narrativa perfecta: nos convence de que Joel y Ellie son los héroes de esta historia y después nos muestra cómo los héroes también pueden ser monstruos, que los monstruos también pueden ser padres, que la moral es un lujo que muy pocos se pueden permitir cuando el mundo se está acabando.

Por supuesto, hay una diferencia entre hacer un videojuego y hacer una serie de televisión. En el juego, sos Ellie durante doce horas. La hacés matar, la hacés tomar decisiones que la llevan por el camino de la venganza mientras experimentás la progresión del dolor al odio, del odio a la violencia, de la violencia a la pérdida de la humanidad. Y cuando el juego te obliga a cambiar de personaje, cuando te pone en la piel de Abby, la asesina de Joel, el shock es físico, visceral. De repente tenés que controlar a la que considerabas tu enemiga, tenés que entender sus motivaciones, tenés que empatizar con alguien que se ganó cada centímetro de tu odio.

En televisión las cosas no funcionan así: mirás desde afuera, sos espectador. Y ahí está el problema, o tal vez la oportunidad: ¿cómo traducir una experiencia interactiva a un medio pasivo? ¿Cómo generar la misma empatía cuando no hay decisiones que tomar?

La temporada 2 de The Last of Us termina exactamente donde termina la primera mitad del juego: con ese disparo que puede ser el final de Ellie o el principio de algo peor, con esa pantalla en negro que es una promesa y una amenaza al mismo tiempo. “Me gusta que sigamos presentando un mundo nuevo con diferentes maneras de seguir la historia”, explicó Mazin en una entrevista a Indiewire. “La primera temporada fue la historia de Joel y Ellie. La segunda temporada se centra en gran medida en la historia de Ellie y Dina. Y la tercera temporada se adentrará de lleno en el mundo de Abby”.

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Bella Ramsey como Ellie en el final de la temporada 2 de The Last of Us

The Last of Us temporada 3: Abby Anderson, la nueva protagonista de la serie

La temporada 3 de The Last of Us será la temporada de Abby Anderson (Kaitlyn Dever), un personaje complejo hasta la incomodidad. Abby es la hija del cirujano que Joel mató en el hospital de Salt Lake City, esa muerte que salvó a Ellie pero condenó a la humanidad. Es una joven que creció entrenando obsesivamente para vengar a su padre, que se convirtió en una máquina de matar con un objetivo único y claro. Pero también es alguien que tiene amigos, que se enamora, que duda, que sufre. Es, en definitiva, el espejo de Ellie: dos chicas marcadas por el trauma, definidas por la pérdida, condenadas a repetir los mismos ciclos de violencia.

Esto quedó claro en el episodio 5 de la temporada 2 de The Last of Us, cuando Ellie (Bella Ramsey) –con la mirada perdida bajo una luz roja demoníaca, perdida en sí misma– golpea brutalmente a Nora (Tati Gabrielle). “Me resulta sorprendente lo similares que son en su brutalidad y en su pérdida de identidad”, dijo Mazin. “Con Abby, eso es principalmente lo que hemos visto, pero con Ellie hemos visto muchas otras facetas de ella”. 

The Last of Us Part II no es solo una historia sobre la venganza sino sobre el tribalismo, sobre cómo construimos nuestras identidades en oposición a otros, sobre cómo el enemigo es siempre el que no conocemos, el que no entendemos, el diferente. El juego nos obliga a ver a Abby como un ser humano después de habernos convencido de que no lo era. Nos muestra que la diferencia entre héroe y villano no es más que una cuestión de perspectiva, de timing, de estar del lado correcto de la historia que se está contando.

The Last of Us de HBO ha logrado, en muchos aspectos, mejorar la narrativa del juego. El episodio Long Long Time, que cuenta la historia de amor entre Bill y Frank, es televisión pura, un momento de humanidad en medio del horror que funciona porque entiende que la emoción no necesita violencia para ser poderosa.

Pero también ha hecho cambios que transforman la experiencia. La conversación del porche entre Joel y Ellie, el epílogo del juego, fue trasladada al episodio 6 de la temporada 2 para generar más impacto dramático, pero pierde parte de su peso emocional. En la serie, esa revelación está demasiado cerca en el tiempo, lo que hace que la reconciliación se sienta menos ganada, menos dolorosa, menos real.

Y ahí está el dilema de toda adaptación: qué cambiar y qué conservar, cómo traducir de un medio a otro sin perder la esencia pero tampoco sin quedarse atrapado en la literalidad. The Last of Us ha sido hasta ahora una adaptación exitosa, pero la verdadera prueba llegará con la temporada 3, cuando tengamos que empatizar con Abby y entender sus motivaciones sin tener el control sobre sus acciones.

Porque al final –que siempre es un principio–, The Last of Us es una historia sobre padres e hijos, sobre cómo los traumas se transmiten de generación en generación, sobre cómo el amor puede ser destructivo cuando se convierte en en incapacidad de dejar ir. Joel no pudo dejar morir a Ellie, Abby no pudo dejar vivo a Joel, Ellie no puede dejar ir a Abby. Y así, en esa cadena infinita de venganzas y perdones negados, en esa repetición compulsiva del dolor, está quizás la verdad más incómoda de esta historia: que el amor se puede convertir en la forma más sofisticada del egoísmo.

Según Mazin, “si hacemos bien nuestro trabajo, cuando todo esto termine, o al menos, cuando termine la tercera temporada, deberíamos estar moralmente confundidos y en conflicto, esperando que, de alguna manera, estas dos fuerzas imparables que se atacan mutuamente encuentren la manera de no matarse. Porque acabaremos amándolas a las dos y también teniéndoles miedo”. 

La temporada 3 de The Last of Us nos dirá si HBO puede contar esa verdad sin la trampa del control interactivo, si puede hacernos sentir lo que sintieron los jugadores cuando tuvieron que caminar en los zapatos de su enemiga. Mientras tanto, ahí queda ese disparo resonando en el silencio, esa pantalla negra que es una pregunta sin respuesta, ese final que es apenas el principio de una historia que tal vez, después de todo, no tenga final.

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