Merlina: La Academia Nunca Más, un espacio gótico para marginales modernos

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En Merlina, la Academia Nunca Más mezcla estética gótica, mitología institucional y un legado que transforma la rareza en norma. Historia del margen como sistema educativo.

En Merlina, la Academia Nunca Más impone un clima. Un castillo gótico rodeado de bosques, al borde del pueblo de Jericó, Vermont. Es el nuevo destino de Merlina Addams (Jenna Ortega) tras ser expulsada de su escuela anterior. Pero el lugar no es solo un refugio para los “raros”: es un espacio que define la serie. Allí se cruzan adolescentes con poderes sobrenaturales, criaturas mitológicas, conflictos familiares, y una historia que une tradición, crimen y literatura. Al centro de todo, un nombre: Nunca Más.

Nunca Más no es Hogwarts, aunque se le parezca. No construye un mundo mágico, sino uno marginal. No es un santuario secreto, sino una estructura paralela, creada para contener lo que no encaja en el sistema escolar estándar. En lugar de integrar a los raros al mundo, les da un espacio propio. Merlina llega como outsider incluso en ese entorno. Su relación con Nunca Más es la de quien ya desconfía de los lugares construidos para contenerla.

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Jenna Ortega en Merlina de Netflix

Merlina: La rareza como gestión

Fundada en 1791, según el canon interno de la serie, Nunca Más fue concebida como un refugio para los outcasts. Su fundador, Nathaniel Faulkner, estableció la academia como un espacio educativo independiente, donde jóvenes con habilidades “no normativas” pudieran desarrollarse sin persecución.

Los estudiantes están divididos por tipología biológica: furs (hombres lobo), scales (sirenas), stoners (gorgonas), fangs (vampiros), y los pocos que no pertenecen a ninguno de esos grupos (videntes, telépatas, mutantes). La convivencia entre especies es regulada, pero jerarquizada. Cada grupo ocupa un lugar definido dentro del ecosistema escolar. Hay rivalidades, exclusiones, pactos de poder.

La directora Larissa Weems (Gwendoline Christie, reemplazada por Steve Buscemi en la temporada 2), encarna la figura institucional por excelencia. No es una villana, pero tampoco una protectora. Su función es mantener el orden, y ese orden incluye encubrir crímenes, manipular información y sostener una imagen de armonía que nunca se cumple. Bajo su gobierno, Nunca Más no es tanto un lugar seguro como un equilibrio precario. La tensión constante es entre la amenaza externa –el pueblo de Jericó, la policía, la comunidad humana– y el colapso interno –las alianzas rotas, los poderes desbordados, las agresiones encubiertas.

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Merlina con el uniforme de la Academia Nunca Más

La Academia Nunca Más: El gótico como identidad institucional

Todo en Nunca Más está diseñado para construir una estética. Desde la arquitectura hasta el uniforme, la academia asume su filiación gótica: techos altos, vitrales, salones oscuros, pasillos con historia. No hay una búsqueda de modernización ni un esfuerzo por parecer otra cosa. Al contrario: el anacronismo es parte de su encanto. Los estudiantes usan celulares, pero asisten a clases de apicultura, botánica oculta y habilidades psíquicas. El mundo exterior existe, pero está lejos.

El vínculo con Poe informa el tono de la serie: esa mezcla de inteligencia sombría, romanticismo trágico y obsesión por el pasado. Merlina encuentra en la escuela un lugar que, por primera vez, no le exige adaptarse. Pero al mismo tiempo, es un espacio cargado de códigos, reglas y secretos. La mirada de Poe sobre el mundo –un mundo poblado por lo extraordinario, lo reprimido y lo incomprendido– se convierte en el filtro a través del cual se construye Nunca Más.

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Merlina en el equipo El Gato Negro

La Copa Poe y la mitología interna de Merlina

El nombre de la academia es una referencia directa a El Cuervo, el poema más famoso de Edgar Allan Poe. “Nevermore” es el estribillo fatal que el cuervo repite como condena, como lamento y como sentencia. En Merlina, ese eco se transforma en institución: una escuela fundada por y para outcasts, adolescentes con dones inusuales, que no encajan en el sistema educativo estándar. El homenaje a Poe no termina ahí: la figura del escritor está integrada en la mitología interna del colegio como su exalumno más célebre. Poe es el prócer del lugar. Tiene una estatua en sus pasillos y da nombre a su competencia más importante: la Copa Poe.

Cada año, la Academia Nunca Más organiza la Copa Poe, una competencia entre las casas que dividen a los alumnos según sus habilidades. Licántropos, sirenas, gorgonas y videntes compiten por honor, prestigio y memoria. El evento funciona como ritual de iniciación y como medidor de jerarquías internas. Para Merlina, recién llegada y escéptica de las tradiciones, la copa es una excusa para observar. Pero también es la puerta de entrada a los conflictos soterrados del colegio: los celos, los pactos, las traiciones.

La competencia tiene su historia. Se celebra desde los tiempos fundacionales de la escuela, y forma parte de su relato de origen. Cada equipo debe elegir un cuento de Poe como nombre y bandera. La copa, con su carga simbólica, convierte la figura del escritor en una especie de tótem institucional.

Pero esa mitología también tiene sus grietas. En Merlina, nada es lo que parece. La historia oficial de Nunca Más está atravesada por omisiones, encubrimientos y versiones contradictorias. Lo que Merlina descubre no es solo un misterio criminal, sino también un pasado que se resiste a ser contado por completo. La escuela tiene sótanos, pasajes ocultos y archivos cerrados. Como en los cuentos de Poe, el conocimiento está encerrado, y acceder a él implica riesgo.

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Jenna Ortega en Merlina

Nuca Más: Un escenario para el conflicto

En términos narrativos, la Academia Nunca Más es más que un escenario. Es el marco que permite que convivan el policial, el melodrama, el coming-of-age y el fantástico. Allí, Merlina investiga crímenes, descubre secretos familiares, pelea con su madre, forma vínculos ambiguos con sus compañeros, y despliega sus poderes de forma creciente. La escuela no es solo su entorno: es su antagonista simbólico.

Lo importante de Nunca Más no es que sea una escuela para monstruos, sino que sea un lugar donde esa diferencia tiene historia, reglas, prestigio. La rareza no es negada, pero es parte del protocolo. Y ahí reside su ambigüedad: en vez de domesticar a Merlina, la desafía.

El vínculo entre la academia y Edgar Allan Poe termina de cerrar ese círculo. Poe fue, en vida, una figura desplazada: periodista sin red, poeta sin lectores, dandi sin patrimonio. Su figura es el antecedente literario del “outcast” moderno. Que una escuela ficticia lo celebre como modelo no es solo homenaje: es la afirmación de que incluso lo rechazado puede construirse como tradición.

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Jenna Ortega en Merlina

Lo monstruoso como construcción social

Una de las claves de Merlina es su forma de representar lo monstruoso. No como amenaza, sino como categoría política. Los estudiantes de Nunca Más no son peligrosos por lo que son, sino por cómo son vistos. La rareza no es biológica, es administrada. Y el colegio, más que contenerla, la vigila. Esa es la paradoja central: la institución que debía emancipar a los excluidos termina replicando su exclusión en términos internos.

Merlina lo advierte desde el comienzo. Se resiste a pertenecer, a aceptar las reglas internas de clasificación. Su alianza con Enid, una adolescente lobo que no logra transformarse, o con Eugene, un chico capaz de controlar abejas, no está basada en la afinidad de especie, sino en la marginalidad dentro de lo marginal. En Nunca Más también hay normativas. También hay fracaso.

La idea de que el monstruo es producto del sistema se hace explícita en el caso de Tyler Galpin (Hunter Doohan), el villano oculto de la temporada 1. Tyler no es alumno de Nunca Más, pero su conexión con el lugar es directa. Su monstruosidad es negada, reprimida, ignorada. Y cuando se manifiesta, lo hace como violencia descontrolada. No por lo que es, sino por cómo fue administrado su deseo, su dolor, su origen.

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Jenna Ortega en Merlina

Nunca Más como espejo del mundo real

Narrativamente, Nunca Más funciona como un microcosmos que refleja los mecanismos de cualquier institución de control: clasificación, disciplina, vigilancia, integración selectiva. En lugar de expulsar a los diferentes, los agrupa. En lugar de perseguirlos, los forma.

Lo que hace Merlina es mostrar cómo incluso los espacios creados para los otros pueden volverse dispositivos de opresión. La rareza deja de ser una forma de libertad y se convierte en una categoría gestionada. El monstruo deja de ser amenaza y se vuelve objeto de administración.

En ese sentido, Nunca Más es más que un decorado gótico: es la representación institucional del margen. Un dispositivo que dice proteger a los excluidos, pero que al hacerlo, los contiene, los clasifica, los normaliza. Un sistema que reproduce, en clave de fantasía, las tensiones estructurales del mundo real.

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