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La Diplomática: Debora Cahn explica el final de la temporada 3 y cómo una traición cambia todo

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Debora Cahn explica el final de la temporada 3 de La Diplomática y cómo una traición privada –entre aliados y dentro del matrimonio Wyler– altera la política global.

La temporada 3 de La Diplomática vuelve sobre las preguntas que definieron la serie: ¿cuánto cuesta sostener una mentira de Estado? ¿qué se sacrifica cuando el deber se mezcla con la vida privada? Debora Cahn, su creadora, explica el final y ofrece un mapa de las fuerzas que moldean la ficción: el poder, la lealtad y la traición.

“En comparación con lo que pasa en el mundo real, lo nuestro es casi un documental de naturaleza tranquilo”, dice Cahn con ironía. No lo es. La tercera temporada de La Diplomática lleva la serie a su punto más tenso: cuando el matrimonio Wyler –ella embajadora, él ahora vicepresidente– se convierte en una metáfora del desequilibrio político que gobierna a las naciones.

El nuevo ciclo arranca tras la muerte del presidente Rayburn (Michael McKean), la nueva presidenta Grace Penn (Allison Janney) elige a Hal Wyler (Rufus Sewell), y no a Kate (Keri Russell), como vicepresidente.

Esa elección reorganiza el poder, pero también el sentido emocional de la serie. Cahn lo explica así: “Desde el principio, la idea era que si alguien iba a ser vicepresidente, ese debía ser Hal. Sin duda, tener una presidencia de Allison Janney tiene un componente de cumplimiento de deseos, pero tener a dos mujeres en la Casa Blanca, a estas alturas, parece ciencia ficción. La idea de que Kate se acerque tanto y luego no suceda parecía muy real. Queremos que la serie sea una visión optimista del trabajo en el gobierno, pero necesitamos relacionarnos de alguna manera con el mundo en el que vivimos.“

La frase define la dirección narrativa: la historia no se desvía hacia la carrera política de Kate, sino que vuelve a su territorio natural, el de la diplomacia.

La política se narra en los espacios que separan el gesto público del costo privado. Y el final de la temporada 3 de La Diplomática –una traición que se extiende desde la pareja hasta las relaciones internacionales– lleva esa lógica al extremo.

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Allison Janney como Grace Penn en La Diplomática de Netflix

La Diplomática temporada 3: Grace Penn y una decisión que reordena el poder

La primera consecuencia del nombramiento de Hal es la redefinición del vínculo con Kate. Cahn explica que quisieron filmar esa caída como una experiencia física, no sólo emocional: “Queríamos que el tiempo se volviera más lento, que se sintiera como si ella cayera por un precipicio. El mundo se vuelve borroso.” En esas escenas, el ritmo vertiginoso de la serie se interrumpe para mostrar lo que la pérdida provoca cuando la vocación choca con la realidad.

El resultado es una paradoja: la mujer que mejor entiende el lenguaje del poder se vuelve invisible dentro de su propio matrimonio político. Cahn afirma que el objetivo fue mantener el relato centrado en su función diplomática y no en una ambición electoral: “El título no es La Candidata. Era importante que la historia siguiera anclada en el trabajo en la embajada y en lo que significa negociar en nombre de un país.”

En público, Kate y Hal son una pareja modelo, representantes de un gobierno unido. En privado, están separados. Lo que proyectan al mundo es una ilusión de orden. Lo que sostienen en la intimidad es una mentira funcional. La ficción se vuelve así un comentario sobre la propia maquinaria del poder: la política exterior y el matrimonio comparten un mismo mecanismo de supervivencia, la puesta en escena.

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Keri Russell como Kate Wyler en la temporada 3 de La Diplomática

La maniobra de Amagansett: La diplomacia del daño controlado

La segunda mitad de la temporada 3 de La Diplomática se articula en torno a un dilema político. Alguien amenaza con filtrar la verdad sobre el ataque a un avión británico, y la Casa Blanca elige una solución pragmática: culpar al presidente muerto. En Amagansett, Kate, Hal, la presidenta Penn y su jefa de gabinete discuten el plan con los británicos. La idea es proteger la alianza sacrificando la verdad.

Debora Cahn reconoce que detrás de esa decisión hay una pregunta que recorre toda la serie: “Pasamos mucho tiempo pensando qué significa tener un jefe de Estado impulsivo.” La frase se refiere al primer ministro británico, Nicol Trowbridge (Rory Kinnear), que rompe el pacto y acusa públicamente a Estados Unidos de haber causado la tragedia.

La secuencia condensa el sentido político de La Diplomática: la gestión del error como forma de gobierno. Cada movimiento busca evitar un desastre mayor, pero el método –la mentira pactada– multiplica el daño. Cuando Trowbridge desobedece el acuerdo y expone el encubrimiento, lo que se quiebra no es sólo una alianza, sino la idea misma de que la diplomacia puede proteger a alguien.

La traición se amplía: ya no es solo el conflicto de Kate con su esposo, sino el colapso de la confianza entre países que, hasta entonces, compartían un lenguaje común. Lo que Cahn narra no es la política del heroísmo, sino la política del cálculo: lo que un Estado decide ocultar para sostener la ficción de estabilidad.

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Rufus Sewell como Hal Wyler en La Diplomática

El final de La Diplomática 3: Poseidón y la traición de Hal

En el episodio final de la temporada 3 de La Diplomática, la serie cambia de escala. Un submarino ruso aparece en la costa británica con un arma nuclear a bordo: el Poseidón, “un dron submarino con un pequeño reactor nuclear y una ojiva diseñada para contaminar un área enorme con lluvia radioactiva”, como explica la presidenta Penn. Es el símbolo perfecto del poder descontrolado: una tecnología diseñada para la destrucción y manipulada por gobiernos que ya no confían entre sí.

La negociación entre Penn y Trowbridge fracasa. Ella le ofrece ayuda estadounidense para remover el submarino; él se niega. Lo que sigue es una cena diplomática en la que Cahn concentra todos los conflictos –políticos, personales, maritales– en un solo espacio. “Fue uno de los mayores placeres de mi carrera escribir esa escena”, dice. “Tener tantas parejas en la mesa, todas intentando controlarse y controlar el destino de sus países en un lugar tan elegante y tenso, fue apasionante.”

La aparente tregua llega cuando Kate propone una salida: sellar el submarino en cemento, enterrarlo para siempre. Pero lo que parece un momento de reconciliación se transforma en una nueva traición. Kate descubre que su marido y la presidenta actuaron por su cuenta: se apropiaron del Poseidón sin avisarle. “Cuando los británicos se enteren, lo considerarán un acto de guerra”, advierte.

Cahn explica la escena final desde la mirada de su protagonista: “Estamos completamente en el punto de vista de Kate al final de la temporada, experimentando a través de sus ojos el descubrimiento de una decisión de la que fue deliberadamente excluida.” Esa exclusión es el golpe final: la diplomacia, el matrimonio y el Estado operan con la misma lógica de poder cerrado.

En la última imagen, Kate observa el engaño que acaba de comprender. Cahn comenta lo que piensa su personaje: “Este tipo va a provocar que los rusos ataquen al Reino Unido, y mucha gente inocente va a morir otra vez.” No hay cierre ni moraleja, sólo una certeza: la traición, en La Diplomática, no es un error. Es el propio sistema.

DISPONIBLE EN NETFLIX.

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