Entre 1968 y 1985, dieciséis personas fueron asesinadas en los alrededores de Florencia. Las víctimas eran parejas que buscaban intimidad en zonas rurales, y en varios casos los cuerpos de las mujeres aparecieron mutilados. Los crímenes fueron atribuidos a un asesino apodado “Il Mostro di Firenze”, pero casi sesenta años después nadie ha sido condenado por todos los homicidios ni se ha encontrado el arma. La nueva serie de Netflix El Monstruo de Florencia, creada por Leonardo Fasoli y dirigida por Stefano Sollima, reconstruye esos años de miedo desde el momento en que la policía reabre una vieja causa.
En 1982, el hallazgo de una pareja muerta en su coche lleva a los investigadores a revisar un asesinato ocurrido catorce años antes, cometido con la misma pistola Beretta calibre .22. Desde entonces, la investigación se transforma en una red de teorías, sospechosos y errores que atraviesa dos décadas.
Sollima optó por no construir un retrato cerrado del asesino, sino un mapa del desconcierto. Cada episodio de El Monstruo de Florencia se centra en uno de los principales acusados: hombres comunes que en distintos momentos fueron señalados como los posibles “monstruos”. La serie sigue el caso desde su comienzo, cuando la idea de un asesino serial aún no formaba parte de la cultura italiana. El resultado es menos una historia policial que una radiografía del miedo y la obsesión colectiva.

El caso real detrás de la serie El Monstruo de Florencia de Netflix
El 21 de agosto de 1968, en las afueras de Signa, una pequeña localidad cercana a Florencia, Barbara Locci, de 32 años, y su amante Antonio Lo Bianco, de 29, fueron encontrados muertos en su coche. En el asiento trasero dormía el hijo de Locci, de seis años, que sobrevivió y pidió ayuda.
Durante los siguientes diecisiete años, siete parejas más fueron asesinadas del mismo modo: ataques nocturnos a tiros en lugares apartados donde los amantes solían estacionar. Las víctimas eran jóvenes italianos y también turistas alemanes y franceses. En todos los casos se usaron balas Winchester serie H, disparadas con la misma Beretta calibre .22, lo que permitió vincular los crímenes.
El último asesinato ocurrió en septiembre de 1985. La pareja francesa compuesta por Jean Michel Kraveichvili y Nadine Mauriot fue atacada mientras acampaba en un bosque. Sus cuerpos fueron apuñalados, y el de Mauriot, mutilado. El arma nunca apareció, y la secuencia de crímenes se detuvo sin explicación.
El caso real de El Monstruo de Florencia se volvió un laberinto. Desde el inicio, las autoridades cometieron errores y filtraron información a la prensa. El primer sospechoso fue Stefano Mele, esposo de Barbara Locci, quien confesó el asesinato de su mujer y su amante. Luego se retractó, involucrando a varios hombres de origen sardo que habían tenido relaciones con ella. La llamada “pista sarda” concentró la investigación durante años, sin resultados.
Entre los acusados estuvieron Francesco Vinci, ex amante de Locci, y sus familiares Giovanni Mele, Piero Mucciarini y Salvatore Vinci. Todos fueron detenidos en distintos momentos, pero en 1984, mientras tres de ellos seguían presos, se cometieron nuevos asesinatos. Esa coincidencia forzó su liberación y evidenció que la hipótesis era insostenible.
En los años 90s surgió otro nombre: Pietro Pacciani, un campesino con antecedentes de violencia sexual. En 1994 fue condenado por varios de los crímenes, pero la sentencia fue revocada dos años más tarde por falta de pruebas y fallos procesales. Murió antes de que se realizara un nuevo juicio. Dos supuestos cómplices, Giancarlo Lotti y Mario Vanni, fueron condenados en 1998 sobre la base de confesiones inconsistentes. Ambos murieron en prisión.
A pesar de las condenas parciales, nunca se demostró de manera concluyente la relación de estos hombres con todos los asesinatos. El ADN hallado en las balas de los últimos crímenes no coincidió con ninguno de los acusados. Cuatro décadas después, la identidad del Monstruo de Florencia sigue siendo un vacío.
El Monstruo de Florencia: Teorías, mitos y conspiraciones
La ausencia de certezas alimentó una larga serie de teorías. Algunos investigadores sostuvieron que se trataba de un solo asesino; otros imaginaron una red de cómplices o una secta dedicada a rituales satánicos. Circularon hipótesis sobre sociedades secretas, encargos sexuales y redes de poder. Ninguna fue probada.
Stefano Sollima, al adaptar la historia al formato serie, optó por no adherir a ninguna explicación. Según explicó, el caso está compuesto por versiones incompatibles entre sí y testimonios fragmentarios. En la serie, la verdad no es una revelación sino una atmósfera: la sensación de que todos pudieron ser culpables y de que el miedo se convirtió en una forma de control social.
Los guionistas de El Monstruo de Florencia mantuvieron los nombres reales de los acusados y reprodujeron diálogos registrados en los procesos judiciales, lo que añade un tono documental. Pero el interés de Sollima no es solo policial. Su mirada apunta a la Italia de la época: un país rural, patriarcal, donde la violencia contra las mujeres formaba parte del paisaje y donde la autoridad policial actuaba entre el prejuicio y la superstición. “El caso –dice el director– muestra cómo esa cultura del silencio y la misoginia sigue existiendo, con otras formas.”

El Monstruo de Florencia y su conexión con Amanda Knox
Una de las figuras más polémicas vinculadas al caso de El Monstruo de Florencia fue el fiscal Giuliano Mignini. En 2001 reabrió la investigación con una teoría sobre una supuesta secta satánica responsable de los crímenes y del misterioso suicidio del médico Francesco Narducci, hallado muerto en 1985. Llegó a acusar a más de veinte personas, entre ellas funcionarios y policías, pero el caso fue archivado por falta de pruebas.
Mignini volvió a ser noticia años después, cuando encabezó la acusación contra Amanda Knox por el asesinato de Meredith Kercher en 2007. Su insistencia en los motivos “rituales” y su estilo de investigación le valieron duras críticas internacionales. En 2010 fue condenado por abuso de autoridad por ordenar escuchas ilegales durante la causa del Monstruo, aunque la sentencia fue luego anulada.
El paso de Mignini por ambos casos consolidó una idea que la serie retoma: la dificultad de distinguir entre la búsqueda de justicia y la construcción de un relato. En el caso del Monstruo, la justicia italiana terminó atrapada por la misma fascinación que generaban los crímenes.
El Monstruo de Florencia en la cultura italiana
Más allá de los asesinatos, el caso real de El Monstruo de Florencia dejó una marca profunda en la cultura italiana. Durante los años setenta y ochenta, los diarios publicaban cada detalle con morbo, y las noches en las colinas toscanas se convirtieron en símbolo del miedo. Las parejas dejaron de frecuentar los caminos rurales; los rumores se multiplicaron.
El Monstruo fue más que un asesino: fue una proyección de los miedos de una sociedad que atravesaba un cambio. En un país dividido entre la modernidad y el peso de sus tradiciones, el caso reveló la fragilidad del sistema judicial y la facilidad con que la sospecha podía reemplazar a la verdad.
El Monstruo de Florencia recupera ese contexto con una mirada actual. No busca resolver el misterio, sino mostrar cómo el deseo de encontrar culpables puede terminar creando nuevos monstruos.
DISPONIBLE EN NETFLIX.



