Aileen: La Reina de las Asesinas en Serie, el nuevo documental de Netflix, vuelve sobre un caso que el cine y la televisión han transformado en mito: la historia de Aileen Wuornos, ejecutada en 2002 tras ser condenada por asesinar a siete hombres en Florida entre 1989 y 1990. Su nombre circuló entre titulares y películas –la más célebre, Monster, con Charlize Theron–, pero detrás de la infamia pública hubo una historia de abandono, violencia y una sociedad que la convirtió en espectáculo.
El documental, dirigido por Emily Turner, recupera una entrevista inédita que la artista australiana Jasmine Hirst le realizó en prisión en 1997, cuando ambas mantenían correspondencia. Esas imágenes, donde Wuornos habla con una mezcla de lucidez y resentimiento, constituyen el núcleo del film. A partir de ese registro, Aileen: La Reina de las Asesinas en Serie reconstruye su vida desde la infancia hasta los asesinatos, explorando las versiones, contradicciones y silencios que definieron su paso por la historia criminal estadounidense.
En esa conversación –una de las pocas donde Wuornos tuvo control sobre su relato– se delinean las dos figuras que convivían en ella: la víctima y la victimaria. Entre ambas se desarrolla la tragedia de una mujer que, para sobrevivir, aprendió a desconfiar de todo, incluso de sí misma.
Aileen: La Reina de las Asesinas en Serie y la voz desde la prisión
La entrevista con Jasmine Hirst funciona como un documento histórico y psicológico. Frente a cámara, Aileen Wuornos no intenta justificar sus crímenes; intenta explicarse a sí misma. Habla de su infancia con una crudeza que suena más a constatación que a trauma: criada por abuelos estrictos y religiosos, abandonada por sus padres, expulsada del hogar a los 15 años. Desde entonces, vivió en rutas, estaciones y descampados, sobreviviendo con lo que encontraba y vendiendo sexo para comer.
En el documental, la dureza de ese relato se impone sin necesidad de subrayados. “Soy dura”, dice, como si fuera un eslogan aprendido a fuerza de golpes. Relata violaciones, hambre y una vida marcada por la intemperie. Su amiga de la infancia, Dawn Botkins, sugiere que empezó a prostituirse para alimentar a su hermano. En esa pobreza, la violencia se volvió una forma cotidiana de negociación: una moneda que pasaba de mano en mano.
Wuornos asegura que su primer asesinato, el de Richard Mallory en 1989, fue en defensa propia: él la había atacado, ella disparó. Sin embargo, años después admitió haber mentido en parte del testimonio –no hubo sodomía, dijo– y que mantuvo la versión por inercia, atrapada entre la vergüenza y la necesidad de sostener un papel. “Pensaba en las mujeres violadas, en sus problemas, en los míos”, explica en la grabación. Lo que emerge de esa confesión no es un intento de limpiar su nombre, sino la conciencia tardía de haber perdido el control de su propia narrativa.

La identidad y el crimen: Aileen Wuornos entre la autodefensa y la representación
Aileen Wuornos fue juzgada más por lo que representaba que por lo que hizo. Mujer, pobre, lesbiana y trabajadora sexual: cada rasgo fue usado para definirla como una anomalía. La prensa la nombró La Reina de las Asesinas en Serie, título que el documental retoma con ironía. Su figura se convirtió en un espectáculo que combinaba morbo, misoginia y fascinación.
Emily Turner evita esa trampa. A través de entrevistas con policías, abogados y amigos, compone un retrato más complejo: una mujer moldeada por la violencia estructural, pero también capaz de manipular y mentir. Wuornos, consciente de su notoriedad, llegó a decirle a Hirst durante la entrevista: “Ustedes van a hacer millones con esto”. La frase revela tanto su resentimiento como su lucidez: entendía que su historia ya no le pertenecía.
Aileen: La Reina de las Asesinas en Serie plantea que la línea entre la defensa propia y el asesinato premeditado se vuelve difusa cuando la supervivencia depende de matar o ser asesinada. Aileen conocía el riesgo de su oficio y había sido agredida más de una vez. Sin embargo, también disfrutó del poder que el miedo generaba en los demás. En una sociedad que la había ignorado, ser temida era, por fin, una forma de ser vista.
Turner define ese punto con precisión: “Es triste que el único momento en que se sintió escuchada fue cuando se convirtió en asesina”. Esa paradoja resume la tragedia de Wuornos: la visibilidad como forma extrema de existir.
Aileen Wuornos | Los motivos y las sombras
Aileen: La Reina de las Asesinas en Serie evita ofrecer una explicación única para sus crímenes. Turner reconoce que “no hay una respuesta limpia”. Hay múltiples versiones: la de la víctima que reacciona, la de la mujer que se descompone bajo el alcohol y la paranoia, la de la figura pública que asume su rol de monstruo para seguir siendo escuchada.
Wuornos decía que no se reconocía en la etiqueta de “asesina serial”. “Me convertí en una, pero mi verdadero yo no lo es”, aseguraba. Esa frase contiene el conflicto central de su vida: la distancia entre la identidad que le impusieron y la que intentó construir. En los últimos años de prisión, alternaba momentos de arrepentimiento con explosiones de ira contra el sistema judicial, la policía y los medios. La entrevista muestra esos cambios bruscos: pasa del llanto a la burla en segundos, como si intentara controlar la manera en que la historia la iba a recordar.
El documental también recupera la figura de Tyria Moore, su pareja durante los crímenes. Wuornos le confesó el primer asesinato y la protegió durante la investigación. Turner sugiere que la relación entre ambas explica parte del impulso criminal: una mezcla de amor, miedo y dependencia. “Después de tantos vínculos violentos con hombres, decidió probar con una mujer”, dice la directora. El resultado fue una relación obsesiva que terminó en traición: Moore testificó contra ella.
Aileen: La Reina de las Asesinas en Serie | El documental y la mujer detrás del mito
Aileen Wuornos fue ejecutada el 9 de octubre de 2002. Tenía 46 años. Durante su última entrevista, pidió que su historia no se usara para glorificar la violencia ni para compadecerla. Lo cierto es que su figura sigue produciendo ambas cosas. El documental de Netflix no busca redimirla ni condenarla, sino entender cómo una vida marcada por la marginación y el abuso puede derivar en la muerte como única forma de control.
El interés renovado por su historia revela una pregunta más amplia: por qué la sociedad estadounidense necesita transformar a sus criminales en íconos. Aileen: La Reina de las Asesinas en Serie responde sin subrayar: porque en esas figuras, el país reconoce los límites de su propia moral.
En la voz quebrada de Wuornos hay una advertencia. No sobre el crimen, sino sobre lo que ocurre cuando alguien crece sin pertenecer a nada, sin un lugar donde volver. Su vida fue una sucesión de huidas: de su casa, de los hombres, de la justicia, de sí misma. La cámara de Hirst y la mirada de Turner la alcanzan cuando ya no puede escapar. Y allí, en ese encierro, por primera vez, Aileen parece hablar sin miedo.
DISPONIBLE EN NETFLIX.
 
				 
								


