Warfare (Tiempo de Guerra): El caos en tiempo real

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Alex Garland y Ray Mendoza dirigen Warfare, una película que rechaza tanto la glorificación como la condena de la guerra para concentrarse en la mecánica brutal de la supervivencia.

Warfare (Tiempo de Guerra) se siente como respirar bajo el agua. Alex Garland hace una película bélica que no miente, que es puro anti-Hollywood: nada de héroes prefabricados ni de enemigos con turbante, nada de patria ni libertad, nada de bandas sonoras épicas de los guardianes del mundo. Solo un grupo de soldados estadounidenses atrapados en una casa de Ramadi en 2006, contando los minutos que les quedan de vida. La co-dirige Ray Mendoza, el veterano que vivió lo que la película cuenta. Resulta que la mejor manera de filmar la guerra es preguntarle a alguien que sobrevivió a ella.

El resultado: noventa minutos de respiración entrecortada, noventa minutos en los que el espectador queda atrapado en esa casa junto a un equipo de Navy SEALs que pensaba hacer una misión de reconocimiento y terminó convertido en blanco de tiro. No hay trasfondos melodramáticos ni novias esperando en casa. Solo están los cuerpos, el miedo y la certeza gradual de que las cosas van a ponerse mucho peor.

Warfare se parece más a un documental que a una película bélica tradicional. Sin partituras musicales que orienten las emociones, sin grandes panorámicas que contextualicen la acción, sin héroes ni villanos claramente delineados. La cámara se pega a los rostros transpirados, a las manos que tiemblan al cargar las armas, a los radios que crepitan con órdenes contradictorias. Cuando Joseph Quinn recibe el impacto de un explosivo, sus gritos se vuelven banda sonora permanente, Warfare encuentra su temperatura exacta: la del dolor que no se puede parar.

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Joseph Quinn como Sam en Warfare (Tiempo de Guerra)

Warfare (Tiempo de Guerra): Noventa minutos bajo fuego

Warfare arranca con los SEALs ocupando una casa civil, despertando a una familia iraquí –padre, madre, dos niñas– para confinarlos en un cuarto mientras ellos usan el lugar como puesto de observación. La secuencia es incómoda sin ser espectacular: los soldados no son sádicos, pero tampoco son salvadores. Son tipos haciendo un trabajo que implica arruinarle la vida a gente inocente. Los civiles quedan relegados a un rincón de la pantalla, como quedan relegados en la lógica militar: variables a considerar, no personas con biografías.

Esa economía narrativa –mostrar solo lo esencial, decir solo lo indispensable– convierte a Warfare en una rareza dentro del género bélico. Nada de discursos patrióticos ni de cuestionamientos sobre la legitimidad de la guerra. Nada de camaradería forjada en el barro ni de sacrificios épicos. Solo la mecánica brutal de la supervivencia cuando las balas empiezan a silbar y los planes se van al demonio.

Will Poulter, que interpreta al oficial a cargo, tiene una sola línea memorable en toda la película: cuando los refuerzos no logran ubicar su posición exacta, les dice por radio “busquen la sangre y el humo. Ahí estamos”. Es una frase que resume la película entera: no hay coordenadas geográficas ni estratégicas que valgan, solo la evidencia física del desastre.

D’Pharaoh Woon-A-Tai encarna al propio Mendoza, el oficial de comunicaciones que debe mantener el contacto con la base mientras todo se desmorona. Su actuación es notable porque logra transmitir la presión específica de ser el nexo entre el caos inmediato y la burocracia distante. Cuando pide una “casevac” (evacuación de heridos) y le responden con protocolos y demoras, su frustración es palpable. La guerra moderna sigue siendo una guerra de jerarquías, donde vivir o morir se decide en otro lado.

El diseño de sonido de Warfare transforma la experiencia en algo casi físico. Se escuchan los perros que ladran, los llantos de los niños iraquíes, los pasos afuera de la casa. Y por encima de todo, los gritos de Quinn que no cesan, que se vuelven paisaje sonoro, recordatorio permanente de que el dolor no tiene pausas dramáticas.

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Cosmo Jarvis como Elliott en Warfare (Tiempo de Guerra)

Warfare: Alex Garland y Ray Mendoza en los márgenes del combate

La comparación inevitable es con Black Hawk Down o 13 Hours, pero Warfare opera en otra escala. Esas películas narraban eventos que cambiaron políticas, que ocuparon primeras planas, que justificaron presupuestos millonarios en Hollywood. Warfare cuenta un episodio menor, una nota al pie en la historia de la invasión de Irak. Un grupo de soldados atrapados en una casa, tratando de no morir. Y quizás esa pequeñez sea precisamente su fortaleza: la guerra real no está hecha de momentos épicos sino de horas interminables en las que solo importa respirar.

Garland ha encontrado en Ray Mendoza el antídoto perfecto para sus tendencias más intelectuales. El veterano aporta concreción; Garland, la sofisticación técnica que el testimonio necesita para volverse arte. El resultado es una película que funciona como experiencia antes que como narración, que apuesta por la inmersión física antes que por la comprensión emocional.

Warfare no ofrece contexto político, no explica por qué Estados Unidos estaba en Irak, no juzga la legitimidad de la ocupación. Y quizás ese sea precisamente el punto: para los tipos que están ahí, con las balas pasándoles por encima de la cabeza, la geopolítica es un lujo. Lo único que importa es el próximo movimiento, la próxima respiración, la próxima oportunidad de salir vivos.

Warfare dura noventa y cinco minutos y se siente como una eternidad. No porque sea aburrida –nunca lo es–, sino porque reproduce la distorsión temporal del combate, esos momentos en los que los segundos se vuelven horas y las horas desaparecen. Es una película sobre la guerra que no tiene tiempo para la guerra: solo para sus consecuencias inmediatas, corporales, irreversibles.

Alex Garland ha hecho muchas películas inteligentes (Ex-Machina, Guerra Civil), pero esta es la primera que no necesita serlo. Le alcanza con ser verdadera. Y en estos tiempos de guerras que consumimos como contenido, Warfare funciona como un cross de realidad: un recordatorio de que detrás de cada píxel hay un cuerpo que puede romperse, una vida que puede acabarse, un grito que puede no parar.

La guerra como respiración entrecortada. La guerra como presente continuo. La guerra como lo que le pasa a los otros hasta que, de repente, te pasa a vos.

DISPONIBLE EN PRIME VIDEO.

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