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Crítica Twisted Metal temporada 2: El ruido y la furia del fin del mundo

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La temporada 2 de Twisted Metal encuentra lógica en su delirio y convierte el absurdo en argumento, la violencia en lenguaje y la memoria en motor narrativo.

En el mundo de Twisted Metal, la lógica no es una opción: es un estorbo. Todo lo que importa se define en el instante del impacto: una auto que derrapa, un misil que sale de algún lugar improbable, la risa psicótica de un killer clown. La temporada 2 de la serie de Peacock no intenta justificarse: confía en la belleza de la velocidad y en la psicodelia del absurdo.

La historia continúa donde terminó la primera temporada: John Doe, ese hombre sin pasado y sin demasiadas ganas de tener uno, llega finalmente a New San Francisco. Pero el paraíso prometido resulta otra cárcel. Si quiere quedarse, debe competir en el torneo que da nombre a la serie: el Twisted Metal. A partir de ahí, la serie se redescubre. Ya no es una comedia de carretera con aspiraciones distópicas, sino una versión posmoderna y degenerada del coliseo romano.

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Stephanie Beatriz como Quiet en la temporada 2 de Twisted Metal

Twisted Metal temporada 2: La estética de la destrucción

La temporada 2 de Twisted Metal marca un salto de calidad. La dirección abraza el caos con convicción, y lo convierte en estilo. Los personajes ahora tienen un espesor particular, una motivación reconocible. Quiet (Stephanie Beatriz) encuentra su lugar entre las Dolls, una guerrilla de mujeres que quieren derribar los muros de las ciudades y redistribuir la riqueza. Buscar cierto equilibrio. Convertir la distopía en algo más humano. El Che Guevara con minifalda y máscara de porcelana.

Sweet Tooth (Joe Seanoa) sigue siendo un espectáculo demente, pero ahora tiene un contrapunto en Stu (Mike Mitchell), su compañero ético, que empieza a tomar conciencia del infierno que lo rodea. Y en el centro de todo, John Doe (Anthony Mackie), que sigue sin saber quién fue, pero empieza a intuir quién puede ser.

La serie intenta inventar su propio código. No quiere ser Mad Max, ni The Last of Us, sino que toma elementos de todas las distopías modernas y las convierte en su propio delirio. La introducción del torneo le da a la temporada 2 de Twisted Metal un marco narrativo y una dirección emocional. Por primera vez, los personajes no solo huyen o sobreviven: eligen competir. Y ese acto de voluntad es una forma de expresión. El absurdo deja de ser decorado para volverse núcleo: cada vehículo es una metáfora de su conductor, cada enfrentamiento una forma de catarsis.

Anthony Carrigan como Calypso es una revelación. Su presencia redefine la serie: la convierte en una pesadilla con reglas propias, un juego donde el premio es un deseo, pero el costo es perder todo lo que queda de humanidad. Carrigan, con su sonrisa torcida y su mirada vacía, convierte cada escena en un episodio de Black Mirror dirigido por Sam Raimi. Su Calypso es menos un villano que un dios menor que goza del sufrimiento ajeno como si fuera parte de un acto de vodevil.

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Joe Seanoa como Sweet Tooth en la temporada 2 de Twisted Metal

Twisted Metal temporada 2: Cómo organizar el caos

La temporada 2 de Twisted Metal se convierte en un relato coral. Quiet, Dollface (Tiana Okoye), Stu, Axel (Michael James Shaw), el hombre máquina, el devorador de almas Grimm (Richard de Klerk), Mayhem (Saylor Bell Curda): todos reciben tiempo en pantalla, todos tienen sus arcos, sus traumas, sus deseos. Eso permite que la historia no dependa exclusivamente de la química entre John y Quiet y que el mundo se sienta más amplio, más respirable.

El humor encuentra su equilibrio. Ya no es solo Sweet Tooth haciendo chistes malos: hay una sensibilidad absurda, una ironía que atraviesa todo. La serie entiende que el humor en un mundo roto es una necesidad. La violencia se vuelve grotesca, pero también liberadora. El ridículo, en vez de desautorizar a los personajes, los humaniza.

La amnesia de John Doe, que en la primera temporada parecía una excusa narrativa, ahora se convierte en una herramienta emocional. La ausencia de recuerdos no es solo una condición: es un trauma. John no quiere recordar porque teme lo que va a encontrar. Y cuando descubre que tiene una hermana, que su nombre real es Lionel, que su infancia fue más triste que heroica, la serie se permite detenerse en algo que parecía imposible en medio de la masacre: la ternura.

Esa tensión entre el espectáculo y la emoción es el corazón de la temporada 2 de Twisted Metal. La serie no se vuelve profunda ni filosófica, pero encuentra en sus personajes un eco de algo más humano. En ese sentido, Quiet se vuelve central. Su decisión de competir, no por venganza sino por justicia, convierte al torneo en una alegoría del mundo exterior. Derribar las muros, ganar el derecho a existir.

No todas las decisiones funcionan. Raven (Patty Guggenheim, en reemplazo de Neve Campbell) parece salida de otra serie; algunos personajes están subdesarrollados; algunos episodios se estiran más de la cuenta; el final deja abiertas puertas que no necesitaban abrirse.

Pero el balance general es positivo: la temporada 2 de Twisted Metal es lo que la primera quiso ser: una celebración del exceso, pero también un relato de redención en clave de comedia negra. Es ruidosa, exagerada, despareja. Pero también es honesta. Twisted Metal encontró su tono, su forma, su locura. Y si el motor sigue encendido, hay razones para querer subirse al próximo auto.

DISPONIBLE EN HBO MAX.

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