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The Paper: La serie secuela de The Office y la crisis del periodismo

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Entre oficinas desangeladas, periodistas improvisados y noticias intrascendentes, The Paper captura la esencia de The Office y la traslada a un periódico en vías de extinción.

Greg Daniels y Michael Koman regresan al territorio que los vio triunfar: la oficina como laboratorio de la mediocridad humana. The Paper, la secuela espiritual de The Office, coloca sus cámaras en las ruinas del periodismo: el Toledo Truth-Teller, un diario que alguna vez contó algo, que tuvo importancia, que hizo caer políticos corruptos y ahora comparte espacio con una empresa de papel higiénico. La metáfora se escribe sola, pero Daniels prefiere no subrayarla: mejor dejar que la realidad hable por sí misma.

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Chelsea Frei como Mare en la serie The Paper

The Paper: El fantasma del periodismo

El editor en jefe es Ned Sampson (Domhnall Gleeson), un entusiasta a destiempo. Todavía cree que se puede salvar el diario, que hay lectores dispuestos a abrir un ejemplar y descubrir que su ciudad existe. No tiene presupuesto, ni periodistas, ni público. Lo que tiene son voluntarios: empleados de la fábrica de papel que juegan a ser reporteros. El resultado es tan delirante como lógico: notas mínimas, investigaciones fallidas, titulares que podrían ser memes.

Gleeson interpreta a Ned con ingenuidad obstinada. Es el típico optimista que cree que el entusiasmo puede sustituir al presupuesto. Su personaje funciona porque no se ríe: cree. Y esa fe, puesta en una institución muerta, es lo que lo vuelve un nerd anacrónico y encantador.

The Paper se mueve en esa precariedad. Mare (Chelsea Frei) intenta mantener la dignidad en un entorno que solo le devuelve chismes y cable de agencia. Barry (Duane R. Shepard Sr.), que alguna vez escribió en serio, ahora se limita a dormitar. Esmeralda Grand (Sabrina Impacciatore), una italiana que ha entendido que la adaptación al desastre requiere cierta flexibilidad moral, representa la caricatura perfecta del periodismo digital: frases mal traducidas, obsesión por el click fácil, enemiga declarada de cualquier ambición. Ken Davies (Tim Key) representa al capitalismo británico en su forma más cínica: un ejecutivo que ve en el periodismo local una molestia contable.

El casting incluye a Oscar Núñez, que retoma su personaje de The Office como un contador resignado a ser perseguido nuevamente por las cámaras. Su presencia funciona menos como gesto nostálgico que como testimonio de continuidad: los empleados de oficina son intercambiables, las oficinas cambian de nombre pero conservan su esencia kafkiana. Núñez aporta la ironía de quien sabe que todo esto ya se filmó antes, que el documental es eterno y que no hay escapatoria.

The Paper no esconde su linaje. Usa los mismos tics de cámara nerviosa, los silencios incómodos, los testimonios al objetivo, la idiotez convertida en rutina. Pero si The Office retrataba la alienación laboral como comedia de personajes, aquí la farsa tiene un marco más amplio: la decadencia de un oficio que alguna vez sostuvo la vida democrática y que hoy no logra sostenerse a sí mismo.

La serie de Peacock encuentra su fuerza en ese cruce: la sonrisa que nace de la impotencia. Daniels y Koman evitan el discurso sobre el poder transformador de la prensa. The Paper no es una hagiografía al viejo periodismo: es la prueba de que ya no existe. Las imágenes falsas de un documental de los 70 –el Truth-Teller en su apogeo, Tracy Letts como editor orgulloso– funcionan como recordatorio y como contraste: de la promesa de “mantener viva la democracia” a la rutina de redactar listas para atraer clics.

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Oscar Nuñez en The Paper

The Paper y el linaje de The Office

Formalmente, The Paper mantiene el nervio del mockumentary. La fotografía de la serie captura esa luz mortecina de las oficinas que nunca reciben sol directo, esos espacios que parecen diseñados para anular la vitalidad humana. Los colores deslavados refuerzan la sensación de que todo aquí está en proceso de extinción, incluyendo las ambiciones profesionales. Los planos de Toledo son parte de la broma: una ciudad donde la noticia más importante puede ser el ajuste de la cuota de pesca.

Con 10 episodios, The Paper quema historias que en otra serie hubieran durado temporadas. Romances, rivalidades, quiebres: todo avanza demasiado rápido mientras pierde en espesor. Pero más allá de sus límites, The Paper funciona porque asume lo que quiere mostrar: el periodismo local convertido en vacío informativo, en apatía política, en desinterés ciudadano, en corrupción invisible, en comunidades sin relato. El humor tapa el golpe, pero el golpe está ahí.

The Paper no es un drama sobre la decadencia del periodismo: es una comedia sobre la imposibilidad de evitarla. Los diarios murieron de indiferencia; la televisión los resucita como farsa. La serie no pretende salvar nada. No reivindica, no denuncia, no consuela. Apenas muestra. Y en ese gesto, en esa mirada que transforma un cadáver en gag, se acerca a una verdad: que el periodismo, hoy, solo interesa cuando se convierte en espectáculo. El Toledo Truth-Teller sobrevive como escenario de una sitcom. Ese es su último servicio público.

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