The Bear (El Oso) temporada 4: Crónica de una metamorfosis controlada

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The Bear se aleja del vértigo que la convirtió en fenómeno para explorar la posibilidad de que sus personajes cambien. No por trauma, sino por voluntad. No por catarsis, sino por desgaste.

La temporada 4 de The Bear (El Oso) abandona la histeria para instalarse en territorio más peligroso: el de la necesidad de bajar el volumen sin perder la tensión. Si la tercera temporada fue el devenir de un genio atrapado en sus propias obsesiones, en la cuarta Carmy y compañía buscan algo parecido a la paz. El resultado es una entrega que oscila entre la revelación y el lugar común, entre el silencio elocuente y la declaración programada, entre la cocina como refugio y la cocina como prisión perpetua.

Christopher Storer parece haber descubierto que ganó todos los premios posibles y ahora no sabe qué hacer con tanta gloria. Entonces hace lo que hacen todos los artistas cuando se vuelven respetables: se ponen solemnes.

Pero la solemnidad le queda rara a una serie que nació gritando. The Bear era puro nervio, vértigo, ansiedad. Ahora es pura terapia, crecimiento personal, sabiduría adquirida. Los personajes han aprendido a comunicarse, a resolver conflictos, a ser mejores personas. El horror. La temporada 4 de The Bear es sobre gente equilibrada haciendo comida equilibrada en una cocina equilibrada. Falta el desquicio, falta la urgencia, falta esa sensación de que todo puede explotar en cualquier momento.

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Ebon Moss-Bachrach como Richie en la temporada 4 de The Bear

The Bear temporada 4: Después del caos

Tras la reseña negativa del Chicago Tribune, Carmy decide enfrentar sus demonios: la necesidad de control, el miedo al fracaso, el vínculo roto con Claire, y la eterna herida que es su madre. Ha comenzado a sospechar que el problema no está en las recetas sino en quien las ejecuta. La temporada 4 de The Bear usa esta crisis para explorar un territorio que el drama televisivo suele evitar: la posibilidad de que las personas cambien, no por revelaciones súbitas, sino por el desgaste cotidiano de seguir siendo lo mismo.

Jeremy Allen White regresa como Carmy Berzatto con una actuación contenida hasta el minimalismo, como si hubiera aprendido que la verdadera desesperación no grita, susurra. Ya no es el neurótico funcional de temporadas anteriores, sino un hombre que descubrió que el caos no es una condición inevitable sino una elección, y que elegir el orden requiere más coraje que entregarse al descontrol. White construye a un Carmy que ha aprendido a escuchar, no solo a sus empleados sino a esa voz interior que durante tres temporadas había logrado silenciar con ruido profesional.

Ayo Edebiri como Sydney ya no es la discípula eterna sino una cocinera que ha encontrado su voz propia. Su episodio individual, escrito por ella misma junto a Lionel Boyce, funciona como un respiro necesario del claustrofóbico universo del restaurante. Sydney explora Chicago con la curiosidad de quien por primera vez tiene tiempo para mirar alrededor, y Edebiri aprovecha para mostrar a un personaje que existe más allá de su función narrativa.

Ebon Moss-Bachrach mantiene a Richie como el corazón emocional de The Bear, pero esta vez despojado de la agresividad que lo convertía en un personaje impredecible. Su arco narrativo, centrado en aceptar el nuevo matrimonio de su ex esposa, está construido con la delicadeza de quien entiende que los hombres de clase trabajadora también tienen derecho a la vulnerabilidad. Moss-Bachrach encuentra en Richie a un personaje que puede ser tierno sin dejar de ser masculino, perdedor sin ser patético, nostálgico sin ser reaccionario.

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Ayo Edebiri como Sidney en la temporada 4 de The Bear

The Bear temporada 4: La cocina como territorio emocional

El problema de la temporada 4 de The Bear es que Storer parece haber descubierto el poder terapéutico en la televisión. Los personajes no dejan de explicar que “los restaurantes son lugares especiales donde la gente va para no sentirse sola”. Si los mejores dramas funcionan por sugerencia, The Bear ahora prefiere la tesis. Cada situación viene acompañada de su correspondiente análisis emocional, cada conflicto de su resolución psicológica, cada momento de tensión de su inevitable catarsis.

Lo que logra la temporada 4 de The Bear es algo que pocas series consiguen: mostrar a personajes que han aprendido de sus errores sin convertirse en versiones edulcoradas de sí mismos. Carmy sigue siendo obsesivo, pero ahora esa obsesión está al servicio de algo más grande que su propio ego. Sydney sigue siendo ambiciosa, pero su ambición incluye ahora la lealtad hacia quienes la ayudaron a crecer. Richie sigue siendo nostálgico, pero su nostalgia se ha vuelto selectiva, capaz de distinguir entre lo que vale la pena recordar y lo que es mejor olvidar.

Ver gente que intenta ser mejor versión de sí misma no es tan fascinante como verla autodestruirse, la esperanza no puede generar tanta tensión narrativa como la desesperación, el crecimiento personal no es tan cinematográfico como el colapso nervioso. Con su temporada 4, The Bear descubre que a veces es necesario el caos para mantener el interés: no basta con la complejidad de seres humanos que intentan, contra todas las probabilidades, construir algo juntos.

Sin embargo, la temporada 4 de The Bear es la prueba de que una serie puede evolucionar sin traicionarse, que puede ganar en profundidad lo que pierde en velocidad, que puede apostar por la sinceridad sin caer en el sentimentalismo. A veces el mejor drama no está en las grandes tragedias sino en los pequeños triunfos, no en las catástrofes espectaculares sino en las victorias íntimas, no en el ruido sino en ese momento de silencio perfecto cuando todo, por una vez, funciona como debería funcionar.

DISPONIBLE EN DISNEY+.


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