En Tempest –serie coreana, Disney+, 9 episodios– se mezclan ambiciones políticas, pasiones personales y las formas más sucias de la diplomacia internacional. Mientras Estados Unidos y Corea del Norte se miran con sospecha, Corea del Sur, esa península siempre al borde de partirse o de soldarse, es obligada a elegir bando, a sostener el equilibrio político de la zona mientras cada gesto la acerca un poco más al desastre.
La política es el verdadero monstruo de Tempest. La presidenta en ejercicio, la oposición, los clanes familiares, los intereses norteamericanos. En el centro está Seo Mun-ju (Jun Ji-hyun), exembajadora de la ONU y pieza clave de un juego que la excede. Es esposa del candidato opositor Jang Jun-ik (Park Hae-joon) y colaboradora del gobierno en funciones. Esa doble pertenencia la convierte en blanco, en puente y en traidora potencial.
El atentado inicial contra su esposo no es solo un golpe de efecto: es el recordatorio de que en la política surcoreana –y, por extensión, en la global– lo personal nunca queda a salvo. Mun-ju no es mártir ni víctima de intrigas masculinas: es consciente de que la política siempre pide un precio, que suele ser el cuerpo de los que ofrecen no vivir definidos por el odio.
Los tres primeros episodios de Tempest avanzan como capítulos de una novela negra: cada uno abre una pista, oculta otra y siembra dudas nuevas. No hay respiro. La acción aparece medida, nunca gratuita: cada persecución, cada disparo, responde a la lógica de un tablero que todavía no se muestra completo. Esa estructura construye la tensión de una partida en la que un movimiento errado puede costar un país.

Tempest: Entre el thriller político y el drama familiar
El guion de Chung Seo-kyung –que ya había escrito maravillas para Park Chan-wook como La Doncella, Simpatía por Lady Venganza y Decision to Leave–, combina el thriller con un retrato de familia. La suegra, el cuñado, los aliados de ocasión, todos parecen arrastrar un resentimiento que no se separa de la ideología. La serie sugiere que la política es, en última instancia, la continuación de las peleas familiares por otros medios. Y ahí encuentra su tono: no es la épica de los espías sino la miserabilidad de los parientes cuando el poder y el dinero están en juego.
En el fondo, Tempest se pregunta qué significa vivir en un país donde la paz nunca es definitiva y la guerra nunca está tan lejos. La frase que cierra el episodio 3 –“La gente de este país ama más el odio que la paz”– no es solo un diagnóstico de Corea, sino un comentario sobre cualquier sociedad contemporánea que necesita un enemigo para seguir existiendo. La serie convierte esa sentencia en el motor de su relato: mientras exista el deseo de odio, la reconciliación es apenas una consigna vacía.
Pero en medio de esa oscuridad, todavía queda espacio para la lealtad y el cuidado. Mun-ju conoce a Paik San-ho (Gang Dong-won), un hombre sin país ni lealtades que, por eso mismo, se convierte en el aliado más confiable. Con ellos, Tempest no ofrece un romance disfrazado de intriga: es una alianza en la que la supervivencia pesa más que cualquier emoción. Si surge algo más, es apenas una consecuencia de compartir el miedo. Mun-ju y Paik construyen una alianza que no es romántica ni contractual: es una forma de reconocer al otro como alguien que puede salvarte o hundirte, y aún así elegir sostenerlo.
Tempest no pretende reinventar el género del espionaje, sino mostrar cómo se puede narrar la política sin solemnidad y sin indulgencia: como un terreno donde los gestos más pequeños –un rezo público, una cena familiar, un cadena con una cruz– pueden decidir el futuro de un país. Esa es su apuesta: que lo íntimo y lo monumental son, al final, la misma cosa.
La tormenta apenas empezó. Y si algo demuestra Tempest es que, en la política, la calma nunca llega para quedarse: apenas sirve para que el próximo disparo suene más fuerte.
DISPONIBLE EN DISNEY+.



