Desde hace algunos años, Lucasfilm ha abierto un sendero paralelo a sus series principales a través del formato de antologías animadas. La primera incursión fue Tales of the Jedi (2022), que operaba como experimento de estilo y narración: condensaba momentos clave en la vida de personajes como Count Dooku y Ahsoka Tano, y ofrecía un registro más íntimo de sus trayectorias. Le siguió Tales of the Empire (2024), donde la fórmula –seis episodios breves, divididos en dos arcos– fue reutilizada para explorar la deriva de figuras menores asociadas al ascenso imperial, como Morgan Elsbeth y Barriss Offee. En ambos casos, la estructura permitía narraciones concentradas, pero con aspiraciones al desarrollo de carácter.
La tercera iteración, Tales of the Underworld (Historias del Inframundo), desplaza el foco aún más lejos del conflicto central. La Fuerza deja de ser el eje organizador, y el relato se sumerge en los márgenes criminales del universo de Star Wars: cuerpos sin filiación, violencia sin propósito, identidades desplazadas. Esta vez, los protagonistas son Asajj Ventress –ex aprendiz Sith devenida cazarrecompensas– y Cad Bane –un asesino a sueldo sin banderas–. Ambos con pasado en la animación, ambos reciclados para volver a preguntarse si el universo narrativo puede sostenerse sin recurrir a la familia Skywalker.
Los episodios funcionan como viñetas sueltas. En el caso de Ventress, el relato se sitúa después del final de The Clone Wars: sobrevive a su aparente muerte y se enfrenta al dilema de seguir existiendo en una galaxia donde ya no encaja. Bane, en cambio, protagoniza un arco más lineal: infancia marcada por el abandono, formación como tirador y consolidación como leyenda temida en los rincones más oscuros. La elección de estos personajes orienta el tono general: la periferia del conflicto se vuelve protagonista. Sin embargo, esa potencia inicial se diluye rápidamente.
La propuesta de narrar pequeñas historias desde los márgenes del Imperio adquiría relevancia en un contexto en el que otras series, como Andor, comenzaban a explorar de manera más profunda y sofisticada las dinámicas de control y subjetividad. Sin embargo, en este caso, no se percibe esa misma densidad. Cada episodio se cierra sobre sí mismo, sin generar consecuencias duraderas ni continuidad emocional. Aunque la animación mantiene su alto nivel técnico, el guion recurre a soluciones previsibles, como si su único propósito fuera alimentar la plataforma con contenido episódico y reactivar la memoria de personajes secundarios, sin alterar sustancialmente el canon.

Asajj Ventress: una reaparición sin conflicto
La presencia de Asajj Ventress en Tales of the Empire: Underworld plantea un interrogante central: ¿qué sentido tiene traer de vuelta a una figura ya cerrada si no se le otorga una dimensión nueva? Desde The Clone Wars, el personaje había transitado un camino inusual: iniciada como aprendiz del Conde Dooku, convertida luego en hermana de la Noche y finalmente en mercenaria, su arco siempre estuvo definido por la pérdida del sentido de pertenencia. En ese recorrido, Ventress había adquirido una potencia dramática difícil de sostener con repeticiones.
En esta serie, su reaparición intenta ubicarla en un momento posterior a su aparente muerte, lo que ya supone una anulación de lo definitivo. Sobrevive, aunque el universo ha cambiado. El Imperio se impuso, la Orden Jedi ya no existe, y ella, que nunca fue parte estable de ninguna estructura, vaga por la galaxia sin causa. Ese es el punto de partida del primer episodio, probablemente el más logrado de su trilogía: enfrentada a un inquisidor que persigue a una joven sensible a la Fuerza, Ventress asume un rol protector. La puesta en escena retoma códigos del cine de samuráis y western, con duelos que condensan tensiones morales más que estrategias militares.
Sin embargo, esa intensidad se diluye rápidamente. El segundo y tercer episodio no aportan nuevos matices. Ventress se ve involucrada en un robo menor y en un conflicto tribal sin consecuencias. Las acciones que lleva a cabo podrían haber sido ejecutadas por cualquier otro personaje genérico, y lo que en el primer episodio se vislumbraba como un posible nuevo rumbo (una ética de la supervivencia post-Imperio) queda subsumido bajo tramas episódicas despegadas de su trayectoria. No hay conflicto interno, ni dilemas morales, ni una reelaboración de su subjetividad. En vez de ofrecer una prolongación o ruptura respecto a sus versiones anteriores, la serie la reintroduce sin profundidad.
Al final de su arco, Ventress no parece haber cambiado, ni haber afectado a nadie de forma significativa. El regreso del personaje no encuentra una justificación más allá del guiño nostálgico. Se la trae de vuelta, pero no se le ofrece un nuevo problema que resolver, ni se la confronta con las ruinas de aquello que alguna vez la definió. Es una reaparición sin conflicto, un eco de lo que fue.

Cad Bane: La eficacia del molde
El caso de Cad Bane es distinto. Su arco funciona porque, a diferencia de Ventress, nunca fue un personaje complejo en términos psicológicos. Su construcción siempre fue arquetípica: el pistolero implacable, el sicario solitario, la figura externa al drama principal que sobrevive por habilidad. Desde su primera aparición en The Clone Wars, Bane no requería desarrollo interno sino eficacia. La serie lo retoma con esa lógica y consigue construir un relato que, aunque convencional, tiene dirección y ritmo.
La decisión de narrar su historia en tres momentos –niñez, juventud, adultez– permite encuadrarlo en la lógica de la tragedia. El primer episodio muestra a un niño huérfano, marginal, sin herramientas para insertarse en una galaxia desigual. La violencia aparece como única forma de supervivencia, y el vínculo con otro joven de su entorno funciona como espejo: uno intentará seguir el camino del orden (entrar a la policía local), el otro abrazará la ilegalidad. La tensión entre ambos se retoma en los episodios siguientes, hasta su resolución final en un duelo.
El segundo episodio, ambientado en su juventud, lo muestra como aprendiz de cazarrecompensas. Aquí se destaca la elección estética: el diseño de ambientes recuerda a Nar Shaddaa y Ord Mantell, mundos asociados a la criminalidad en el universo expandido. Bane aprende no solo a disparar sino a leer las reglas implícitas del submundo. El tono es seco, sin sentimentalismo. La serie no busca justificarlo ni redimirlo: su identidad se forja en la lógica del trabajo sucio.
En el último episodio, Bane ya es el asesino a sueldo reconocido que se desplaza con total autonomía. El enfrentamiento final con su antiguo amigo que eligió otro camino plantea una tensión más ideológica que personal. El cierre es ambiguo: no se muestra con claridad si su rival muere o sobrevive, y ese gesto retórico resulta acertado. No hay redención, tampoco castigo. Solo una continuidad: Bane dispara, sobrevive, desaparece.
A diferencia del arco de Ventress, aquí la serie entiende que no necesita construir dilemas internos sino mantener la lógica de un personaje funcional. La serie no lo humaniza, no lo suaviza, y esa coherencia narrativa le permite sostener su eficacia. Es el único personaje de esta entrega que parece haber ganado con el retorno.
Tales of the Underworld: ecos sin transformación
Tales of the Underworld funciona como un apéndice menor dentro del universo Star Wars. Su principal apuesta –explorar las zonas grises de la galaxia a través de figuras marginales– queda enunciada pero no desarrollada. En el caso de Ventress, se diluye la fuerza del personaje al reciclarlo sin conflicto ni novedad. En el de Cad Bane, se logra al menos una narración coherente con su molde. La animación sostiene el atractivo visual, pero no hay una búsqueda estética que dialogue con las tensiones morales de los personajes. La serie apuesta a la familiaridad, no a la exploración. Como ejercicio de estilo, cumple; como relato, apenas bordea la superficie.
DISPONIBLE EN DISNEY+.
 
				 
															


