Sovereing (Ciudadanos Soberanos): Una nación bajo sospecha

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En Sovereing, Christian Swegal reconstruye la historia real de Jerry Kane para narrar algo más que una deriva personal: el colapso de un país que confundió paranoia con libertad.

Sovereing (Ciudadanos Soberanos) es la radiografía de un país que se devora a sí mismo. La ópera prima de Christian Swegal no es una película sobre Donald Trump, sino sobre el paisaje social que lo hizo posible: el resentimiento estructural, el abandono económico, el aislamiento como identidad, la violencia como solución. Sobre cómo ciertas personas se convierten en profetas de su propia destrucción.

La película es la historia real de Jerry Kane (Nick Offerman), un desempleado de Arkansas que se convierte en gurú del movimiento de ciudadanos soberanos, esa secta que predica que las leyes son opcionales si uno sabe leer entre líneas los verdaderos códigos de la libertad. Offerman construye a su personaje como un predicador de pueblo chico que lleva trajes blancos impecables y habla con la convicción de quien ha encontrado la fórmula para resolver todos los males del mundo: alcanza con no reconocer la autoridad del gobierno, de los bancos, del sistema educativo.

La desconfianza hacia las instituciones, el desprecio por los expertos, la certeza de que existe una conspiración mundial para someter a los ciudadanos decentes: todo está ahí, pero filtrado a través de la lente de un drama familiar que funciona como alegoría nacional. Jerry es el producto lógico de un sistema que ha convertido la precariedad en norma, el abuso corporativo en ley y el resentimiento en combustible político.

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Nick Offerman como Jerry Kane en Sovereing

Sovereing: Jerry Kane, entre la fe y la paranoia

Jerry Kane vive en la contradicción permanente. No cree en el dinero, pero cobra mil dólares por cada conferencia que da. El sistema es una ficción para quebrar al débil, pero cree en Dios. Es la anarquía sin caos, el hippismo sin psicodelia, la revolución sin cambio: el libertarismo convertido en delirio místico. Jerry no paga impuestos porque considera que el nombre que figura en su acta de nacimiento es una trampa legal para tenerlo vigilado. Maneja sin registro porque un auto no es un vehículo sino una “forma de transporte”. Y nadie puede obligarlo a pedir permiso para moverse por la tierra que Dios le dio.

Pero Offerman (The Last of Us, Guerra Civil) no convierte a Jerry en un loco pintoresco. Le da la dignidad de la desesperación: cuando habla de hipotecas, de préstamos ilegítimos, cuando denuncia que los bancos fueron rescatados mientras la gente común quedó en la calle, está articulando una bronca que tiene fundamentos reales. El problema no es que Jerry esté equivocado, sino que ha construido un modelo de pensamiento donde la frontera entre la paranoia y la lucidez se vuelve porosa.

Jerry cree de manera fanática en todo lo que dice. Su discurso es delirante, pero para él es un orden moral, una lógica cerrada que lo exime de toda responsabilidad. Si todo es una ficción, nada le puede ser exigido. Pero ese mundo de abstracciones jurídicas no resiste el encuentro con la realidad. Cada vez que Jerry es enfrentado por una autoridad concreta –un policía, un juez, un banquero– el sistema destruye cualquier intento de sabotearlo.

Sovereing: Joe Kane y la herencia del delirio

El núcleo emocional de Sovereing es el hijo de Jerry. Joe (Jacob Tremblay) tiene diecisiete años, el pelo prolijo, los ojos bajos. Se educa en casa, no tiene amigos, se limita a obedecer. Vive en esa zona ambigua donde el amor filial se encuentra con el sentido común. Joe ama a su padre, pero empieza a sospechar que algo no funciona bien en ese universo doméstico. Joe es una conciencia que se abre sin saber qué hacer con eso.

Tremblay nunca fuerza el conflicto. Lo insinúa en gestos mínimos, en la forma de pararse, en la incomodidad al repetir lo que le enseñaron. Deja que sus ojos cuenten la historia de un chico que quiere ser normal, ir a la escuela, mirar a la vecina sin sentirse un paria.

En un segundo plano, Sovereing introduce la historia de un padre policía (Dennis Quaid) y su hijo, también oficial. La relación es distinta pero no opuesta: otro tipo de masculinidad, de rigidez, de transmisión. En una escena, enseñan cómo reducir a un sospechoso con un estrangulamiento. Esa pedagogía de la fuerza se muestra sin comentario, pero sugiere una continuidad incómoda entre formas de autoridad que se creen legítimas solo porque son legales.

Este segundo vínculo no se desarrolla del todo. Queda como un eco, como una comparación posible. Ambas familias funcionan como espejos deformados: Jerry educa a Joe en el arte de la disidencia, John entrena a Adam en las técnicas de control y sometimiento. La resistencia al sistema contra sus guardianes. Sovereing se limita a exponer el terreno donde estas ideas crecen: entre la desconfianza heredada, la exclusión asumida, y una versión distorsionada de la masculinidad.

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Jacob Tremblay como Joe Kane en Sovereing

Sovereing: Una política de la negación

La fotografía de Dustin Lane construye un mundo que parece permanentemente al borde del colapso: casas con los jardines llenos de basura, interiores que sugieren vidas a medio desarmar, una paleta de colores que oscila entre el gris y el blanco con toques de rojo que anticipan la violencia. Es un Estados Unidos que se ve cansado, como si hubiera perdido las ganas de fingir que todo está bien.

Sovereing no es solo la historia real de Jerry Kane y su hijo: es la historia de un país que ha perdido la capacidad de distinguir entre resistencia y autodestrucción. Christian Swegal filma el retrato de una sociedad que se ha vuelto adicta a sus propias mentiras, donde la realidad se vuelve negociable y la violencia es inminente. Es una película sobre el lenguaje tanto como sobre la destrucción, sobre cómo las ideas más peligrosas son aquellas que contienen algo de verdad envuelta en su delirio.

La película funciona como una profecía autocumplida: muestra cómo el sueño americano puede convertirse en pesadilla cuando se lo libera de toda conexión con la realidad. En tiempos donde la ficción y las opiniones personales compiten por definir la verdad, Sovereing plantea preguntas sobre el precio de vivir en una sociedad donde cada uno puede elegir su propia versión de los hechos.

Sovereing no busca juzgar a Jerry. Se limita a mostrar lo que pasa cuando la fe reemplaza al pensamiento, cuando el lenguaje jurídico se convierte en dogma y la paternidad en doctrina. Jerry no es una excepción: es un síntoma. Su historia no termina cuando todo estalla. En cierto modo, recién empieza.

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