Crítica Mobland (Paramount+): La serie que explora la elegancia brutal del crimen londinense

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Mobland encuentra en Guy Ritchie y Tom Hardy la fórmula perfecta: violencia elegante, diálogos filosos y un Londres que funciona como el mejor escenario para contar historias de crimen organizado en el siglo XXI.

Hay nombres que no encajan. En Mobland, Tom Hardy se llama Harry De Souza. Pero acaso esa extrañeza sea la clave de todo: MobLand es una serie construida sobre imposibilidades que funcionan, un Frankenstein narrativo que cambió de título cuatro veces en doce meses y terminó siendo exactamente lo que necesitaba ser. Como su protagonista, la serie aprendió que a veces las contradicciones no se resuelven: se explotan hasta convertirlas en una nueva forma de coherencia.

Guy Ritchie regresa a su territorio natural después de años de deambular por blockbusters olvidables y experimentos fallidos. Aquí, dirigiendo los dos primeros episodios de esta serie de Paramount+, recupera esa precisión que lo convirtió en el cronista perfecto del hampa británica. MobLand es Ritchie sin barroquismo, sin los guiños cómplices al espectador: puro músculo narrativo envuelto en sombras azules y negras, como si Londres fuera una ciudad permanentemente magullada.

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Tom Hardy como Harry Da Souza en Mobland de Paramount+

Mobland: Tom Hardy y el arte de la violencia doméstica

La historia de Mobland es la de siempre: familias criminales que se disputan territorios, un arreglador que mantiene el equilibrio precario, esposas que ejercen el poder real desde las sombras. Los Harrigan contra los Stevenson, irlandeses contra ingleses, fentanilo contra heroína. Conrad Harrigan (Pierce Brosnan) pesca en el lago de su mansión mientras su esposa Maeve (Helen Mirren) decide quién vive y quién muere. Él es el patriarca visible; ella, la inteligencia que mueve los hilos.

Mirren y Brosnan forman una pareja criminal fascinante. Ella, con su acento irlandés exagerado maneja el poder real mientras aparenta ser solo la esposa devota. Él combina la brutalidad con una teatralidad que alcanza momentos de puro absurdo.

Tom Hardy encarna a Harry De Souza sin máscaras que deformen su dicción, sin acentos extravagantes que distraigan del personaje. Hardy encuentra en Harry la síntesis perfecta de su rango actoral: un hombre que puede moverse entre la alta sociedad y los bajos fondos sin pertenecer completamente a ninguno de los dos mundos. Es el intermediario perfecto, el traductor de violencias.

El conflicto de Mobland se desata cuando Eddie (Anson Boon), el nieto problemático de los Harrigan, va a un boliche con Tommy Stevenson, heredero de los Stevenson, quien desaparece tras una noche de cocaína y navajas. El incidente amenaza con romper la paz tensa que Harry ha construido entre ambos clanes. Es, otra vez, el dilema del arreglador profesional: mantener el equilibrio o prepararse para la guerra.

Ronan Bennett, creador de la serie, y Jez Butterworth construyen diálogos que respiran teatralidad sin abandonar la brutalidad callejera. Cuando Maeve le dice a Conrad “Sos un gángster irlandés primero y un caballero inglés después”, está definiendo no solo a su marido sino el ADN completo de la serie: la tensión constante entre la civilización aparente y la barbarie que la sostiene.

Mobland funciona porque no intenta disimular su naturaleza derivativa. Es heredera directa de Get Carter, The Long Good Friday y Mona Lisa, esos clásicos del cine de gángsters británico que convirtieron Londres en el escenario perfecto para la violencia elegante. Pero también tiene algo de la tradición televisiva más reciente: Peaky Blinders, Gangs of London, y sobre todo, Ray Donovan, de la que que es su hijo bastardo.

La especificidad es lo que distingue a los grandes dramas criminales de los meramente competentes. Breaking Bad funcionaba porque sabíamos exactamente qué hacía Walter White y por qué. Los Sopranos nunca eludía las implicaciones morales de Tony Soprano. MobLand, en cambio, prefiere las generalizaciones, la vaguedad calculada sobre las actividades específicas de estas familias criminales. Los guionistas prefieren las referencias oblicuas, los sobreentendidos, las elipsis que permiten al espectador imaginar horrores sin tener que mostrarlos de manera explícita.

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Pierce Brosnan como Conrad Harrigan en Mobland de Paramount+

Mobland: Guy Ritchie regresa al Londres criminal

Mobland se inscribe perfectamente en la marca Paramount+: dramas masculinos, testosterona contenida, hombres que limpian los desastres de otros hombres. Comparte territorio con Landman, Tulsa King, Mayor of Kingstown. Pero MobLand tiene algo que las otras carecen: la precisión visual de Ritchie y la intensidad contenida de Hardy.

Lo más inteligente de la serie es reconocer que, detrás de toda esta masculinidad aparente, son las mujeres quienes realmente ejercen el poder. Maeve Harrigan, Jan De Souza (Joanne Froggatt), Bella (Lara Pulver), Zosia (Jasmine Jobson): cada una de ellas maneja resortes que los hombres apenas intuyen. Es un patrón que se repite en el mejor cine y televisión gangsteril: los patriarcas postulan, pero las matriarcas deciden.

MobLand no reinventa el género, pero lo ejecuta con competencia. Ritchie ha encontrado en la televisión el formato ideal para su narrativa: espacio suficiente para desarrollar personajes sin la presión de resolver todo en dos horas, libertad para explorar las texturas del mundo criminal sin las concesiones comerciales del cine masivo.

La serie desarrolla varios frentes narrativos: la guerra potencial entre familias, las tensiones internas de los Harrigan, los problemas matrimoniales de Harry. Es una arquitectura narrativa sólida, construida sobre cimientos familiares pero efectivos. MobLand funciona como lo que pretende ser: entretenimiento adulto, violento sin ser gratuito, inteligente sin ser pretencioso. Tom Hardy ha encontrado en Harry De Souza un personaje que le permite desplegar su rango actoral sin las excentricidades que a veces lo distraen de la interpretación. Y Guy Ritchie ha regresado a casa, a ese Londres criminal que conoce como nadie, donde los nombres mal ensamblados son apenas el primer indicio de que nada es exactamente lo que parece.

DISPONIBLE EN PARAMOUNT+.

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