Las familias tienen la manía de contar su historia en anécdotas: episodios sueltos, recuerdos fragmentarios, escenas que se acumulan y, sin proponérselo, componen un retrato. Raphael Bob-Waksberg parece haber aprendido de ese registro oral, de esas sobremesas en las que cada uno recuerda un momento distinto y juntos arman una memoria colectiva. Long Story Short funciona así: como un álbum abierto al azar, donde cada página revela un instante y todos juntos forman un retrato complejo de la familia media judía, que se distancia de la sitcom convencional y se acerca al formato de un mosaico narrativo.
Bob-Waksberg, que ya había construido en BoJack Horseman una tragicomedia sobre la autodestrucción, se distancia del caballo deprimido para probar con algo más íntimo. Una familia judía en California: los Schwooper. Long Story Short es una serie sobre cómo lo doméstico se vuelve universal cuando se lo mira de cerca, con sus neurosis, sus batallas mínimas y sus derrotas privadas.
La estrategia es saltar en el tiempo, sin manual de instrucciones. Cada episodio de Long Story Short comienza con una viñeta del pasado –los años 90, la infancia– y después salta hacia el futuro: adultez, divorcios, maternidades, conversiones religiosas. Como si el pasado lograra siempre infiltrarse en el presente y no haya manera de dejarlo atrás. Un evento banal en una playa de la niñez resurge años después en una decisión incómoda o en un reproche disfrazado de chiste. La cronología rota de la serie muestra cómo se convive con fantasmas que nunca terminan de desaparecer.
Ahí reside la fuerza de Long Story Short. No es una serie sobre grandes giros, ni sobre misterios revelados, sino sobre las pequeñas cosas que permanecen. El humor funciona como anestesia y como bisturí: se ríe de lo ridículo al tiempo que abre una herida que parecía haber cicatrizado.

Long Story Short: Los Schwooper y el arte de equivocarse juntos
El apellido es un híbrido: Schwartz más Cooper. La unión de los nombres de los padres se convierte en manifiesto: esta es una familia que mezcla, acomoda, improvisa. Avi (Ben Feldman), el hermano mayor, encarna la distancia: se aleja de la religión, se distancia de los suyos, se divorcia. Shira (Abbi Jacobson), la del medio, oscila entre el resentimiento y la búsqueda de construir un hogar distinto con su pareja Kendra. Yoshi (Max Greenfield), el menor, vive en la deriva: el payaso que termina abrazando la ortodoxia como quien busca un refugio más que una fe.
Sobre todos planea la figura de Naomi, la madre. Incluso muerta, sigue presente: como si Long Story Short entendiera que las madres nunca se van del todo, que siempre se quedan en los gestos, en los silencios, en las culpas heredadas. Lisa Edelstein le presta la voz con una mezcla de ternura y severidad que evita el cliché de la madre judía de manual y la convierte en una presencia compleja, incómoda y entrañable.
Elliot (Paul Reiser), el padre, queda en un segundo plano: amable, correcto, casi transparente. Un hombre que no molesta pero tampoco sostiene. La serie lo retrata como lo que muchas veces son los padres en las dinámicas familiares: una figura doméstica que insiste en su presencia más por inercia que por convicción.
Lo más interesante es cómo Long Story Short no se conforma con seguir a los hermanos y a los padres, sino que de pronto se desvía hacia personajes secundarios. Un capítulo se centra en Kendra (Nicole Byer), la pareja de Shira, y lo que parecía un satélite se revela como un mundo en sí mismo. Otro episodio decide detenerse en la hija de Avi, o en un amigo de Yoshi. Esa capacidad de expandir la narración hacia los márgenes es lo que convierte a la serie en algo más que un drama familiar animado: es un mapa coral, un sistema de relaciones donde nadie es del todo accesorio.
Long Story Short: Bob-Waksberg entre el humor y las heridas
La animación, realizada por ShadowMachine, parece tosca, como si fueran bocetos sacados de un cuaderno. Pero ese minimalismo cumple la función de darle a la narración la ligereza suficiente para moverse con libertad entre décadas y situaciones. La animación se convierte en memoria dibujada: no es realismo, es una evocación.
Los colores brillantes y las formas simples contrastan con la densidad emocional de lo que se cuenta. Y ahí aparece otra de las virtudes de Bob-Waksberg: la capacidad de hacer convivir lo absurdo con lo devastador. Una escena con lobos en una escuela puede convivir con el recuerdo de un abandono infantil que marca toda una vida.
El tono de Long Story Short de Netflix es el del humor que deja un sabor amargo. Como en BoJack Horseman, la comedia funciona como una trampa. Pero aquí el mecanismo está puesto al servicio de lo familiar: se trata de mostrar cómo los hermanos se lastiman con la misma facilidad con la que se protegen. No hay maldad programática, sino errores, torpezas, egoísmos inevitables. Cada episodio insiste en la misma idea: nadie sale ileso de su familia, pero todos vuelven a ella.
Long Story Short convierte la memoria en forma narrativa. No hay línea recta, no hay progresión ordenada: hay recuerdos, fragmentos, saltos. El pasado y el presente conviven en cada episodio como si los personajes adultos y sus versiones infantiles pudieran sentarse a la misma mesa. Y es en esa simultaneidad donde la serie se vuelve poderosa: no porque revele secretos extraordinarios, sino porque muestra cómo las pequeñas traiciones, los gestos olvidados, las palabras dichas sin pensar, se instalan en la vida de las personas y se quedan ahí, condicionando lo que vendrá.
Long Story Short confirma que Raphael Bob-Waksberg no se limita a inventar animales parlantes o a satirizar Hollywood: su verdadera obsesión es entender cómo se cuentan las vidas cuando se aceptan sus contradicciones. Esta vez eligió una familia judía y la desarmó en fragmentos para reconstruirla en pantalla.
La serie no ofrece moralejas ni redenciones sino algo más verdadero: la constatación de que los recuerdos no desaparecen, solo se transforman en otra cosa. Y que, en el fondo, toda familia es una forma de relato, una historia contada de manera desordenada, que a veces se ríe y a veces duele.
DISPONIBLE EN NETFLIX.
 
				 
								


