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La Vieja Guardia 2 (Netflix): Cuerpos que no mueren

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Entre mitologías expandidas y locaciones imposibles, La Vieja Guardia 2 encuentra momentos de humanidad en un relato que corre el riesgo de volverse olvidable.

El cine de acción lleva años buscando cómo renovarse sin dejar de ser lo que fue: un lugar donde el cuerpo importa más que la palabra, donde la narrativa es una excusa para moverse, golpear, resistir. En 2020, La Vieja Guardia de Netflix encontró una fórmula inesperada: héroes inmortales que sangraban, pensaban, se culpaban. La sorpresa no fue que hubiera acción, sino que hubiera humanidad. Cinco años después, La Vieja Guardia 2 retoma ese mundo y lo expande. Hay más historia, más mitología, más personajes. También hay una idea: que incluso los que no pueden morir están obligados a cambiar.

La Vieja Guardia 2 no intenta reinventar el género. No lo necesita. Sabe lo que tiene: un elenco sólido, una estética cuidada, peleas coreografiadas con precisión y un trasfondo emocional que, por momentos, logra pesar más que las balas. Charlize Theron vuelve –sin inmortalidad, pero con presencia– y KiKi Layne consolida su lugar como sucesora. Uma Thurman se suma como una villana que viene del pasado remoto y trae consigo un mundo enterrado.

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Charlize Theron como Andy en La Vieja Guardia 2 de Netflix

La Vieja Guardia 2: La eternidad como punto de partida

La película comienza con estilo: una villa en Croacia, una emboscada, Charlize Theron entrando a los tiros mientras sus compañeros –Joe, Nicky, Nile– se mueven con la confianza de quien ya murió mil veces y volvió cada vez con más puntería. La dirección de Victoria Mahoney encuentra el ritmo, la coreografía, la pausa exacta antes del disparo.

Y después, lentamente, empieza a desarmarse.

Porque en La Vieja Guardia 2 no hay riesgo sino fórmula. La historia avanza con eficiencia: los protagonistas deben descubrir quién los persigue, entender cómo detenerla, y enfrentar un pasado que vuelve con forma de mujer encadenada que pasó cinco siglos ahogándose en el fondo del mar. Quynh, la inmortal traicionada, reaparece. Pero lo hace sin furia ni ambigüedad. Su odio es legítimo, pero su venganza es burocrática.

Hay hallazgos narrativos: una biblioteca secreta, un historiador de los inmortales, un código que revela cómo perder –y transferir– la eternidad. Todo eso tiene potencial. Pero el guion de Greg Rucka y Sarah L. Walker no respira. Corre. Y en esa carrera, pierde lo que la película original había encontrado: tiempo. Tiempo para mirar a los personajes, para verlos dudar, para convertir cada pelea en una consecuencia.

Victoria Mahoney dirige con pulso firme, pero sin nervio. Lo que en la primera entrega era tensión emocional, acá se vuelve trámite narrativo. La película cree que pone en juego grandes preguntas: ¿qué significa vivir para siempre? ¿Qué hace el tiempo con el dolor? ¿Es posible perdonar después de veinte siglos? Pero no las piensa: las usa.

Como usa las locaciones –Italia, Indonesia, Roma– para decorar una historia que nunca las necesita. Hay acción. Hay peleas bien filmadas. Hay una escena hermosa: Andy camina por un pasillo que retrocede en el tiempo y llega a Roma, donde la espera Quỳnh. Es sutil, es inteligente, es casi otra película. No hablan mucho. Se golpean con historia. Ahí, por un momento, La Vieja Guardia 2 recuerda que el cuerpo no solo ataca: también recuerda.

Charlize Theron sigue siendo el centro. Su mirada no necesita efectos. Su cuerpo, tampoco. Cada movimiento suyo parece tener memoria. Pero la película no siempre sabe qué hacer con ella. Ya no puede morir, pero tampoco parece vivir. Y eso, que debería ser un dilema, se transforma en rutina. Nile, en cambio, crece. Aprende. Se enfrenta a su propia eternidad con ironía y con dudas. Y esa ambivalencia –el querer pertenecer a un grupo que nunca puede desaparecer– es uno de los pocos conflictos genuinos del relato.

La relación entre Joe y Nicky, los amantes eternos, que en la primera película marcó una de las pocas representaciones queer en el cine de acción con dignidad, sin subrayado ni vergüenza, aquí es un susurro. Como si dos personajes queer estuvieran bien, pero tres ya fueran agenda.

También está Discord, interpretada por Uma Thurman. Una mujer que lleva siglos acumulando poder en las sombras, que representa la amenaza de lo que no muere, pero que aparece poco, y dice menos. Su nombre promete conflicto. Su presencia, no tanto. Se la presenta como el último enemigo, pero apenas molesta. Como si La Vieja Guardia 2 supiera que su verdadero enfrentamiento no está ahí, sino en otro lado: en la tensión entre el espectáculo y el sentido.

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Uma Thurman como Discord en La Vieja Guardia 2 de Netflix

La Vieja Guardia 2: La nostalgia del futuro

Y sin embargo, hay algo. Una melancolía persistente. Una tristeza que sobrevuela todo, incluso cuando no se dice. Porque estos personajes, estos seres que no pueden morir, están todos rotos. Todos cansados. Todos buscan un motivo para seguir peleando. Y esa grieta –esa línea que atraviesa la eternidad– es lo mejor que tiene La Vieja Guardia 2. No lo explora, pero lo insinúa. No lo narra, pero lo deja ver.

La película no emociona. Pero tampoco decepciona. Es funcional. Pero tiene momentos. Tiene actores que saben sostener el silencio. Tiene ideas que asoman entre los disparos. Y tiene un punto de vista: los héroes, incluso los que no mueren, también se equivocan. También se arrepienten. También se rinden. Por eso, cuando Andy dice “Soy mortal, pero no estoy retirada”, la frase no es solo un comentario. Es una confesión. Y una promesa.

Quizás la próxima película entienda que que la verdadera batalla no es la que se libra contra el enemigo de turno, sino contra el tiempo, el olvido, y la repetición. Que la inmortalidad, mal entendida, se parece demasiado al olvido.

DISPONIBLE EN NETFLIX.

Tráiler:

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