Escape Bajo Fuego (Kandahar): La guerra fantasma de Gerard Butler

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Escape Bajo Fuego convierte el desierto en un laberinto político y moral. En él, Gerard Butler interpreta a un agente atrapado entre lealtades rotas, alianzas precarias y ocupaciones invisibles.

Escape Bajo Fuego (Kandahar) es otra película de acción con Gerard Butler, pero que además de ser una película de acción quiere decir algo sobre el estado de la geopolítica mundial. El resultado son dos horas de un cine menos vertiginoso que atmosférico, en el que el desierto es un laberinto donde se desarrolla una guerra fantasma perpetua. Es el destino de los países árabes: la facción fundamentalista que gobierna hoy quizás no sea la misma que gobierne mañana.

La película transcurre en Afganistán luego de la retirada oficial de las fuerzas militares de los Estados Unidos. La ocupación continúa por otros medios: los servicios de inteligencia estadounidenses prolongan una guerra secreta con el gobierno talibán, que intenta mantener su poder con precarias alianzas internacionales y con organizaciones extremas que quieren el control del país. Gerard Butler (300, Plane, Vista por Última Vez) es Tom Harris, un agente de élite de la CIA que debe atravesar territorio hostil para llegar a la base aérea de Kandahar: un hombre corriendo contra el tiempo en un lugar que no perdona errores.

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Gerard Butler como Tom Harris en Escape Bajo Fuego

Escape Bajo Fuego: El thriller como residuo de una guerra sin nombre

La historia de Escape Bajo Fuego comienza de manera psicodélica: Harris se hace pasar por un empleado de comunicaciones, y desde una pequeña cabina ubicada en el medio del desierto logra intervenir todo el sistema operativo de la central de energía atómica de Afganistán para que la CIA destruya las instalaciones subterráneas. La operación es un éxito, pero algo se tuerce en camino: su nombre y su foto son filtrados a una periodista (Nina Toussaint-White), que revela la responsabilidad de Harris en el atentado. Sólo le queda intentar salir del país. Para eso debe llegar a Kandahar.

Escape Bajo Fuego –dirigida por Ric Roman Waugh– construye su tensión sobre la geografía del terror. Afganistán se presenta como un laberinto de polvo y desconfianza, donde cada encuentro puede ser el último. Aquí, Butler no es un héroe que desafía las leyes de la física: su supervivencia depende del cálculo, de la negociación, de esa capacidad para leer el peligro en la mirada del otro.

La fotografía de MacGregor muestra la aridez del paisaje afgano sin romantizarla. Cada plano parece cargado de amenaza latente, cada sombra esconde una posible emboscada.

En lugar de retratar a los islámicos como una especie de monolito amenazante, el guion de Mitchell LaFortune –ex agente de inteligencia devenido escritor– explora el mapa del poder de una zona dividida en innumerables facciones con objetivos radicalmente diferentes, sólo unidos por su odio común hacia Estados Unidos. Waugh les da a los talibanes un rostro, motivaciones, una lógica propia que va más allá del fanatismo.

Mo, el traductor afgano interpretado por Navid Negahban, encarna la tragedia de quienes quedaron atrapados entre esos dos mundos: traidores útiles, hombres con algún hijo muerto por la violencia de las sectas islámicas que se jugaron la vida y la de su familia por una visa a Occidente. Mo es el ancla emocional que le da a Harris un sentido más profundo de protección, a la vez que sirve como comentador social del salvajismo que se vive en la zona.

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Navid Negahban como Mo en Escape Bajo Fuego (Kandahar)

Escape Bajo Fuego: Geopolítica e Islam

Escape Bajo Fuego intenta alejarse de los tropos raciales más brutos del género con cierto toque postmoderno: los buenos no son perfectamente buenos ni los malos son personas anónimas cuya única función es atentar contra la pax amerciana. Si Hollywood muestra sus guerras como fábricas de héroes norteamericanos, Escape Bajo Fuego tiene un tono melancólico, una sensación de derrotismo frente a la ambigüedad política.

Pero la película tropieza con sus propias ambiciones. La narrativa se fragmenta en múltiples líneas temporales, diluyendo la acción. Quiere ser thriller de supervivencia y drama político al mismo tiempo, pero no termina de dominar ninguno de los dos registros. Escape Bajo Fuego funciona mejor en sus silencios que en sus declaraciones. Cuando deja que el paisaje y las situaciones hablen por sí mismas, logra momentos de genuina tensión.

El ISIS, los talibanes, Irán, Afganistán, secuestros, periodistas, la CIA, señores de la guerra locales, un agente de inteligencia pakistaní que se muestra escéptico sobre el supuesto fundamento religioso de gran parte de la lucha: Escape Bajo Fuego intenta tener algo que decir sobre la forma en que las coaliciones terroristas perpetúan el conflicto. Pero el guion de LaFortune, al buscar equilibrar el espectáculo con algo parecido a la sustancia, deriva en subtramas sin desarrollo, espejismos en el desierto narrativo que es Escape Bajo Fuego.

Los mejores momentos de la película son los más simples: Harris y Mo caminando por una carretera, negociando con un contrabandista, escondidos en una casa conteniendo la respiración. Ahí la película encuentra su voz, su ritmo, su verdad. Cuando trata de ser importante, se vuelve solemne. Escape Bajo Fuego no tiene el coraje de ser solo lo que es: la historia de dos hombres tratando de cruzar un país que los quiere muertos. Le falta confianza en su propia simplicidad. Quiere ser épica y termina siendo olvidable.

Y en Afganistán, como en el cine, la timidez no perdona.

DISPONIBLE EN MAX.

Tráiler:

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