The Walking Dead: Dead City temporada 2: La serie vuelve a tropezar con sus propios muertos

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Manhattan sigue en pie, pero apenas respira. La temporada 2 de Dead City entrega momentos de extrañeza visual y pulsión dramática, pero la reiteración amenaza con vaciar el conflicto.

La temporada 2 de The Walking Dead: Dead City llega con la solemnidad de quien carga un ataúd vacío. Ocho episodios que prometen resolver lo que la primera temporada dejó colgando: Negan atrapado bajo el poder de la Dama, Maggie atrapada bajo el poder de Nueva Babilonia, y Manhattan convertida una jungla de cadáveres ambulantes y sobrevivientes que parecen haber olvidado para qué sobreviven.

Dead City arranca como tantas otras segundas temporadas: con la sensación de que la primera funcionó lo suficiente como para justificar la continuación, pero no tanto como para saber qué hacer después. Y ahí vamos: Maggie vuelve. Negan vuelve. Lucille vuelve. La campera de cuero vuelve. También hay nuevos personajes, nuevas facciones, un oso zombie y una Nueva York que hace rato dejó de ser ciudad para volverse teatro de operaciones. Pero nada de eso parece nuevo. El problema no es que los muertos caminen. El problema es que los vivos no avanzan.

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Zeljko Ivanek como El Croata en The Walking Dead: Dead City

The Walking Dead: Dead City temporada 2: Rituales de supervivencia

La temporada 2 de Dead City comienza donde terminó la primera: con Negan rechazando el poder que la Dama le ofrece, hasta que las amenazas del Croata alcanzan a su familia oculta. Del otro lado del río, Maggie se ofrece como voluntaria para invadir la isla y mantener vivo a Hershel. La mecánica es conocida: personajes atrapados entre lealtades imposibles, decisiones que huelen a trampa y Nueva York como escenario de la decadencia del mundo. Porque esta temporada es eso: un loop. Una caminata eterna sin destino. Un plano secuencia de gente que ya no sabe para qué está ahí.

La segunda temporada de Dead City parece confundir complejidad narrativa con dispersión argumental. Donde antes había dos personajes forzados a colaborar pese a su historia sangrienta, ahora tenemos múltiples frentes que compiten por la atención: La Dama con su voz modulada y sus planes ambiguos; el Croata, que alguna vez pareció un psicópata interesante y ahora parece su fotocopia; Nueva Babilonia, ese ejército de impostores con pretensiones de imperio; Maggie, estratega en territorio enemigo; Negan convertido en líder reluctante, Hershel transformándose en pieza clave de un juego que apenas comprende.

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Jeffrey Dean Morgan como Negan en la temporada 2 de The Walking Dead: Dead City

Dead City temporada 2: Negan y el ocaso del antihéroe

Jeffrey Dean Morgan se encuentra en la posición incómoda de interpretar a un personaje que ha perdido aquello que lo hacía magnético. El Negan –ese personaje que alguna vez sacudió la televisión con su sonrisa torcida y su bate con nombre propio– de la temporada 2 de Dead City es un hombre reducido a sus miedos más básicos: la supervivencia de su familia oculta. Lucille –ahora electrificada– se convierte en símbolo de una época perdida, cuando el carisma podía convertir la brutalidad en espectáculo.

Los momentos en que el viejo Negan asoma la cabeza son escasos y preciosos, recordatorios de lo que se ha perdido en nombre del desarrollo del personaje. Dead City comete el error de creer que un personaje moralmente complejo se vuelve automáticamente interesante. Negan transformado en protector puede ser más admirable como ser humano, pero resulta menos fascinante como protagonista televisivo.

Si Negan ahora es un antihéroe cansado de ser antihéroe, Maggie todavía guarda un poco de filo. Sabe negociar, sabe manipular, sabe sobrevivir. Pero está sola. Porque aunque tenga a Hershel, no lo tiene de verdad. Ese chico que creció a la sombra de un mártir, que no conoció a su padre pero lo lleva como una cruz, empieza a sospechar que no es más que una versión defectuosa de Glenn. Y se rebela. Con la torpeza y el resentimiento propios de la adolescencia: no quiere seguir eligiendo entre la nostalgia de su madre y el vacío del presente.

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Logan Kim como Hershel en la temporada 2 de The Walking Dead: Dead City

Hershel: el corazón de la temporada 2 de Dead City

Logan Kim construye un adolescente que no es ni el héroe predestinado ni el villano en formación, sino algo más complejo: un joven que busca propósito en un mundo donde los adultos han fracasado en crear algo que valga la pena preservar. Su fascinación con las ruinas de Manhattan tiene la curiosidad morbosa de quien descubre que la civilización puede ser opcional.

Dead City –cuando se anima, cuando se corre del manual de zombis y balas– sabe mostrar cómo la memoria también puede ser el enemigo. Y en ese gesto de Hershel, en esa insurrección tímida, está lo mejor de la temporada.

Los flashbacks de la relación entre la Dama y Hershel funciona porque evita los clichés del mentor corrupto. Ella no le miente sobre la brutalidad del mundo; le ofrece una versión alternativa de la brutalidad, una donde la violencia tiene propósito y la destrucción es el primer paso hacia la reconstrucción.

Lisa Emery entrega una interpretación que oscila entre la seducción intelectual, la psicosis y la amenaza velada. La Dama no grita órdenes ni exhibe poder a través de la violencia explícita; prefiere la persuasión, la promesa de un mundo mejor construido sobre los escombros del anterior. Es una líder que entiende que el carisma puede ser más efectivo que el terror, al menos hasta que el carisma deja de funcionar.

El Croata, interpretado por Željko Ivanek, funciona como contraparte pragmática. Donde la Dama seduce, él negocia. Donde ella promete un futuro, él ofrece el presente. Sus escenas con Negan tienen la tensión de dos personas que conocen las jugadas del contrario pero siguen apostando a encontrar la sorpresa definitiva.

Dead City: ¿Quién es Perlie Armstrong?
Gaius Charles como Perlie Armstrong en The Walking Dead: Dead City

Nueva Babilonia: El nuevo enemigo

Las fuerzas de Nueva Babilonia, lideradas por Perlie Armstrong (Gaius Charles) y Lucia Narvaez, sufren del problema clásico de los antagonistas intercambiables. Son suficientemente amenazantes para justificar la tensión, suficientemente organizados para representar un desafío, pero carecen de la personalidad distintiva que convertiría el conflicto en algo más que un ejercicio de supervivencia.

Dascha Polanco es Lucia Narvaez, un personaje escrito como una colección de atributos (ambiciosa, disciplinada, pragmática) más que como una persona con motivaciones comprensibles. Es la clase de antagonista que existe porque la trama necesita obstáculos, no porque la historia tenga algo particular que decir sobre el poder, la autoridad o la supervivencia.

La mecánica de reclutamiento forzoso que emplea Nueva Babilonia (“voluntarios” que no pueden negarse sin consecuencias letales) tiene ecos históricos interesantes que la serie nunca termina de explorar. Se queda en la superficie, sin profundizar en las implicaciones morales o políticas de un sistema que promete protección a cambio de obediencia.

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Lauren Cohan en la temporada 2 de The Walking Dead: Dead City

Lauren Cohan: Directora y actriz en busca de personaje

Los episodios 4 y 6, dirigidos por Lauren Cohan, representan los momentos más logrados de la temporada. Su dirección privilegia los primeros planos y las pausas que revelan la vulnerabilidad de Maggie bajo la coraza de superviviente experimentada. Son episodios que entienden que la tensión puede construirse tanto con lo que se dice como con lo que se calla.

Como actriz, Cohan se mueve a través de un personaje que debe ser estratega, madre protectora y víctima de sus propios traumas. Maggie carga con el fantasma de Glenn de manera que trasciende el duelo normal; es una mujer que ha convertido la pérdida en combustible para la supervivencia, pero que descubre que ese combustible puede consumir también a quienes intenta proteger.

La relación madre-hijo se convierte en el corazón emocional de la temporada 2 de Dead City, especialmente cuando Hershel comienza a cuestionar no solo las decisiones de Maggie sino la versión del mundo que ella ha construido para él. Es un conflicto generacional amplificado por el apocalipsis: el hijo que no quiere heredar los traumas de la madre, la madre que no sabe cómo proteger sin lastimarlo.

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Kim Coates como Bruegel en la temporada 2 de Dead City

Manhattan: La ciudad que se devora a sí misma

La temporada 2 de The Walking Dead: Dead City aprovecha Nueva York como algo más que locación exótica. La ciudad se convierte en laberinto donde cada esquina puede esconder una emboscada, cada edificio abandonado puede ser fortaleza o trampa. Los diferentes enclaves de sobrevivientes han transformado los barrios en feudos con reglas propias: desde el arte de Bruegel (Kim Coates), pasando por la banda de forajidos de Tomasso (Jonathan Higginbotham), hasta los rituales folk de Roksana (Pooya Mohseni).

La planta de metano de los Burazi –reducidos a adornos amenazantes– funciona como MacGuffin perfecto: quien la controla tiene electricidad, y quien tiene electricidad tiene poder. Es una simplificación elegante de las dinámicas de poder en un mundo post-apocalíptico, donde los recursos básicos se convierten en moneda política.

El diseño de producción logra que Manhattan se sienta simultáneamente familiar y alienígena. Los lugares icónicos transformados por la decadencia funcionan como recordatorios constantes de lo que se ha perdido, pero también como promesas de lo que podría construirse sobre las ruinas.

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Lisa Emery como La Dama en The Walking Dead: Dead City

Dead City: La ciudad que se niega a morir

Dead City sufre el peso de pertenecer al universo Walking Dead en un momento en que ese universo ha expandido tanto sus fronteras que ha perdido cohesión interna. La serie funciona mejor cuando olvida que es un spin-off y se concentra en ser drama de supervivencia urbana.

Los mejores momentos surgen de los conflictos específicos: Maggie negociando con captores que podrían convertirse en aliados, Negan redescubriendo viejas habilidades que preferiría mantener enterradas, Hershel construyendo una identidad propia en un mundo que insiste en definirlo por su linaje. Son conflictos que trascienden el género y se conectan con dilemas universales sobre identidad, lealtad y supervivencia.

Los peores momentos llegan cuando la serie se refugia en fórmulas conocidas: el grupo de supervivientes que debe atravesar territorio hostil, el líder carismático con agenda oculta, la alianza incómoda que debe mantenerse hasta que la situación mejore. Son elementos que funcionaron en 2010 pero que en 2024 requieren más reinvención que repetición.

La segunda temporada de Dead City tiene buenos momentos, especialmente cuando se concentra en las relaciones familiares y las consecuencias psicológicas de la supervivencia prolongada. Hershel como personaje representa una generación que no conoció el mundo anterior y por tanto no está limitada por la nostalgia paralizante de los adultos. Su disposición a considerar alternativas radicales al statu quo tiene potencial dramático que la serie apenas comienza a explorar.

The Walking Dead: Dead City enfrenta el dilema de toda secuela: justificar su existencia más allá del éxito comercial. La segunda temporada ofrece momentos de televisión interesantes, pero los diluye en una narrativa que parece más interesada en prolongar la franquicia que en contar una historia específica con agenda propia.

Dead City funciona cuando acepta que el apocalipsis zombie es contexto, no contenido. Funciona cuando entiende que la verdadera tensión surge de personas reales enfrentando decisiones imposibles, no de muertos vivientes persiguiendo víctimas intercambiables. Quizás la tercera temporada aprenda la lección. O quizás, como tantos zombies, la serie seguirá caminando sin recordar hacia dónde se dirigía originalmente.

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