¿Qué ocurre cuando la fe deja de salvar almas y empieza a contar votos? En cada plano de Apocalipsis en los Trópicos, Petra Costa esconde una advertencia: no se trata solo de Brasil. Lo que empieza como un registro de la mutación política de un país termina revelando que la democracia, cuando se rompe, no siempre lo hace con tanques en las calles. El resultado es un documental que funciona como radiografía de un mundo fracturado y como manual de instrucciones para entender cómo el fundamentalismo religioso se volvió la usina de poder más eficiente de América Latina.
Costa prescinde de la memoria privada que enmarcaba Al Filo de la Democracia para hacer un mapa de la colonización evangélica del poder político brasileño. Si su obra anterior mostraba el derrumbe institucional como una tragedia con nombres propios, ahora elige filmar el delirio colectivo como doctrina de Estado.

Apocalipsis en los Trópicos: Dios y el diablo en la tierra del sol
Apocalipsis en los Trópicos abre con El Jardín de las Delicias, ese tríptico delirante donde los cuerpos se retuercen entre el paraíso y el infierno mientras el mundo se desintegra alrededor. La directora elige esa imagen porque sabe que está filmando otra versión del apocalipsis, una donde los ángeles hablan portugués y predican desde estadios de fútbol.
Pero el documental mapea ese territorio sabiendo que está registrando algo más grande que un fenómeno local. Porque lo que sucede en Brasil no es un accidente tropical, sino la versión sudamericana de un libreto que se repite desde Hungría hasta Estados Unidos, pasando por la India y media Europa. Costa no solo muestra el ascenso de Jair Bolsonaro, ni la transformación del Senado brasilero en Iglesia Universal: muestra lo que pasa cuando la política se vuelve cruzada.
Silas Malafaia es el protagonista de esta metamorfosis. Televangélico, millonario, hacedor de presidentes, encarna la figura del intermediario divino que promete prosperidad terrenal a cambio de favores políticos. Es la mutación del cristianismo en capitalismo salvaje. Habla en nombre de Dios pero opera como CEO. Habla de pobreza pero viaja en jet privado. Grita, acusa, bendice, insulta, extorsiona. No necesita interpretación. Malafaia se deja filmar con la tranquilidad de quien maneja un monopolio: el de la salvación eterna.
Este pastor no es una anomalía sino el producto lógico de una operación que empezó en los años 60. Cuando la Teología de la Liberación incomodó a Washington, la CIA financió misioneros evangélicos para neutralizar a los curas progresistas. El plan funcionó: Brasil desarrolló su propia versión del protestantismo, más agresiva, más empresarial, más funcional al sistema. El evangelismo, que pasó del 5 al 30 por ciento de la población en cuatro décadas, es menos un fenómeno religioso que una estrategia de conquista. Las iglesias ya no prometen la salvación del alma sino la salvación de la nación. Revolución demográfica, revolución política.
Apocalipsis en los Trópicos muestra cómo las iglesias evangélicas brasileras operan como franquicias. Se instalan en casas, galpones, estadios. Donde la Iglesia Católica ofrece solemnidad y protocolo, los evangélicos venden espectáculo y proximidad. Donde el progresismo habla de justicia social, los pastores prometen riqueza material. Porque Dios quiere que seas rico, si tenés suficiente fe.
Pero más que imágenes, lo que Apocalipsis en los Trópicos construye es una atmósfera. Una especie de fiebre. Una sensación persistente de que algo se descompuso y no volverá a su lugar. No hay equilibrio. No hay contraste. Solo la acumulación de gestos que antes eran marginales y ahora son gobierno. La política ya no se discute: se cree. Y el voto dejó de ser herramienta para volverse oración.
El documental entiende que no se trata solo de Bolsonaro. Ni siquiera de Brasil. Lo que muestra es un fenómeno más grande, más elástico, más importable. Es la Internacional reaccionaria envuelta en mística. Es la alianza entre algoritmo, ignorancia y desesperación. Es el reemplazo del debate por la fe. De Budapest a Washington, de Nueva Delhi a San Pablo, la fórmula es la misma: miseria, miedo, religión, enemigo. La historia no se repite como farsa. A veces se repite como trending topic.
Bolsonaro aparece como el producto perfecto de esa maquinaria. Es el resultado de décadas de trabajo misionero, de prosperidad prometida, de teología del éxito: todo lo que el evangelismo político brasileño necesitaba para llegar al poder. Costa lo retrata sin caricaturizarlo, dejando que sus propias declaraciones construyan el personaje. Cuando le preguntan por los 700 mil muertos de COVID-19 en Brasil, responde con naturalidad: “¿Y qué? ¿Qué puedo hacer? No hago milagros. Todos nos vamos a morir”. La Primera Dama reza en lenguas mientras Brasil se desangra en cifras. El apocalipsis no es una posibilidad futura, sino una crónica en desarrollo.

Apocalipsis en los Trópicos: Jesús presidente
La narrativa apocalíptica que atraviesa Apocalipsis en los Trópicos no es solo estética sino programática. Los líderes evangélicos predican el fin de los tiempos como estrategia política: si el mundo se acaba, mejor acelerar el proceso eliminando a los enemigos de Dios. Costa muestra cómo esa retórica se traduce en políticas concretas: restricciones al aborto, persecución a las minorías, desmantelamiento de los derechos sociales. El apocalipsis no es una profecía sino un programa de gobierno.
Porque eso es lo más inquietante del documental: que lo extremo dejó de estar en los márgenes. Que el evangelismo político ya no es una amenaza: es parte del diseño institucional. Que el fanatismo ya no necesita esconderse: se presenta a elecciones.
Apocalipsis en los Trópicos encuentra su clímax con las imágenes del 8 de enero de 2023. Después de que Lula gana las elecciones, los bolsonaristas asaltan los Tres Poderes en Brasilia. Los manifestantes rezan, destrozan las instalaciones y piden militares, convencidos de que cumplen una misión divina. El Brasil del documental es un país donde la democracia se ha vuelto campo de batalla entre visiones irreconciliables del mundo. De un lado, el proyecto secular y progresista; del otro, la utopía teocrática que sueña con un país gobernado según la voluntad divina.
La película funciona como espejo de una época donde la información se ha vuelto arma de guerra y los algoritmos amplifican los mensajes más extremos. En ese contexto, el fundamentalismo religioso ofrece certezas simples para tiempos complejos, respuestas binarias para problemas múltiples.
Lo que está en juego no es el presente. Es el tiempo roto, el orden fracturado, el mundo convertido en profecía autocumplida. Si en su trabajo anterior Costa ya había demostrado que Brasil vive una crisis democrática profunda, este nuevo documental explora las raíces religiosas de esa crisis. Apocalipsis en los Trópicos no es una película sobre religión sino sobre poder, no trata de fe sino de política, no habla de Dios sino de los hombres que dicen hablar en su nombre.
Costa hace el retrato de una sociedad que perdió el control de su destino y busca salvación en la superstición. Una crónica de la batalla por el alma de Brasil que refleja batallas similares en medio mundo. Porque en definitiva, Apocalipsis en los Trópicos no es solo sobre Brasil: es sobre la fragilidad de las democracias cuando Dios hace política.
Una sociedad puede morir de exceso de fe. Y cuando eso pasa, no hay resurrección posible.
 
				 
								


