Bajos Instintos: 96 páginas donde Sumerian Comics adapta ese thriller erótico de los 90’s que escandalizó a todos con Sharon Stone y su famoso cruce de piernas. La ilustradora Vanesa R. del Rey, la colorista Keyla Valerio y el guionista Sam Freeman reinterpretan en viñetas la tensión sexual y criminal de la película original.
La historia retoma los acontecimientos que involucran a Catherine Tramel, la asesina serial del Picahielos. Cuando un guardia de seguridad es asesinado durante la inauguración de una exposición de arte inspirada en los asesinatos de Trammel, el director de la galería, Ezra Coenho, es interrogado como sospechoso por el detective Kivoni. Investigación, seducción y peligro: el trío clásico.
La edición de Bajos Instintos de Sumerian es impecable. El arte de Del Rey no busca ser fotorrealista sino que encuentra un equilibrio entre el reconocimiento de los personajes icónicos y un estilo propio, con líneas definidas y un uso del claroscuro que remite al cine negro.
Las escenas de sexo están dibujadas con una crudeza que contrasta con el erotismo estilizado del film. Acá no hay glamour hollywoodense: hay cuerpos, hay sudor, hay la torpeza real del deseo. Freeman y Del Rey entendieron que el cómic permite mostrar no solo el acto sino la psicología retorcida detrás: cada panel de sexo es también un panel de poder, de manipulación, de juego mortal.
Los diálogos mantienen esa ambigüedad calculada que hace que cada frase de Catherine pueda ser una confesión o una provocación. “Yo no mato a nadie, solo escribo sobre asesinatos”, dice, mientras sus ojos dicen otra cosa en el dibujo.
Lo que funciona mejor en el cómic de Bajos Instintos es la representación gráfica de la paranoia de Kivoni. Del Rey emplea distorsiones sutiles, perspectivas imposibles y cambios en el trazo cuando estamos dentro de la mente del detective. Sus adicciones –al alcohol, a las drogas, al sexo, a la violencia– están representadas con una paleta que oscila entre tonos fríos y cálidos según el vicio que domine la escena.
Bajos Instintos: El cómic continúa la historia de Catherine Tramel

La estructura narrativa de Bajos Instintos es menos lineal que la película: hay flashbacks abruptos, secuencias oníricas y sobre todo, páginas enteras de las novelas de Catherine intercaladas en la trama principal. Este recurso metaliterario enriquece la historia: el lector debe discernir si esas páginas son anticipaciones de crímenes futuros o simples juegos de la escritora para enloquecer a Kivoni.
El San Francisco de Bajos Instintos es una ciudad de niebla constante, arquitectura vertiginosa y espacios opresivos. La mansión de Catherine en las colinas, con su vista panorámica, contrasta con los pequeños apartamentos donde los demás personajes viven encerrados en sus secretos.
Lo que esta continuación gráfica de Bajos Instintos añade al material original es una ambigüedad visual que el cine no logró capturar. El cómic cierra dejándonos la misma sensación inquietante de la película, pero por medios puramente gráficos.
El cómic de Bajos Instintos no es para puristas del material original. Es una versión que entiende que adaptar no es copiar sino trasladar sensaciones. El picahielos aparece como un elemento visual recurrente, casi un motivo gráfico que puntúa las páginas como una amenaza latente.
Bajos Instintos en formato cómic demuestra que Sumerian Comics entiende que el mercado actual demanda contenido adulto que no sea simplemente pornografía disfrazada de narrativa. Este es un thriller psicológico con sexo, no al revés. Cada escena erótica avanza la trama, revela personalidad, establece jerarquías de poder entre los personajes.
No es un cómic perfecto –a veces el ritmo se desacelera demasiado en secuencias contemplativas, y algunos guiños al material original resultan demasiado obvios– pero es una secuela que respeta al lector. No explica, sugiere. No simplifica, complejiza.
Un cómic para adultos no por sus desnudos sino por su psicología torcida, por su moral ambigua, por su retrato de personajes que viven en ese territorio gris donde el deseo y la muerte se confunden. Como la propia Catherine escribiría: “No hay crímenes perfectos, solo criminales imperfectos fascinantes”.
 
				