Cómics sobre el marqués de Sade: El libertinaje en el imaginario gráfico

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Figura histórica y mito, Sade inspiró la estética de distintos artistas. Plano Americano presenta los cómics sobre el marqués de Sade que exploran su vida y su obra.

A lo largo de los años, diversos autores de cómic –principalmente europeos– han recurrido al marqués de Sade como figura narrativa. Su vida extrema, marcada por la cárcel, el escándalo y la escritura clandestina, lo convierte en un personaje perfecto para relatos de corte gótico, filosófico o experimental. Su visión del cuerpo como algo susceptible de ser infinitamente degradado y su filosofía del deseo liberado de todo corsé moral inspiraron la estética de la crueldad de distintos artistas.

Un erotismo polimorfo, donde el principio de placer borra toda realidad exterior. Una doctrina extrema de la libertad individual que describe las inclinaciones más oscuras de la psique, aquello que Freud llamó 100 años después el inconsciente. El marqués de Sade supo, antes que nadie, que en la relación entre placer y dolor se juega la vida humana. Éstos son los cómic que adoptan su vida y su obra.

El Gran Libro De Los Raros: Historias Reales De Los Más Grandes Excéntricos Y Visionarios

Una breve biografía del marqués de Sade aparece en Big Book of Weirdos: True Tales Of The World’s Kookiest Crackpots & Visionaries (DC Comics, Paradox Press, 1995), una antología de vidas de personajes maniáticos, extravagantes, alcohólicos, megalómanos, yonquis, satanistas, geniales o con algún rasgo de inestabilidad y excentricidad que los hayan caracterizado. Personajes que de algún modo participaron en la historia o en el pensamiento moderno: desde Rasputín a Hitler, pasando por Burroughs, Poe y Kafka, hasta Tesla, Ford, Van Gogh y Dalí. 

Tom Sutton se encarga del marqués de Sade: dibujos llenos de contrastes en los que predomina el negro, que lo acercan a un estilo expresionista que es ideal para contar la historia dramática del marqués. Desde su nacimiento en una de las familias más importantes de Francia hasta sus encierros en distintas prisiones y el final en el manicomio de Charenton. La serie Big Book es de las mejores antologías que haya dado el cómic hasta ahora.

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La biografía del marqués de Sade en Big Book of Weirdos

Sade: L’aigle, Mademoiselle – Jean Dufaux y Philippe Delaby

Una de las mejores representaciones del marqués de Sade en el cómic es Sade: L’aigle, Mademoiselle (1994) del guionista Jean Dufaux y el dibujante Philippe Delaby, una novela gráfica editada por Glénat que mezcla elementos históricos y fantásticos para construir un retrato estilizado del Divino Marqués. El cómic aborda los últimos años de Sade, su encierro en el manicomio de Charenton y sus obsesiones filosóficas, siempre desde una estética recargada, sensual y oscura.

Pequeño Milagro – Valérie Mangin

El marqués de Sade hace una cameo en el cómic Pequeño Milagro (Petit Miracle) de Valérie Mangin. Unos veinte años antes de la toma de la Bastilla, un famoso libertino muere decapitado. Nueve meses después, en el convento donde había sido llevado el cuerpo –de alguna manera todavía lo bastante sensual para una de las monjas–, nace un niño con cara de ángel. Su cabeza está separada del resto de su cuerpo. Se llama Denis y es un Pequeño Milagro.

1789, comienzo de la Revolución, es el 2 de julio, Talleyrand llega a la Bastilla, donde está encerrado Denis. En una de las ventanas de la prisión real, un hombre gordo. El obispo lo reconoce. Es su amigo de toda la vida: el Marqués de Sade.

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Justine del marqués de Sade de Guido Crepax

Justine del marqués de Sade – Guido Crepax

Cuando en 1979 Guido Crepax publicó su adaptación gráfica de Justine del marqués de Sade, el gesto fue tan radical como inevitable. El artista milanés llevaba más de una década explorando los límites entre erotismo, literatura y experimentación formal. Había reinventado a Valentina como musa pop de la modernidad y había demostrado que el cómic podía traducir lenguajes del cine, la fotografía y el psicoanálisis. Sade era, entonces, un paso lógico: un territorio donde el dibujo podía someterse a la narración de la crueldad y, al mismo tiempo, ponerla en crisis.

Crepax no se limita a ilustrar el escándalo. Su Justine es una adaptación gráfica de un texto que ya había sido condenado, mutilado y discutido durante dos siglos. El autor italiano evita la representación fácil: las escenas de tortura, humillación o violencia sexual no buscan el impacto inmediato, sino que se filtran a través de un trazo obsesivo, lleno de fragmentaciones, encuadres múltiples, planos que se encadenan con la lógica de un montaje cinematográfico. Lo que aparece en las viñetas no es tanto el cuerpo herido como la mirada que lo disecciona.

Ahí está la operación más poderosa de Crepax: transformar al marqués de Sade en un juego de perspectivas. Justine se mueve entre la sumisión y la resistencia, entre la víctima que nunca logra escapar y los verdugos que encarnan un poder absoluto. En la versión de Crepax, esa dialéctica se convierte en un ritmo visual. El lector se enfrenta a páginas que se abren como mosaicos barrocos, donde el tiempo narrativo se expande, se quiebra, se detiene. La violencia es sugerida tanto por el vacío entre viñetas como por el exceso de líneas que saturan la página.

A diferencia de otras adaptaciones eróticas de la época, que privilegiaban lo explícito, Crepax desplaza el interés hacia el artificio. Su dibujo no es complaciente: estiliza, ralentiza, encierra los cuerpos en geometrías que los vuelven casi esculturas. Justine, la protagonista, no es un personaje con voz propia sino un cuerpo atrapado en el dispositivo narrativo. Y esa ausencia de agencia, que en Sade es un punto de partida filosófico, en Crepax se transforma en reflexión estética: la historieta se convierte en una máquina que exhibe el sometimiento y, al mismo tiempo, se interroga por su propia capacidad de representación.

El cómic europeo de los 70, marcado por la liberalización sexual y por la irrupción de publicaciones adultas, encontró en Crepax a un pionero incómodo. Mientras otros autores navegaban el erotismo con ironía o con una sensualidad accesible, él llevó la historieta al límite de la incomodidad. Justine no busca el placer visual inmediato, sino un estado de inquietud. Es una obra que expone hasta qué punto el erotismo puede convertirse en disciplina, en control, en escenario de poder.

Volver hoy a esta adaptación de Sade es confrontar la vigencia de esas preguntas. ¿Cómo representar la violencia sexual sin caer en la complicidad? ¿Cómo diferenciar el ejercicio estético del consumo voyeurista? Crepax respondió con un estilo que corta la narración en fragmentos, que evita el flujo natural de la lectura y obliga al lector a detenerse, a pensar. La historieta, así, deja de ser mero vehículo del escándalo para convertirse en un laboratorio formal.

En ese gesto está el valor duradero de Justine: más que una versión ilustrada de Sade, es una obra que desnuda el propio acto de mirar. Crepax expone la maquinaria del cómic –sus cuadros, sus silencios, sus ritmos– y la pone al servicio de una reflexión sobre el deseo y la opresión. La violencia no se normaliza ni se celebra: se observa, se disecciona, se convierte en estructura.

Por eso Justine sigue siendo una lectura incómoda. Porque no ofrece catarsis ni erotismo fácil, sino un espejo fragmentado en el que el lector se descubre como parte del mismo mecanismo de voyeurismo que pretende cuestionar. Guido Crepax, con su trazo meticuloso, hizo de Sade no solo un relato de cuerpos castigados, sino una meditación sobre la forma y el poder de la mirada.

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Valentina de Guido Crepax

Valentina – Guido Crepax

Valentina nació en mayo de 1965, en un papel secundario, como la novia del crítico de arte y detective aficionado Philip Rembrandt, pero pronto se transformó para eclipsar al protagonista original. Su corte de pelo, su cuerpo sinuoso, labios sensuales y “el culo más hermoso del mundo” la convirtió en un símbolo de erotismo sutil en un momento en que la sociedad italiana estaba aceptando una nueva era de liberación sexual. 

Sus fantasías desinhibidas derivan del mundo de los sueños, pero estaban ancladas en la carne y en la realidad italiana contemporánea. Inusual para una heroína de historietas, mostraba signos de envejecimiento, antes de ser abandonada por su autor en 1995. “Cuando era niño, odiaba el hecho de que los personajes de dibujos animados nunca envejecían”, explicó Crepax.

Inspirada por la actriz de cine mudo Louise Brooks y por su propia esposa, Valentina presentó una especie de dilema para las feministas italianas. Aprobaron su emancipación sexual y la política trotskista, pero estaban menos cautivadas por sus fantasías y la velocidad con la que se quitaba la ropa. La confusión entre sus roles como actriz sexual y objeto dejó a muchos incómodos.

Influenciado por el movimiento del arte óptico en Milán, y amante del cine y el jazz, Crepax encontró su vocación en la enigmática figura de Valentina. La tira se vendió con éxito en Francia, España, Alemania, Japón y Estados Unidos. Las doncellas creadas por Crepax traspasaron las fronteras de la corrección, pero rara vez cayeron en la vulgaridad. “He sacado látigos, cadenas y ataduras de todo tipo”, dijo. “Pero detesto la violencia, la falta de respeto por uno mismo o por los demás, y toda forma de exceso. Nunca hay una sola gota de sangre”.

En las décadas de 1970 y 1980, Crepax se centró en las adaptaciones fieles de la literatura erótica. Histoire d’O, de Pauline Réage, la biografía en cómic del libertino veneciano Casanova, y Emmanuelle. El artista expresó que no se veía a sí mismo como parte de la cultura erótica más vulgar de Italia. En cambio, se sintió más relacionado con el erotismo intelectual de autores franceses clásicos como el marqués de Sade y Charles Baudelaire.

Como verdadero innovador de los cómics eróticos europeos, Crepax ha sido una inspiración para muchos otros artistas, entre ellos Jim Steranko, Frank Miller, Paul Pope y Chris Ware.

En 1991 publicó Venus in Furs (La Venus de las Pieles) de Leopold von Masoch (1870). Las obsesiones de Severin –un noble europeo que desea ser esclavizado por una mujer–, se vuelven vívidas en el estilo áspero de Crepax. A pesar de la crueldad retratada, Wanda nunca pierde la elegancia y el sentido estético, elevando la sumisión y el control sexuales a un nivel expresionista que lo alejan del estilo de cualquier cómic que se haya hecho en Estados Unidos.

La colección Sade de Mercocomic

En los años 70, cuando la liberalización cultural europea abrió el mercado de las publicaciones para adultos, editoriales pequeñas encontraron un terreno fértil para experimentar con lo prohibido. Mercocomic, una de las más persistentes en ese circuito, publicó entre 1974 y 1976 la colección Sade, una serie de 15 entregas que adaptaba –con libertades y excesos– el universo narrativo del marqués. Lejos de una empresa de alta cultura, Sade fue un producto pensado para circular en kioscos, pero con la ambición de inscribirse en la genealogía del cómic erótico adulto que se expandía en Italia, España y Francia.

La colección toma como base las novelas Justine y Juliette, pero pronto se desvía hacia una acumulación de episodios que funcionan más como catálogo de perversiones que como relatos orgánicos. La estructura es serial: cada número retoma el esquema de la heroína sometida a castigos, vejaciones y pruebas morales que nunca conducen a la redención. Lo que importa no es la evolución de los personajes, sino la reiteración de situaciones que buscan tensar los límites de lo representable.

En comparación con Guido Crepax –casi contemporáneo–, Sade de Mercocomic juega en otro registro. No hay estilización ni búsqueda formal: la historieta se apoya en un dibujo directo, funcional, con viñetas que priorizan la claridad sobre la experimentación. Las escenas de sexo y violencia se muestran sin mediación, con un trazo que remite al pulp y al cómic popular de aventuras. El resultado es un producto más literal, más inmediato, en el que la narración queda subordinada al shock visual.

Ese carácter repetitivo, sin embargo, no debe confundirse con simple explotación. La serie, vista en perspectiva, condensa la tensión de la época: la necesidad de explorar la sexualidad sin censura, pero también el riesgo de confundir libertad con consumo de transgresión. Cada entrega de Sade oscila entre la voluntad de provocar y la lógica industrial que transforma lo prohibido en fórmula. En ese sentido, es una obra que muestra la transición del cómic erótico desde el gesto rupturista hacia la serialización como negocio.

El tratamiento de los personajes también revela esa dualidad. Justine y Juliette, figuras centrales del imaginario del marqués, se reducen aquí a arquetipos: la inocente constantemente ultrajada y la libertina que asciende socialmente a través del crimen y la lujuria. La complejidad filosófica del marqués de Sade, su reflexión sobre el poder y la moral, se diluye en beneficio de la acción explícita.

Leída hoy, Sade no tiene la densidad artística de Crepax ni la experimentación formal de los grandes nombres del cómic erótico europeo. Pero conserva un valor histórico: muestra cómo la figura del marqués de Sade fue reutilizada por la cultura popular como símbolo de transgresión en fascículos baratos.

Sade de Mercocomic no es una obra mayor, pero sí un documento clave de un momento en que el cómic buscaba su lugar en la cultura adulta. Su insistencia en la provocación revela tanto las posibilidades como los límites del erotismo serializado. Y aunque la colección pueda parecer hoy una curiosidad excesiva, funciona como recordatorio de un tiempo en que leer cómics significaba también desafiar a la censura y poner a prueba hasta dónde podía llegar la mirada.

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Lost Girls Vol. 1 de Alan Moore

Lost Girls – Alan Moore

Uno de los ejemplos más complejos y simbólicos de la figura sadiana aparece en Lost Girls (2006), la novela gráfica escrita por Alan Moore e ilustrada por Melinda Gebbie. Aunque el marqués de Sade no aparece como personaje, su influencia es palpable en la forma en que la obra concibe el erotismo como herramienta política y artística. Moore ha citado al Sade como una figura esencial para comprender la relación entre libertad, moral y deseo, y es pulsión transgresora se traduce en la estructura experimental y provocadora del libro.

El marqués de Sade como símbolo cultural: Del punk al postmodernismo

Más allá de las adaptaciones directas, el marqués de Sade ha sido una referencia constante en el cómic underground y contracultural. Autores como Robert Crumb, Reynaldo Hernández o Alejandro Jodorowsky (con su saga Los Borgia) han incorporado elementos sadianos en sus obras para recuperar su carga de transgresión, crítica social y nihilismo ilustrado.

En el terreno del cómic –un medio híbrido, a medio camino entre la palabra y la imagen, donde la provocación puede adquirir una dimensión poética o crítica–, el marqués de Sade es una figura que encarna los límites del pensamiento ilustrado: un espejo que obliga a los lectores a cuestionar la moral, el poder, la sexualidad y el castigo. Lejos de las versiones simplificadas o demonizadas, algunos autores han sabido rescatar su complejidad, su capacidad para incomodar y su filosofía para reflejar de nuestras propias contradicciones. En la viñeta, el marqués de Sade no solo es un personaje histórico: es un abismo.

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