Dean Cain, quien durante los años ’90 se puso la capa roja para interpretar a Superman en la serie Lois & Clark: Las Nuevas Aventuras de Superman, anunció que se unirá a ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas) como agente federal. En una entrevista con el presentador Jesse Watters en Fox News, Cain declaró que ya inició el proceso para ser “juramentado lo antes posible” y colaborar activamente con la política migratoria impulsada por el nuevo mandato de Donald Trump.
“He hablado con funcionarios de ICE, y seré juramentado como agente cuanto antes”, dijo con entusiasmo. “Este país fue construido por patriotas que dieron un paso al frente, y yo haré mi parte.” La frase, repetida como eslogan de campaña, resume el espíritu con el que el actor asume este rol con una mezcla de fervor nacionalista y narrativa hollywoodense del “hombre que salva el día”.
El contexto no podría ser más preocupante. La administración Trump ha intensificado sus operativos migratorios, impulsando una expansión masiva de ICE con la contratación de 10.000 nuevos agentes. Las redadas han provocado protestas en todo Estados Unidos, especialmente en estados como California, donde el gobernador Gavin Newsom ha enfrentado judicialmente al gobierno federal. En este clima de tensión, Cain no solo decide sumarse, sino convertirse en el rostro mediático de una campaña de reclutamiento para reforzar las fuerzas de deportación.
Pero más allá del gesto individual, lo que resuena es la paradoja simbólica: el hombre que interpretó al hijo adoptivo de Kansas, el inmigrante venido de otro planeta que lucha por el bien común, se alinea ahora con una política de exclusión que criminaliza a quienes cruzan fronteras buscando refugio. ¿Qué dice esto de los héroes que construimos? ¿Y qué revela sobre la fragilidad del mito americano?

Quién es Dean Cain y cómo se convirtió en Superman
Dean Cain nació en 1966 en Michigan, hijo de la actriz Sharon Thomas y adoptado por el director Christopher Cain. Tras una breve carrera como jugador de fútbol americano, encontró la fama en el mundo del entretenimiento. Su momento de mayor notoriedad llegó en 1993 cuando protagonizó Lois & Clark, una reinvención del mito de Superman para la televisión, que combinaba el romance con la aventura.
Durante cuatro temporadas, Cain dio vida al El Hombre de Acero, el inmigrante idealizado, salvador, protector de los débiles. Un superhombre que es, en su esencia, un refugiado: escapó de un planeta destruido y fue adoptado por una familia estadounidense que lo educó con valores de compasión, justicia y humildad. Esa encarnación, transmitida a millones de hogares, fue clave en la consolidación del arquetipo moderno del superhéroe norteamericano.
Sin embargo, desde hace años Cain se ha convertido en una figura de fuerte inclinación conservadora. Apoya abiertamente a Donald Trump, se alinea con posturas nacionalistas y suele presentarse como defensor de “los verdaderos valores estadounidenses”. Su viraje político coincide con un creciente perfil mediático en la derecha estadounidense, donde participa como comentarista y portavoz de causas que promueven el orden, la vigilancia y el endurecimiento de políticas migratorias.

Donald Trump, el ICE y la cultura de la deportación
La vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca en 2025 reactivó los dispositivos de control migratorio que definieron su primer mandato. Bajo la consigna de “recuperar la soberanía”, el nuevo plan migratorio contempla la deportación masiva de personas indocumentadas, muchas de ellas residentes de larga data, trabajadores esenciales y familias enteras. La expansión de ICE y la militarización de las ciudades son parte de esta lógica de securitización.
Trump no oculta sus intenciones, en sus discursos recientes ha hablado de “una invasión extranjera”, utilizando un lenguaje que deshumaniza a los migrantes y los convierte en amenazas. En ese contexto, incorporar figuras mediáticas como Dean Cain a las filas del ICE tiene un valor propagandístico enorme, ya que transforma la política en espectáculo y al espectáculo en política. El mensaje es claro, los héroes de la pantalla ahora patrullan la frontera.
La paradoja es brutal. Superman, un ícono que representa lo mejor del “sueño americano”, se convierte en reclutador para una agencia cuestionada por violaciones de derechos humanos. Es la inversión total del mito, el protector se vuelve perseguidor. El hijo adoptado se convierte en agente del desarraigo. El defensor de la esperanza ahora colabora con quienes rompen familias y levantan muros.

Hollywood en guerra: Héroes de derecha, villanos progresistas
Este gesto, sin embargo, no es aislado. Se inscribe en una tendencia cada vez más visible dentro de la cultura pop estadounidense, la derechización abierta de figuras del entretenimiento, convertidas en emblemas de una cruzada cultural reaccionaria. El caso más resonante es el de Sydney Sweeney (Euphoria, Echo Valley, Eden), quien pasó de ser un ícono de la generación Z a protagonizar una campaña de la marca American Eagle con referencias visuales asociadas al imaginario neonazi.
Lejos de distanciarse del contenido, la actriz ha evitado condenarlo, y mantiene una postura ambigua que refuerza su simpatía con sectores conservadores y su identificación con el discurso “anti woke”. En plena guerra cultural, su ascenso es celebrado por la derecha como una conquista simbólica, una estrella que no se somete a los mandatos de lo políticamente correcto, sino que encarna una estética blanca, apolítica y domesticada, funcional al nuevo orden.
Otros nombres se suman a esta lista: James Woods, veterano actor y uno de los más férreos defensores de Trump en Hollywood; Jon Voight, quien incluso ha grabado mensajes oficiales en apoyo a sus políticas; y figuras emergentes como Gina Carano, despedida por Lucasfilm tras sus comentarios conspiranoicos, hoy convertida en mártir del “Hollywood cancelado”. Incluso Kid Rock, Ted Nugent o Kanye West, cada uno en su estilo, han contribuido a consolidar un frente cultural alternativo que combina nacionalismo, religión, desinformación y un rechazo visceral a toda forma de progresismo.
Lo que vemos no es simplemente un giro ideológico sino una reconfiguración profunda del mapa del entretenimiento. Las estrellas ya no solo interpretan papeles, se convierten en agentes activos de una guerra cultural, donde la ficción es instrumentalizada al servicio de agendas políticas. Mientras algunas figuras como Dean Cain o Sydney Sweeney son elevadas como íconos del “nuevo orden” –por encarnar una estética blanca, nacionalista y despolitizada–, otras son sistemáticamente atacadas por su compromiso con causas progresistas.

La cancelación de Pedro Pascal
El caso de Pedro Pascal lo ilustra con claridad. El actor, conocido por su activismo en favor de los migrantes, de las minorías y por su abierta postura anti Trump, ha sido objeto de campañas de boicot en redes sociales tras ser confirmado como Reed Richards en Los 4 Fantásticos: Primeros Pasos. En los foros y espacios digitales de la derecha estadounidense, su presencia en la película es denunciada como “adoctrinamiento woke” y su figura convertida en blanco de odio político disfrazado de crítica cultural. La paradoja se completa, mientras el Superman de los ‘90 es recompensado por alistarse en ICE, un nuevo Mr. Fantastic es castigado por defender derechos humanos básicos.
La frontera entre el héroe y el delator, entre el defensor y el verdugo, se vuelve cada vez más tenue. Y en esa confusión ideológica, el espectáculo deja de ser terreno de imaginación para convertirse en campo de batalla. Superman ya no vuela para salvarnos, ahora aterriza en helicóptero para deportarnos.



