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Predator: Badlands redefine la saga y convierte a Depredador en presa

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Con Predator: Badlands, la franquicia cambia de piel: un joven Yautja, una androide de Weyland-Yutani y un planeta salvaje reescriben el sentido de Depredador.

Predator: Badlands (Depredador: Tierras Salvajes) es la nueva película dirigida por Dan Trachtenberg, responsable de Prey y 10 Cloverfield Lane. El film se sitúa en un territorio desconocido para la saga: una historia narrada desde el punto de vista de un joven Predator llamado Dek (Dimitrius Schuster-Koloamatangi) y su compañera sintética Thia (Elle Fanning). En este planeta remoto, donde la vida misma parece hostil, el cazador se convierte en fugitivo.

La película marca el segundo capítulo de una trilogía ideada por Trachtenberg. Si Prey despojó al mito de su tecnología para volver a la caza primitiva, Badlands va un paso más allá: elimina a los humanos, introduce sintéticos y coloca a Depredador en el centro emocional del relato. La franquicia cambia las reglas y se mueve, por primera vez, hacia el territorio de la empatía.

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Dimitrius Schuster-Koloamatangi como Dek en Predator: Badlands

Predator: Badlands y la inversión del mito

En la mayoría de las entregas anteriores, Depredador fue el antagonista: una figura monstruosa enfrentada a comandos humanos, guerreros o cazadores. Predator: Badlands invierte la ecuación. Dek es un marginado dentro de su especie, un joven que busca demostrar su valor enfrentando a la criatura más temida del planeta Genna, el Kalisk. Pero el viaje no es una simple misión de honor. A su lado, Thia –una androide de la corporación Weyland-Yutani– lo acompaña en una relación simbiótica que redefine la narrativa del cazador solitario.

La novedad no reside en el argumento, sino en la mirada. Trachtenberg convierte la brutalidad en supervivencia, y la supervivencia en emoción. Dek no caza por placer ni por trofeos: lo hace por reconocimiento, por pertenencia, por redención. Badlands se permite construir a Predator como un personaje con historia, con dudas y con un código moral visible. Esa dimensión moral –nunca antes explorada en la saga– lo acerca más a la tragedia que al espectáculo.

Predator: Badlands no tiene calificación R

El propio diseño de producción refuerza ese cambio de perspectiva. Sin humanos, sin sangre roja, la violencia se vuelve abstracta, casi técnica. La clasificación PG-13 no diluye la crudeza: la desplaza hacia la tensión visual y la gestualidad. Los cuerpos metálicos sangran azul, las heridas son cables y chispas. Badlands convierte una limitación industrial en una herramienta estética.

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Elle Fanning como Thia en Predator: Badlands

El futuro compartido entre Alien y Predator: Weyland-Yutani y los sintéticos del mañana

Ambientada varios siglos después de los acontecimientos de Alien: Resurrection, Predator: Badlands se desarrolla en un punto inédito del universo compartido entre ambas franquicias. Es la primera vez que un film de Predator transcurre en el futuro lejano, en una cronología que se entrelaza con la expansión de Weyland-Yutani y el perfeccionamiento de los sintéticos.

La elección temporal no es un detalle menor. Despega a Badlands de las dependencias narrativas de sus predecesores y le otorga libertad total para repensar su mitología. En este futuro, los humanos ya no están: solo quedan máquinas que los reemplazan y depredadores que los sobrevivieron. La caza se redefine como conflicto entre especies artificiales y biológicas, entre criaturas que ya no responden a la idea tradicional de vida.

Ben Rosenblatt, productor del film, explicó que las nuevas versiones de los sintéticos poseen emociones reales, algo más cercano a la humanidad que a la programación. Ese matiz abre una línea temática que Trachtenberg explora con precisión: qué significa ser vivo cuando lo orgánico ha desaparecido. En ese sentido, Badlands se aproxima más a Blade Runner que a Predator 2, y plantea una pregunta que ninguna de las películas anteriores había formulado: ¿quién caza a quién cuando el enemigo también siente?

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El Depredador en Predator: Badlands

Predator: Badlands | La evolución de Depredador como personaje central

A nivel formal, Predator: Badlands combina el rigor físico de Prey con la densidad visual de una aventura de ciencia ficción. La dupla central –Dek y Thia– sostiene el relato en clave de travesía. Él, una criatura salvaje y desconfiada; ella, una máquina mutilada que lo guía desde la razón. Su vínculo evoluciona del rechazo a la interdependencia, hasta volverse esencial para la supervivencia mutua.

Trachtenberg definió el tono de Badlands como “una mezcla entre Conan el Bárbaro y El Planeta de los Simios”. La referencia no es casual. Hay en Dek algo del guerrero arcaico, un cuerpo que piensa con el instinto; y en Thia, el eco del personaje trágico que descubre su propio límite. La película utiliza esa tensión entre lo primitivo y lo sintético para narrar una historia de aprendizaje, más cercana a la fábula que al horror.

El director logra que la ausencia de lenguaje humano se convierta en recurso narrativo. Dek habla en Yautja; Thia lo comprende. La comunicación es visual, gestual, física. La relación entre ambos se construye a través del movimiento, del ritmo, de la necesidad compartida de continuar. La película no necesita sentimentalismo: le basta con mostrar cómo un monstruo aprende a convivir con otro ser que no puede matar.

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Predator: Badlands de Dan Trachtenberg

Trachtenberg y la reconstrucción de una franquicia

Desde Prey, Trachtenberg demostró que su mirada sobre Predator está guiada por la contención. Su estrategia consiste en reducir el exceso para reencontrar la tensión original. En Badlands, esa contención se transforma en una reconstrucción total: sin humanos, sin pasado terrestre, sin referencias directas.

El regreso del diseñador Alec Gillis –presente desde la película de 1987– garantiza la continuidad estética del universo. Pero la ambición es otra: expandir sin repetir. Los nuevos predadores no son simples variantes del original; son versiones más conscientes de su cultura y de su jerarquía. Dek, al ser considerado débil por su clan, encarna una figura que la saga nunca había explorado: la del paria.

Trachtenberg evita la tentación del lore –ese exceso de información que suele devorar a las secuelas– y mantiene el foco en la narración. Cada detalle técnico o biológico tiene un propósito dramático. La tecnología de WETA se integra sin exhibicionismo; los efectos digitales y prácticos coexisten para servir a la historia, no para adornarla.

El resultado, según lo que se ha visto en los avances, es un film de tono aventurero, sin la solemnidad de las últimas entregas y sin la necesidad de nostalgia. Predator: Badlands no busca revivir un mito, sino reinventar su respiración.

Mirá el tráiler a continuación:

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