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La Máquina: The Smashing Machine fracasa en taquilla y pone a prueba el modelo de A24

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El debut en taquilla de La Máquina: The Smashing Machine fue un golpe inesperado para A24 y Dwayne Johnson: un presupuesto alto, una apuesta autoral y un público que no respondió.

En su primer fin de semana, La Máquina: The Smashing Machine recaudó apenas 6 millones de dólares en Estados Unidos. Para una producción de 50 millones, es un resultado que descoloca tanto a A24 como al propio Dwayne Johnson. El actor más rentable de Hollywood intenta algo distinto: un drama deportivo centrado en la figura del luchador Mark Kerr. Pero la jugada no funcionó. El público que suele llenar las salas con sus películas de acción ignoró esta versión introspectiva y el público de cine de autor tampoco se sintió convocado por un actor mainstream.

Dirigida por Benny Safdie, La Máquina: The Smashing Machine fue presentada como una rareza dentro del catálogo de Johnson y como una apuesta de A24 por un cine más industrial. El estreno en el Festival de Venecia, la campaña de premios y la narrativa de “transformación actoral” apuntaban al circuito de prestigio. Sin embargo, el plan chocó con la realidad del mercado: los jóvenes que fueron a verla esperaban acción, los adultos interesados en dramas deportivos no la consideraron una prioridad y los cinéfilos fieles a A24 no se reconocieron en una superproducción con estrella global.

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Dwayne Johnson como Mark Kerr en La Máquina: The Smashing Machine

El estreno en taquilla de La Máquina: The Smashing Machine

La Máquina: The Smashing Machine nació con un problema estructural: un presupuesto que la alejaba del tipo de riesgo que A24 sabe administrar. Cincuenta millones de dólares y una estrategia de estreno masivo en más de tres mil salas de Estados Unidos convirtieron una apuesta artística en un negocio que debía comportarse en taquilla como un blockbuster. Para equilibrar costos, necesitaba superar los cien millones solo en taquilla doméstica, una cifra que muy pocas películas de A24 lograron alcanzar.

La presencia de Dwayne Johnson, acostumbrado a liderar franquicias de alto rendimiento, parecía una garantía comercial. Pero La Máquina: The Smashing Machine no es Rápido y Furioso ni Jumanji: es una historia sobre adicción, derrota y redención sin los mecanismos del espectáculo. La actuación de Johnson fue bien recibida por la crítica –el film mantiene un 73% en Rotten Tomatoes–, pero el público calificó la experiencia con un tibio B– en CinemaScore. Ese desajuste entre expectativa y experiencia explica buena parte del derrumbe en taquilla durante los primeros días.

El error no fue solo de cálculo artístico. En un mercado donde los estudios y los cines dividen la recaudación, el modelo de distribución masiva exigía resultados inmediatos. La opción alternativa, un lanzamiento gradual que construyera conversación y reputación, fue descartada. A24 apostó por la imagen del astro global y por la idea de que su nombre podía sostener un drama íntimo. No sucedió.

La Máquina: The Smashing Machine | A24 y el costo del riesgo

La estrategia de promoción acentuó el desconcierto. Las piezas publicitarias destacaban la metamorfosis física del actor, la historia real del luchador y las imágenes de entrenamiento, como si la película fuera una superación deportiva clásica. Pero La Máquina: The Smashing Machine se mueve en otro registro: el de la introspección, el desgaste físico y la exposición de la vulnerabilidad.

El público habitual de Dwayne Johnson fue el primero en llegar al cine y el primero en alejarse. Según PostTrak, el 70% de los espectadores eran hombres de entre 18 y 36 años. El grupo demográfico que más sostiene los estrenos de acción masiva fue también el más decepcionado. El segmento adulto, habitual consumidor del drama biográfico o deportivo, apenas representó un 8% del total. Ninguno de los dos extremos del mercado respondió a lo que la película proponía.

Ese desajuste afectó no solo los números sino también la percepción. Mientras la crítica destacaba el trabajo del actor y la dirección de Safdie, las conversaciones en redes insistían en la falta de acción. El boca a boca fue desfavorable y las proyecciones se ajustaron en tiempo real: de un estreno previsto en 17 millones se pasó a 15, luego a 8 y finalmente a 6. A24 terminó con una pérdida estimada de decenas de millones y una película que difícilmente encuentre respiro fuera de los festivales.

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Emily Blunt como Dawn Staples en La Máquina: The Smashing Machine

El espejismo del prestigio de Festivales

En Venecia, La Máquina: The Smashing Machine había tenido una recepción entusiasta. Ovación de quince minutos, premio a mejor dirección para Safdie y titulares que hablaban de renacimiento para Dwayne Johnson. Pero los festivales operan con otras lógicas: la celebración del riesgo, la emoción del descubrimiento, la lectura política o estética antes que la económica. Ese aplauso no se tradujo en interés masivo, como tampoco lo hicieron antes los reconocimientos a Tár, Spencer o La Ballena.

La paradoja es que A24 intentó combinar ambos mundos: el prestigio del cine de autor y la estructura de un blockbuster. El resultado fue una película demasiado cara para ser un experimento y demasiado distinta para ser un producto comercial. El prestigio festivalero, sin un plan de mercado coherente, no garantiza ingresos ni continuidad.

En este caso, la confusión de identidad fue doble. Para el público de A24, el nombre de Johnson representa el tipo de cine del que suelen alejarse. Para el público de Johnson, el sello A24 significa lentitud, gravedad y pretensión. El choque era inevitable.

La Máquina: The Smashing Machine como síntoma de la taquilla actual

El fracaso en taquilla de La Máquina: The Smashing Machine también expone un cambio de fase en la relación entre las estrellas y el público. La era en que un nombre garantizaba asistencia parece haber terminado. El marketing basado en la transformación del actor, tan eficaz en tiempos de El Renacido o Dallas Buyers Club, perdió tracción. Hoy la conversación se impone sobre la figura: las películas que triunfan lo hacen porque se vuelven tema, no porque prometan intensidad o autenticidad.

En ese sentido, la ausencia de urgencia fue determinante. Mientras otros títulos recientes lograron convertir la expectativa en fenómeno –de Barbie a Pecadores–, la campaña de La Máquina: The Smashing Machine no ofreció un motivo inmediato para verla en su estreno. No hubo una conversación que empujara al público a las salas.

La coincidencia con el lanzamiento del evento de Taylor Swift tampoco ayudó, pero no explica el resultado. Los analistas coinciden en que los públicos no se solapan. Lo que falló fue la propuesta: una película pensada para dos segmentos que nunca se encontraron, sostenida por un actor cuya fuerza comercial depende de la acción y no del drama.

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Dwayne Johnson en La Máquina: The Smashing Machine de Ben Safdie

La Máquina: The Smashing Machine más allá del estreno en cines

El caso deja lecciones que exceden el revés económico. A24, que construyó su marca sobre presupuestos contenidos y prestigio autoral, enfrenta el dilema de crecer sin perder identidad. Dwayne Johnson, por su parte, ensayó un cambio legítimo de registro que no fue acompañado por una estrategia adecuada. El fracaso no invalida la búsqueda, pero sí obliga a repensar cómo se comunica y se distribuye el riesgo cuando el prestigio y el negocio apuntan en direcciones distintas.

La Máquina: The Smashing Machine aún puede encontrar una segunda vida en streaming, donde los dramas deportivos suelen tener mejor recepción, o en la temporada de premios, si el impulso inicial se sostiene. Pero el daño simbólico ya está hecho: el intento de reconciliar el cine de estudio con el cine de autor dejó un saldo negativo que expone los límites del modelo híbrido.

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