Netflix confirmó que Frankenstein 2025, la nueva película de Guillermo del Toro, se proyectará en cines seleccionados durante tres semanas previas a su desembarco en la plataforma. El film se estrenará el 23 de octubre, y reúne a Oscar Isaac, Jacob Elordi, Mia Goth y Christoph Waltz, en uno de los proyectos más personales del director mexicano, quien desde hace décadas buscaba concretar su adaptación del clásico de Mary Shelley. Con una duración de 149 minutos, la película no solo representa un hito en su filmografía, sino también una excepción dentro de la política de estrenos de Netflix.
En efecto, el gigante del streaming rara vez decide estrenar sus producciones en salas. Solo títulos de prestigio –como Roma de Alfonso Cuarón, El Irlandés de Martin Scorsese o más recientemente Maestro de Bradley Cooper– logran esa ventana de exclusividad. La decisión responde tanto a razones de marketing (generar conversación antes del lanzamiento digital) como de prestigio artístico, ya que ciertos festivales y premios exigen un paso previo por el cine.

Netflix y Frankenstein de Guillermo del Toro: Una apuesta híbrida
La elección de estrenar Frankenstein en cines antes de Netflix tiene varias lecturas. Por un lado, responde al peso del propio Guillermo del Toro dentro de la industria, ya que el director uno de los pocos con libertad creativa y prestigio crítico suficiente para convencer a la plataforma de flexibilizar sus reglas. Por otro, revela una tendencia creciente hacia los estrenos híbridos, un modelo que busca combinar lo mejor de dos mundos: la mística de la sala de cine y el alcance masivo del streaming.
Sin embargo, este sistema está lejos de ser accesible para todo el público. En Estados Unidos, cadenas como AMC o Regal suelen aceptar estas ventanas reducidas, aunque con reservas. En países como Argentina, la situación es más compleja ya que las grandes cadenas (Cinemark, Hoyts) directamente rechazan estrenos con ventanas inferiores a 45 días. Esto ya ocurrió con Argentina, 1985, que tuvo un paso limitado por las salas de cines independientes debido al acuerdo con Amazon Prime Video, y más recientemente con títulos de Netflix como The Killer de David Fincher o Glass Onion de Rian Johnson, que solo pudieron verse en funciones muy puntuales.
El resultado es un acceso desigual, mientras en ciudades como Nueva York, Londres o Los Ángeles abundan las opciones para ver estas películas en pantalla grande, en otros países la experiencia se restringe a unas pocas salas independientes, muchas veces en capitales o grandes centros urbanos.

Frankenstein 2025: Netflix y el acceso limitado en cines
La paradoja es evidente. Netflix y otros estudios promocionan estas funciones como “experiencias cinematográficas irrepetibles”, pero la propia lógica del negocio las vuelve limitadas y, en muchos casos, inaccesibles. El público que vive lejos de las grandes capitales o que depende de cadenas comerciales difícilmente pueda ver Frankenstein en una sala.
En Argentina, esto significa que probablemente solo algunos cines independientes de Buenos Aires, Córdoba, La Plata o Rosario logren incluir la película en su programación, mientras que gran parte del país deberá esperar al 7 de noviembre para verla en streaming. Se repite así una dinámica que ya se vio con la película de Santiago Mitre que quedó fuera de los principales complejos comerciales pese a ser un estreno nacional de relevancia mundial, y que obliga a los espectadores a depender directamente de la plataforma digital.
El caso de Frankenstein 2025 por un lado, confirma la vigencia de la sala como espacio de legitimación artística, donde Del Toro podrá estrenar en condiciones óptimas para la crítica internacional. Pero al mismo tiempo desnuda las tensiones de un mercado global que privilegia ciertos territorios por encima de otros. Lo que se anuncia como una experiencia inclusiva y masiva, en la práctica se convierte en un privilegio geográfico y económico.
Del Toro, que siempre defendió la importancia del cine como ritual colectivo, consigue así que su Frankenstein tenga al menos un breve paso por las salas. El desafío, como siempre, es quién podrá sentarse en esas butacas y quién tendrá que esperar la comodidad de la pantalla hogareña.
 
				 
								


